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Columna
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Tierra trágame

Cuando el bisoño subinspector Gutiérrez dio la voz de alarma sobre las misteriosas desapariciones de ciudadanas y ciudadanos madrileños que venían produciéndose en la capital desde los últimos años del milenio anterior, sus compañeros de la comisaría no se lo tomaron muy en serio. Todos los días desaparecen, en todas partes y a todas horas, cientos de personas que dejan voluntariamente sus rutinas familiares y laborales y se esfuman sin dejar rastro ni dar explicaciones, y todos esos días, en todas esas partes y a todas esas horas, miles y miles de personas, afectadas por esas desapariciones imprevistas, presentan las denuncias correspondientes haciendo uso de frases como éstas: "Algo malo le ha tenido que pasar a mi Antonio", "Mi Julita no era de esas que se van con el primero que pasa" o "Peláez no había faltado a su trabajo ni un solo día en los últimos 10 años"...

Pero el bisoño Gutiérrez no se dejó amilanar por el escepticismo burlón de sus colegas, había empezado a interesarse por las desapariciones a raíz de un caso publicado unos meses antes en la prensa y con cuya investigación él no tenía nada que ver, el caso de RQR, carnicero de oficio, vecino del distrito de la Arganzuela y presidente de la peña atlética Orgullo Rojiblanco, desaparecido dos días antes del derby entre los eternos rivales capitalinos. Gutiérrez compartía en este caso la opinión de Conchi, esposa del supuesto tránsfuga, que, entre perpleja y asustada, había declarado a los medios unos días después del suceso: "Roberto nunca se hubiera ido sin llevarse las entradas del partido, la suya y la de Jonathan, nuestro hijo, que aún le está buscando".

El segundo caso, con el que el bisoño subinspector confirmaría sus sospechas, ocurriría unos días después: la ciudadana BBV, cajera de un supermercado, había desaparecido una mañana dejando en casa esposo, tres hijos y una bonoloto premiada con 8.756 euros. A partir de estos dos casos, Gutiérrez inició por su cuenta una investigación en los ordenadores de la comisaría y lo que encontró le dejó perplejo y asustado, como Conchi y el marido de la cajera. Gutiérrez encontró unos parámetros, una serie de coincidencias sospechosas en la mayor parte, un 77%, de los casos de desapariciones de los últimos años. Los sujetos de esa mayoría se habían esfumado a primeras horas de la mañana de días laborables, lluviosos y con bruma, en otoño e invierno, cuando se dirigían a unos puestos de trabajo a los que nunca llegaron. La variedad de ocupaciones, sexos, edades y condiciones de los sujetos era grande, pero podía decirse, y Gutiérrez se lo dijo, a sí mismo y a sus compañeros, que aquellas desapariciones ad itinere, camino del trabajo, no podían explicarse sólo con argumentos psicológicos: depresión otoñal, invernal, estrés inducido por el agresivo entorno urbano y laboral...

El bisoño Gutiérrez también había experimentado alguna vez esa profunda desazón matinal, ese deseo , difícil de reprimir, de mandarlo todo a hacer puñetas, el trabajo, la familia, la ciudad, la lluvia, los madrugones, los atascos y las obras, y desaparecer, esfumarse, dejarse absorber por un gran agujero negro. De eso se trata, hay algo en las profundidades de la urbe -sostiene Gutiérrez- que atrae irremisiblemente a esas personas, un tierra trágame que les seduce y les induce a introducirse en uno de esos túneles de obras y a perderse en la oscuridad; esos túneles son como bocas del infierno, y los que entran en ellos, tal vez por equivocación, porque no se ve nada y se confunden con la entrada del metro, o del aparcamiento, esos ya no vuelven a salir, son abducidos por esa fuerza primigenia que emana del centro de la Tierra, o tal vez de las lejanas galaxias.

Cuando el bisoño Gutiérrez se atrevía a compartir tan dantescas elucubraciones con sus colegas solía llevar encima unas copas de más y los colegas se lo tomaban a broma, y en broma le animaban a convertirse en detective de las profundidades, inspector de túneles y alcantarillas. Dejaron de reírse cuando un día invernal y brumoso el subinspector faltó a su trabajo y enmudecieron y palidecieron al conocer días después el hallazgo de sus restos mortales, de su cuerpo destrozado, despedazado, inexplicablemente inmolado al paso de la implacable y voraz tuneladora de nuestras entrañas.

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