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Columna
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El infierno

Miquel Alberola

El infierno es el rechazo definitivo a Dios, la última consecuencia del pecado mismo, que se vuelve contra quien lo ha cometido. Así lo certifican canonistas y catequistas. A diferencia del limbo, cuyo concepto está ahora siendo revisado por una comisión teológica acaso para ser disuelto por obsoleto, el ámbito del infierno no admite reconsideraciones. La representación que el libro del Apocalipsis hacía de ese pozo ciego metafísico, con un lago de llamas en el que se achicharraban eternamente aquellos que se habían apartado de Dios, ha sido matizada a lo largo de los siglos, pero su núcleo continúa en vigor con toda su ferocidad. Es, de algún modo, la garantía de la religión: la amenaza extrema como argumento de persuasión. El infierno ya no es un lugar, sino una situación de vaciedad y desazón, en cualquier caso eterna. Una tortura intelectual concebida a medida para cerebros complejos e inexpugnables a la idea de Dios. Una venganza vaticana contra los anticlericales despiertos. Debió de ser esa amenaza enquistada en el cerebro lo que tanto inquietó a un hombre con la infancia traumatizada en los pupitres y los confesionarios de los salesianos como el profesor Manuel Lloris, que murió consumido por su propia conciencia y temía que ésta continuara abrasándole más allá de la muerte. Sabía que estaba destinado al infierno, por eso en su entierro no había curas sino ajedrecistas. El ajedrez es un ejercicio de razonamiento en el que la inteligencia se impone al dogma y ayuda a evadirse de la prisión de la conciencia. Sin embargo, al final del jaque mate siempre reaparecía la sombra del infierno. Lloris tumbó en una partida a John Lennon en el club de ajedrez de Nueva York, en Washington Square, y éste fue asesinado muy poco después. Y allí mismo conoció a un gángster judío, Charly, que le tomó afecto porque le ganó una partida a un polaco racista. El pistolero le propuso que fuera su profesor particular en Florida por un cheque en blanco cuyo límite eran cinco millones de dólares, pero Charly fue hallado en el río Hudson con la yugular abierta después de ir a hacer el que tenía que ser su último trabajo. Dios, como había cantado Lennon, era un concepto usado para entender la medida del dolor.

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Sobre la firma

Miquel Alberola
Forma parte de la redacción de EL PAÍS desde 1995, en la que, entre otros cometidos, ha sido corresponsal en el Congreso de los Diputados, el Senado y la Casa del Rey en los años de congestión institucional y moción de censura. Fue delegado del periódico en la Comunidad Valenciana y, antes, subdirector del semanario El Temps.

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