_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Se están pasando

Con el fracaso electoral de las últimas generales, el PP diseñó una estrategia nefasta: disparar contra los adversarios y descreídos que no se toman en serio su política de diatribas y artimañas. Una estrategia así solo conduce al esperpento de su caricatura. Sin ir más lejos, las gesticulaciones sobreactuadas de Rajoy, Acebes y Zaplana son toda una antología del disparate. Pero lo más patético del PP no es que haya perdido los papeles, sino que está perdiendo los nervios. Si en su mandato de mayoría absoluta mostró su naturaleza involucionista y autoritaria, en la oposición nos descubre su inseguridad, sus miedos y su canibalismo. Y qué oposición: a los hemiciclos parlamentarios, los han recalificado de solar para el insulto y el descrédito. El espectáculo que se montan, día a día, no puede ser más deplorable. La ciudadanía que los mantiene, no parece muy dispuesta a seguir manteniéndolos, y menos a soportar sus frustraciones: o se aplican y trabajan con seriedad, o carretera y manta. Y encima, cuando se les saca los presumibles trapos sucios, impiden su investigación -caso flagrante de Camps con respecto a Ciegsa-, o arremeten contra los partidos de la oposición, en nuestro País Valenciano -mejorando lo presente-, y aun contra otras instituciones. Pero el estruendo no disipa el hedor a corrupción, por más que se empecinen. El cronista entiende que una formación política sin nada que ocultar debería ofrecerse, en toda su transparencia, a quien se lo pidiera, y sin embargo, no sucede así, ¿por qué? Y no sólo no sucede así, sino que en su paroxismo, el PP acusa al fiscal jefe del Tribunal Superior de Justicia de la Comunidad valenciana, de parcialidad. Y todo porque, desde un escrupuloso y objetivo principio de sus funciones, trasladó a un juzgado las diligencias acerca del ya más que conocido y presunto fraude del parque temático de Terra Mítica, tan emblemático como problemático, que, al parecer, promovió una trama de facturas falsas, con la intervención de una serie de empresas proveedoras. Y por supuesto, las gestiones del referido fiscal jefe en el caso Ivex, y en los muchos millones que se embolsó, según indicios y manifestaciones ya publicadas, el cantante Julio Iglesia, gracias a la mediación de Eduardo Zaplana, hoy portavoz popular en el Congreso de los Diputados, muchos millones que salieron del bolsillo de todos los valencianos; y que ahora, libres de impuestos, están a buen recaudo en las cajas fuertes de los paraísos fiscales. Pero los dirigentes del PPCV han llegado a tal extremo de ruindad, que no han tenido empacho alguno en recurrir, como deleznable y torpe argumento, al hecho de que el fiscal jefe esté casado con una diputada socialista. Estos métodos son muy propios de regímenes dictatoriales. El PP, en su empeño de parar las indagaciones sobre los comportamientos de algunos de sus dirigentes, se ha precipitado en una charca maloliente, y eso ya no tiene enmienda. La Junta de Fiscales emitió un comunicado claro y contundente, sobre el PP y en defensa del fiscal jefe: sólo se puede proceder así "desde la ignorancia o la mala fe". Señores fiscales, ¿por qué esa disyuntiva? ¿por qué no desde la ignorancia y la mala fe?

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_