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Columna
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Abuelos

Había una noticia el jueves pasado, en la primera de este cuadernillo, que no ha continuado. Me gustaría saber el desenlace, cuando se produzca. Antonio Romera se ha encadenado frente a la Delegación de Igualdad de Jaén para exigir la tutela de su nieta. La Junta consideró que el padre no la cuidaba bien, y la internó en un centro de acogida. En septiembre de 2004 abrió un expediente para "darla en preadopción", algo que no sé qué es, pero que suena desalmado teniendo la niña un abuelo.

Es el bienestar obligatorio. Pero hay que proteger a los niños, claro. Conozco muchos que reciben una llave de casa muy temprano. No hay más remedio. Salen del colegio mucho antes de que sus padres salgan del trabajo. Llegan a la casa vacía, y se pasan la tarde solos. Antes uno se iba a los billares en busca de los colegas del barrio; pero la casa de hoy ofrece muchas posibilidades, la soledad no es lo que era: se puede jugar con la Play Station, chatear un rato, ver un poco de tele digital o, si el ordenador no tiene filtros, visitar algunas páginas porno. En los institutos saben muy bien que estas situaciones familiares son el caldo de cultivo del fracaso escolar. Pero las Delegaciones de Igualdad, o como se llamen en cada comunidad, no suelen hacerse cargo de estos niños abandonados.

Hay otros niños abandonados que tienen más suerte. Son los niños con abuelos. Sus padres salen de casa muy temprano, mucho antes de que abran las escuelas. Es la abuela la que los despierta por la mañana, la que les prepara el colacao y la que los peina con mucha agua. Las veo llevar a los nietos de la mano los días de colegio. Estoy seguro de que les gusta, de que son felices haciéndolo. Y no solamente por su natural disponibilidad de abuelas o por su afán de ser útiles, sino también porque aquella es una manera de regresar a los viejos tiempos, de llevar otra vez a sus hijos a la escuela. Hay abuelos que también tienen que recogerlos a la salida, y que se quedan con ellos, jugando o haciendo la tarea por la tarde. No sé si este Antonio Romera, de Jaén, que ahora se ha encadenado frente a la Delegación de Igualdad era uno de estos abuelos serviciales. Porque también conozco otros que se niegan a ser esclavizados. Faltaría más, dicen. Llevan media vida preocupándose por los hijos, esperando el momento de la liberación, y no están dispuestos a pringar ahora también con los nietos.

Habría sido una catástrofe que esta rebelión de los abuelos se hubiera generalizado. Sus hijas, nuestras consejeras y ministras, difícilmente hubieran encontrado trabajo. Y las Administraciones se hubiesen visto obligadas a construir más guarderías, a prolongar el horario de los colegios, a contratar más personal. O a construir más cárceles para el día de mañana.

Se habla mucho de las amas de casa, de su trabajo solitario, esencial y poco reconocido. Y es justo hacerlo. Se habla de los voluntarios, de su abnegada tarea de entrega a los demás. Y es justo hacerlo. Pero nadie se sube a la tarima para ensalzar esta segunda esclavitud que llega en la tercera edad, y que sostiene una parte no desdeñable de nuestra economía. En fin, a ver si por lo menos Antonio Romera se queda con su nieta.

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