Hay que engañar honestamente
Dirías que Rafael Pla, de 50 años, es cualquier cosa (astrónomo, músico, contable) menos un payaso carablanca de los que pega tortas al augusto, es decir, al payaso tonto. Además, en este caso el payaso tonto es su hermano menor, con quien lleva trabajando 33 años en el circo. Y lo adora. "Mi madre lo llama el mudito porque es muy callado. Fuera de la pista no habla. Hace miniaturas o viaja en su Harley Davidson. Pero cuando se viste de payaso y le digo, ¡a la pista!, entonces mi hermano cambia de personalidad. Habla por los codos. Derrocha ingenio. Improvisa y consigue que el público reviente a carcajadas. Como asegura nuestra madre, es el mejor payaso del mundo", añade Rafael Pla.
Una vez fui a un circo donde sacaban perritos vestidos de futbolistas y jugaban con una pelota
Si la gente viera lo mal que viven los animales del circo en las jaulas, harían algo para sacarlos de allí
Empezaron siendo muy jóvenes, con su padre, que era ventrílocuo y manejaba los títeres a la perfección. Su padre había creado La Compañía de Variedades Infantiles. Y ellos actuaban como payasos a los 14 y 16 años. Un día, su padre sufrió un accidente de tráfico y murió. Entonces tuvieron que abandonar los estudios para hacer frente a las necesidades de la casa. Su madre no tenía pensión. Poco a poco transformaron aquella Compañía de Variedades Infantiles en un circo al que llamaron El Gran Fele, pese a ser más bien pequeño (500 espectadores). "Queríamos evitar todo lo que resultara convencional", recuerda Rafael Pla.
Así que carablanca no se pintaría la cara de ese color, no llevaría un capirote en la cabeza, no levantaría la gruesa ceja negra como el fuelle de un acordeón. Rafael Pla saldría a escena con capa y chistera, el atuendo de un jefe de pista, y no para dar falsas bofetadas a su hermano disfrazado de bobo, sino para imponer orden en un circo que, antes que nada, es una denuncia regocijante de la vida, una protesta contra los abusos, el aburrimiento y la vulgaridad.
"Un circo es siempre una mentira. Se basa en trucos y falsedad", dice Pla, "por eso si te empeñas en ser ventrílocuo, debes ser ventrílocuo. Cualquiera puede hablar sin mover los labios. Intentas evitar las palabras que exigen abrir más la boca. Y las sustituyes por otras. La gente cree que la voz sale de las tripas. No es cierto. Sale de la boca del muñeco, que es tu boca cuyos labios están inmóviles". Rafael Pla saca ahora voz de soprano. "¿No estamos acaso en la ópera? Por culpa de esos equipos de sonido tan sofisticados nadie se toma ya la molestia de hacerse ventrílocuo. Perdemos aptitudes artesanales a medida que ganamos conocimientos tecnológicos. Y encima cada día es más difícil sorprender al público que ya lo ha visto todo en televisión. Animales exóticos, paisajes exóticos, gentes de todos los países. Nosotros no sacamos animales vivos a la pista. Yo trabajé una vez con una elefanta tuerta que se llamaba Babati. Y no lo haré nunca más. Había perdido un ojo con un pincho de una palmera. Aunque no hubiera estado tuerta, yo no resistía esa crueldad. Si la gente viera lo mal que viven los animales del circo en las jaulas, cómo van de un sitio a otro en las giras, y cómo sufren todo el tiempo, harían algo para sacarlos de allí. Así que cuando alguien quiere acariciar a un tigre, como ocurrió hace poco en un circo en Madrid, el tigre no se anda con miramientos. Le pegó un mordisco y le arrancó el brazo, se comió la mano, y luego se relamió de gusto. O esa otra barbaridad que supimos esta misma semana. Los propietarios de una finca de Extremadura tenían leones y tigres, viejos o enfermos, para que los cazadores los mataran a un tanto la pieza. Los compraban ilegalmente en zoológicos a precios de saldo. Ahora están entre rejas, haciéndose una idea de cómo es la vida en una jaula. En el circo sobran los animales y falta imaginación. Nosotros tenemos un número, quizá el más aplaudido, con un caballo mecánico de tamaño natural que va a pedales, y encima baila una bailarina de carne y hueso. En el circo debes engañar pero sin dejar de ser honesto".
Rafael Pla, que es valenciano, recuerda el Teatro Patronato (hoy Escalante), cuando en su infancia se representaba el Belén. El demonio aparecía por una trampilla del escenario soltando fogonazos de magnesio. "Mi padre cantaba, mi madre lo acompañaba en el coro. Un tío mío era el electricista del teatro, otro vendía las entradas y acomodaba a la gente. Todos eran voluntarios. Era bastante imperfecto, pero auténtico y muy humano. Eso es lo que yo quiero para nuestros circos. El público tiene que verle los ojos al trapecista. Debe comunicarse con él. Y un payaso debe estrecharle la mano al público. Más emocionante que la grandiosidad del Cirque du Soleil, que es tecnológicamente perfecto, será siempre un humilde número ejecutado con limpieza y rigor ante 500 espectadores, que es el aforo ideal para que se produzca esa comunicación. Y si no te llega para pagar música en vivo, mala suerte. Ya vendrán tiempos mejores. Pero eso sí, jamás hacemos referencias a la televisión. Tampoco al fútbol, ni a los toros. En nuestra pista no hay pieles, plumas o lentejuelas. Se abusó demasiado de todo eso. Una vez fui a un circo donde sacaban perritos vestidos de futbolistas y jugaban con una pelota. ¿Es que no hay bastante de todo eso en los estadios? Me gustan circos como el Roncalli porque ha sabido recuperar lo mejor del circo del siglo XIX, el pasado unido a la sorpresa del presente. Me gusta el circo Plume y también el circo Eloize, cuyos engaños son mágicos. Son circos innovadores pero muy sólidos. Y personalmente me gustan las bromas: Damas y caballeros, les presento a la mejor trapecista de París, Inglaterra... La gente ríe. París no está en Inglaterra, esto lo sabemos todos, pero por eso mismo, ¿a quién no le divierte algo tan simple? Las risas permitirán que la trapecista, que es muy joven y está algo asustada, vea al público como su mejor, quizá la única red de seguridad capaz de salvarle la vida. Porque no hay circo sin complicidad, esa misma complicidad es la esencia, el espíritu, el alma inmortal del buen circo de todos los tiempos".
www.ignaciocarrion.com
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