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Crónica:LA CRÓNICA
Crónica
Texto informativo con interpretación

El negocio inmobiliario cambia de marcha

Está el cronista esta semana como el asno de Buridán: perplejo e indeciso ante dos asuntos de actualidad, a cual más apremiante. De un lado, el descrito como "lodazal" de la corrupción política que tanto acrece y fastidia al PP valenciano, y, de otro, el próspero sector inmobiliario, abocado a un cambio de coyuntura que, a juicio de los expertos, le obliga a modificar los patrones de conducta que vienen observándose y que se resumen en ocupar territorio sin muchos miramientos, apilar atobones y hacer caja en una suerte de orgía financiera que se ha prolongado durante el último decenio. Un largo ciclo de prosperidad que está revelando signos de fatiga y que exige innovaciones -cuanto menos de mercadotecnia-, tal como opinan los profesionales más cautelosos y experimentados. Nadie habla de crisis, por no mentar la bicha y porque no hay que alarmar, pero aseguran que es hora de atarse los machos.

Tan macroeconómica novedad, unida a la feria inmobiliaria del Mediterráneo que hoy se clausura, nos inclina a glosar el sesgo urbanístico que se atisba y palpa. Por lo pronto, y como rasgo positivo de cuanto acontece en el universo del ladrillo, fuentes del mentado certamen prevén que la demanda de vivienda vacacional crecerá un 25% en los próximos cinco años y que hay 800.000 familias europeas que quieren jubilarse en el País Valenciano. Un buen trozo de pan para los promotores, que deberían preocuparse de que no faltasen médicos gerontólogos, algo que se conseguiría, ciertamente, a poco que se les retribuyese con decencia. En todo caso, sea con ese tremendo aluvión familiar, u otro más moderado, ya se ve que no hay razón para el desánimo a corto plazo.

Sin embargo, no todo son alegrías. Los informes bancarios -y esas antenas son de una sensibilidad extremada- vienen pronosticando el cambio a la baja en el sector inmobiliario y así lo ratifican algunos empresarios de solera que conocieron los agobios de mediados de los 70 y comienzos de los 90, cuando las ventas se frenaron súbitamente, dejando en el arroyo a no pocos. Parece obvio que ya no podrán repetirse aquellos malos tragos porque el sistema ha generado sus defensas y todos los agentes están más avisados, dicen. El venerable y lúcido J. K. Galbraith nos tiene aleccionados acerca de cuán poco han servido estas experiencias y cautelas para evitar la ineluctabilidad de las crisis, bolsistas o generales. Pero toquemos madera y conservemos la calma, sin cerrar los ojos, eso sí.

Y conviene que no los cerremos porque, a la previsión anotada, hay que agregar las constadas caídas en la petición de licencias este año, según un estudio de la Fundación Cajas de Ahorros, así como el encogimiento de la inversión extranjera que ha venido arramblando con todo lo que se construía. Ahora el caudaloso cliente busca la plus valía en otros parajes del Mediterráneo más rentables, lo que se traducirá en un crecimiento más moderado de la venta de vivienda vacacional por estos lares. Un crecimiento que exigirá, además, más profesionalidad y mimo a la hora de vender, pues el comprador será cada vez más exigente.

Sumemos a lo dicho el doble palo que nos acaba de asestar la Unión Europea, poniendo de chupa dómine la Ley Reguladora de la Actividad Urbanística (LRAU), que con tan asombroso cinismo le endosa el PP al PSPV, cuando son los populares quienes, desde 1995, recién promulgada, han explotado todas las perversiones de su articulado. A esa norma y también a la que ha de sustituirle, la Ley Urbanística Valenciana (LUV), que sigue incumpliendo la legislación comunitaria y que obliga a decretar una moratoria urbanística, tal como viene pidiendo la oposición ante el caos enloquecido de los planes de actuación urbanística (PAI). Una medida esta, que añadida a la anotada desaceleración económica, quizá contribuya a impedir que se asfalte todo el país y se trastrueque geológicamente su morfología y paisaje. Algo que habremos de agradecérselo al mercado -¡vaya por Dios!- y a las instituciones comunitarias de Europa, pero no a nuestros gobernantes, encelados en edificar a todo trance, como si les fuese en ello su propio patrimonio. ¿Será eso?

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