Cuando las voces ganan la partida
Si la ópera es el arte de las artes ello se debe a que lo combina todo: la música, la palabra y el teatro. Hay figurines y decorados, y los cantantes deben actuar para ser creíbles con arreglo a unas indicaciones escénicas. Si algo de eso falla, la ópera se queda en tres cuartos o en la mitad de lo que propone. Hay quien piensa, y con razón, que del foso sube la esencia del espectáculo para materializarse en las voces. Bueno, pues en Bilbao, el sábado, la teoría quedó de nuevo demostrada.
La producción importada de la Staatsoper de Viena por la ABAO responde a la general falta de imaginación de tan gran teatro, y lo mismo serviría para Don Giovanni que para Idomeneo, La clemenza di Tito u otras cien óperas. Tampoco Roberto de Simone -o Mariano Bauduin, responsable del montaje bilbaíno- hace nada por dirigir a los cantantes como actores. La variación del vestuario para demostrar la permanencia del mito es completamente inútil como idea. Muestra máxima de tan débil planteamiento es la definitiva caída de Don Giovanni, de una pobreza acongojante.
Don Giovanni
De Mozart. Intérpretes: Kwiecien, Held, Pirgu, Blancas, Sala, Stoyanova, Poulis, Röhlig. Coro de Opera de Bilbao. Real Filharmonía de Galicia. Escenografía: Nicola Rubertelli. Vestuario: Zaira de Vincentiis. Director musical: Antoni Ros Marbà. Director de escena: Roberto de Simone. Temporada de la Asociación Bilbaína de Amigos de la Ópera. Palacio Euskalduna. Bilbao, 19 de noviembre.
Otra cosa, por fortuna, son las voces y la dirección musical. Ésta, como era de esperar en Ros Marbà, es seria, honda, más demorada en el primer acto que en un segundo más vivaz, y responde al criterio solidísimo del maestro catalán. La Real Filharmonía de Galicia se muestra, además, como una excelente formación, una sorpresa para quien no la hubiera escuchado antes. En las voces está la gran apuesta de esta función a la que salvan con nota altísima unos cantantes jóvenes pero sobradamente preparados.
Empezando por el Don Giovanni del polaco Mariusz Kwiecien, que sabe muy bien qué personaje quiere: rotundo y fresco a la vez, ágil y claro en el recitativo. Alan Held fue un estupendo Leporello, que hizo un Catálogo cruel y despiadado contra la Doña Elvira de una Ángeles Blancas muy en su sitio y que supo hacerse con su papel a pesar de que De Simone la presenta como medio boba en Ah! chi mi dice mai. Luego, ella y Ros le dieron un adecuadísimo clima handeliano -perfectamente pertinente- al Non ti fidar. Krassimira Stoyanova fue una sensacional Doña Ana, de color ideal para el papel, magnífico su Non mi dir. Ofelia Sala, como Zerlina, demostró, una vez más, que posee una línea, una musicalidad y una capacidad expresiva admirables.
Como el Don Ottavio del albanés Saimir Pirgu -25 añitos-, que cantó formidablemente sus dos comprometidísimas arias, dando una lección, sobre todo, en Dalla sua pace. Irreprochable el Masetto de Lee Poulis y correcto el Comendador de Friedemann Röhlig. Todos y el director musical nos dieron una gran noche de canto y la muy satisfactoria sensación de asistir a la revelación de una interesantísima generación de cantantes.
Babelia
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