Justificaciones
En la excelente película Reencuentro, uno de los protagonistas aseguraba que la autojustificación era más importante que el sexo. La razón para llegar a esta llamativa sentencia era contundente. Nadie puede pasar ni siquiera un día sin una jugosa autojustificación.
No anda lejos de la realidad. Sólo hace falta echar un vistazo alrededor para darse cuenta del tiempo y la energía que empleamos para echar balones fuera.
Siendo una práctica habitual y seguramente consustancial con el ser humano, es en el mundo del deporte en el que esta costumbre alcanza cotas muy elevadas. Esta semana contaban en Marca que un ingenioso aficionado participante en una tertulia por Internet sobre la Liga ACB afirmaba que Bozidar Maljkovic, el entrenador del Madrid, tiene el coche asegurado a terceros porque para qué lo va a tener a todo riesgo si él nunca tiene la culpa.
Cuando a la derrota se le ponen excusas, se enmascaran los motivos que han llevado a ella
El chiste está bien traído, pues, ciertamente, el técnico blanco tiene tendencias exculpatorias y casi cualquier circunstancia puede servirle.
La excusa puede llegar apoyada en los arbitrajes. Normalmente, con una frase que comienza: "Yo nunca hablo de los árbitros, pero...". También, en la falta de preparación, el cansancio, los viajes, la alta calidad de los contrarios o la baja de los suyos. Y, si llega el caso, en una conspiración intergaláctica que tiene como único objetivo derribar a su club. Por cierto, esta última, muy al estilo de una corriente que, en contra del habitual comportamiento histórico de la entidad, ha anidado en los últimos tiempos en una parte del Madrid.
Pero ni Maljkovic es el único quejica ni tampoco es el primero. Aunque hay un dicho muy español, quien no llora no mama, estos hábitos no conducen a nada bueno. Normalmente, no van más allá de convertirse en coartadas, con el riesgo que conllevan como elemento de posible dejación de responsabilidades.
Justificándose con que la culpa la tiene el empedrado, se pierde buena parte de las lecciones que traen consigo una derrota.
Un traspié necesita un análisis sincero para poder extraer conclusiones que ayuden a superarlo y transformar los fracasos puntuales en un posible éxito final. De la derrota se suelen extraer mejores y más certeros diagnósticos que de la victoria, que siempre empuja hacia la complacencia.
Cuando a la derrota se le ponen excusas, se distorsiona la realidad y se enmascaran los auténticos motivos que han llevado a un equipo hasta ella. Entrenadores y jugadores las abrazan, pues resulta más llevadero pensar, por ejemplo, que el árbitro ha sido más culpable que sus propios errores.
Un mítico jugador español solía decir que había que jugar por encima de los entrenadores. Lo que quería exponer no era un motín, sino que para un jugador hecho y derecho nunca los errores de los demás pueden servir para esconderse detrás de ellos.
Una idea que deberían tener en la cabeza todos los componentes de un equipo, empezando por los entrenadores, que, quizá porque hablan mucho más que los jugadores, caen con mayor frecuencia en un vicio que, a la larga, no resulta para nada beneficioso.
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