La astronomía europea y las infraestructuras
Desde que se inició la era espacial a finales de los años cincuenta, nos hemos acostumbrado a ver la Tierra como uno de los nueve planetas de nuestro sistema solar: una hermosa esfera azul, en más de un 70% cubierta de océanos, que flota en la inmensidad del espacio. El objetivo final de la investigación astronómica es comprender la estructura de nuestro universo y el lugar que ocupan nuestra tierra y sus habitantes en el espacio y el tiempo. ¿Cómo aparecieron el universo y todo los objetos que contiene, desde las estrellas y los planetas hasta las galaxias y los cúmulos de galaxias? ¿Y cómo se originaron durante el desarrollo del cosmos los átomos y las moléculas con los que se formaron nuestro planeta y nuestros cuerpos?
Para responder a estas cuestiones fundamentales los astrónomos necesitan contar con los mejores telescopios terrestres e instrumentos espaciales para medir todas las radiaciones del universo: las que pueden penetrar en la atmósfera terrestre, como la luz visible y las ondas radioeléctricas, y las que no pueden hacerlo, que van desde los rayos X a los infrarrojos. Los astrónomos europeos ya se dieron cuenta hace más de 40 años de que las inversiones necesarias para acceder a la mayoría de estos instrumentos superaban con mucho los medios de cada uno de los países y que sólo la colaboración europea podía garantizar el acceso a los más avanzados telescopios ópticos y a otros instrumentos espaciales. Esta conciencia condujo a la constitución, en 1960, del Observatorio Europeo Austral (ESO, en sus siglas inglesas, como todas las posteriores) y de la Agencia Espacial Europea (ESA). Gracias al primero, que comenzó teniendo cinco países miembros y que en la actualidad cuenta con 12, ahora los astrónomos europeos pueden acceder al telescopio terrestre más grande del mundo para la observación en luz visible, el Telescopio Gigante (VLT) de la montaña de Paranal, en el norte de Chile, que es el país del mundo con los cielos más claros. Y gracias a la ESA, y a sus 17 Estados miembros, los científicos espaciales y los astrónomos europeos pueden utilizar los más importantes instrumentos del mundo para observar el espacio, que van desde el telescopio espacial Hubble, en cuyo consorcio participa la ESA, hasta los observatorios gigantes de rayos X y gamma, XMM-Newton e Integral. En un futuro próximo también tendrán acceso al observatorio gigante de infrarrojos Herschel, así como a misiones no tripuladas al planeta Marte, como la Mars Express, y a cometas y asteroides.
Aunque éstas son instalaciones hermosas y avanzadas, en el futuro se precisarán otras aún más sofisticadas. La búsqueda de planetas y de vida en otras estrellas, la investigación del origen de las galaxias en los inicios del universo y de la naturaleza de la misteriosa materia o energía oscura que domina la evolución del mismo, requerirán de telescopios mucho más sensibles que los actuales. Esto significa contar con telescopios cuyas áreas colectoras sean entre 10 y 100 veces más grandes que las actuales. Ejemplos de ello son el radiotelescopio de un Kilómetro Cuadrado de Matriz (SKA, siglas inglesas), con un área colectora de un kilómetro cuadrado, o el Telescopio Extremadamente Grande (ELT), un telescopio óptico cuyo espejo primario tendrá un diámetro de entre 30 y 100 metros.
El año pasado, un comité de expertos de la OCDE dictaminó que estos futuros telescopios eran una de las dos prioridades principales de la astronomía terrestre mundial en las próximas décadas. Para diseñar y construir estos aparatos hará falta un periodo mínimo de entre 10 y 20 años. Las inversiones que se necesitarán son tan enormes que probablemente Europa no podrá acometerlas sola y habrá que constituir consorcios mundiales, dirigidos por Europa y Estados Unidos.
En el ámbito espacial, esas iniciativas mundiales no son nuevas y el telescopio espacial Hubble y la Estación Espacial Internacional (ISS) son ejemplos destacados de ello. En cuanto a la astronomía terrestre, ya hay un ejemplo a este respecto: el Gran Conjunto Milimétrico de Atacama (ALMA), una colección de 50 telescopios capaces de medir longitudes de onda milimétricas que se está construyendo actualmente a 5.000 metros de altura, en los Andes chilenos, y que estará en pleno funcionamiento en torno a 2012. El proyecto representa una colaboración entre el ESO, la Fundación Nacional para la Ciencia de EE UU y otros países como España, Japón y Canadá, todos ellos participantes en su financiación.
El ESO pretende desempeñar un papel similar en la realización del ELT, aunque probablemente su presupuesto sea insuficiente para sufragar toda la aportación europea y habrá que encontrar otra fuente de financiación. Aún no se ha concretado en absoluto quién va a costear el radiotelescopio homólogo del ELT, el SKA. En Europa, la radioastronomía de ondas más largas no cuenta con organizaciones similares al ESO o a la ESA. Si Europa quiere mantener su papel de liderazgo mundial en la radioastronomía, que tan bien ilustran los descubrimientos generados por la colaboración europea en el estudio de los púlsares, se necesita urgentemente establecer una organización de ese tipo que pueda acceder a los fondos estructurales de la UE.
Edward P. J. van den Heuvel es catedrático de Astronomía en la Universidad de Amsterdam, (Holanda), y miembro del Gran Jurado del Premio Descartes 2005.
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