Leopoldo de Luis, poeta social
El poeta y crítico literario Leopoldo de Luis falleció ayer en Madrid a los 87 años, según informó Efe citando fuentes del Instituto Cervantes, institución en la que su hijo, el también poeta Jorge Urrutia, ejerce como director académico. Durante años, el nombre de Leopoldo de Luis estuvo asociado a una obra mítica en la literatura española del siglo XX: la antología de la poesía social que, en 1965, consagró una tendencia de compromiso antifranquista y escritura crítica en la que descollaron Gabriel Celaya y Blas de Otero pero a la que no fue ajena la mayoría de los autores de la posguerra: de José Hierro a José Ángel Valente pasando por Ángel González o Jaime Gil de Biedma. Todos esos nombres estaban en una selección que quiso certificar el auge de la poesía como arma de futuro y que para muchos resultó ser su certificado de defunción: vio la luz cuando el esteticismo de los novísimos llamaba a la puerta. En aquella antología sólo faltaba un poeta: su autor. Pudorosamente, De Luis no se incluyó en la nómina pese a ser uno de los pocos a los que nunca molestó el calificativo de "social". Eso sí, lejos de toda ingenuidad: "Las revoluciones", dijo, "no se han hecho nunca con poemas, pero la solidaridad es un deber".
La vida de Leopoldo de Luis, nacido en Córdoba en mayo de 1918 y recriado en Valladolid, quedó marcada por el estallido de la Guerra Civil en la que, según sus propias palabras, participó "con todas sus consecuencias". En efecto, a su participación en la contienda -soldado republicano, autor de romances de urgencia- siguieron las consecuencias: condena y reclusión desde 1939 hasta 1942. "Mi juventud ha sido fusilada. / No se fusila nunca a un hombre solo, / caen poco a poco nuestras propias vidas. / Miro de forma extraña, si os dais cuenta; / desde la muerte miro de los otros, / desde mi muerte en cada uno de ellos". Estos versos de 1961 -incluidos en un libro irónicamente titulado Juego limpio- son el autorretrato de un hombre cuya vocación eran las leyes y la enseñanza pero que tuvo que conformarse con que su padre hubiera sido abogado y su hijo fuera profesor.
Empleado en una compañía de seguros en la primera posguerra, Leopoldo de Luis se volcó pronto en la literatura, un campo en el que su trabajo como antólogo y crítico eclipsó durante años su propia labor como poeta. La obra de Antonio Machado y la de sus amigos Vicente Aleixandre y, sobre todo, Miguel Hernández fue objeto de una pasión de lector y estudioso que desde siempre alternó con la escritura de creación. En 2003, el Premio Nacional de las Letras Españolas reconocía esa doble vertiente. Ese mismo año, la editorial Visor había reunido en dos tomos su obra poética completa. Más de mil páginas y más de treinta libros de versos son seguramente demasiados para cualquier poeta, incluidos los más incontestables. Intenso como pocos, la poesía es un género que soporta mal la extensión. Con todo, esos dos volúmenes tienen algo de acto de justicia para un autor que, desde que en 1946 publicara Alba del hijo, cultivó una poesía crítica de corte existencial en la que el sentimiento individual busca el diálogo con la vivencia colectiva. La vida la fue tiñendo de conciencia de la muerte. Así son títulos suyos como Huésped de un tiempo sombrío, Teatro real o Igual que guantes grises, Premio Nacional de Literatura en 1979. Hace apenas dos años fechó sus últimos poemas. Lejos de pensar que un mundo mejor es ya el mejor mundo, todavía en los años ochenta publicó Del temor y de la miseria, un título tomado del deseo que recoge la Declaración Universal de Derechos Humanos de que llegue un mundo en el que los hombres, liberados del miedo y de la pobreza, "disfruten de la libertad".-
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