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Columna
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La vida secreta

Una de las frases más enigmáticas y sugerentes que recuerdo haber leído pertenece al primer versículo del Génesis: "En un principio era el verbo". Más allá del sentido religioso, siempre pensé que las palabras guardaban en su interior un secreto originario capaz de engendrar la vida, y la escritura por tanto sería una forma de abordar ese misterio. Isabel Coixet ha profundizado en la vida secreta de las palabras para contarnos lo que el verbo no dice. "Algunas cosas están mejor en el aire, sin ser pronunciadas", dice, hablando del personaje de Josef (Tim Robbins), un tipo sarcástico y difícil, del que en principio sólo sabemos que está a punto de quedarse ciego debido a un accidente en una plataforma petrolífera. Intuimos que debe de haber alguna explicación para esa dureza humorística que despliega, pero ignoramos su causa. Ahí esta el secreto que vamos descubriendo furtivamente. Son frases grabadas a la desesperada en un contestador telefónico, por una mujer con un tono de voz grave, anhelante, como una canción de amor cantada por Jane Birkin, pero también con algo terrible e íntimo que hace que nos reconozcamos en esos mensajes cruzados en la noche que todos hemos recibido alguna vez. Sin embargo, la película no es un relato de amores perdidos, sino una historia de supervivientes.

El escenario tampoco es casual. Una plataforma petrolífera no es exactamente un lugar. Se trata de un territorio oscilante situado a medio camino de ninguna parte, donde el tiempo transcurre de otro modo y el salitre del mar acaba minando la resistencia de cualquiera. Una mujer es trasladada a la plataforma para que cuide al herido. Por su acento deducimos que es extranjera, pero lo que más nos llama la atención en ella no es la voz, sino los ojos. Unos ojos que han visto (luego lo sabremos) cosas indescriptibles. Hay también una pequeña pista de aterrizaje para helicópteros, una cantina, una cubierta inferior donde corretea una oca salvaje medio domesticada por un oceanógrafo que se dedica a medir día y noche la fuerza de las olas, una cocina de barco en la que Javier Cámara es capaz de defender la exquisitez de los sabores en medio de la herrumbre, paredes oxidadas, un columpio improvisado en la cubierta, el silencio del mar... Los tipos que trabajan en la plataforma son gente solitaria, de pocas palabras, que sólo quieren que los dejen en paz, pero sin embargo conservan, cada uno a su modo, alguna forma de resistencia.

Indagar en la raíz del dolor tiene muchos riesgos; sin embargo, a veces puede conducir a una desnudez más íntima que la del amor. La película trata precisamente de eso, de la fuerza de la vida capaz de reconstruirse desde la nada, del deseo y la vulnerabilidad, de las palabras y el poderoso vínculo que las une.

Este sábado de diciembre lleno de consignas catastrofistas, una forma poética de limpiar el alma de tanta crispación política y fango ideológico podría ser tomarse un café invernal y sacar una entrada para ver uno de los mejores filmes del año: La vida secreta de las palabras, la película de Isabel Coixet, una catalana universal.

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