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Columna
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Salud

Las relaciones entre los empresarios y los socialistas gozan de buena salud. El líder del primer partido de la oposición Joan Ignasi Pla se reunió con bastantes empresarios valencianos en un encuentro auspiciado por la Asociación para el Progreso de la Dirección (ADP). No sé lo que ocurrió en el almuerzo convocado en el mismo hotel donde se desarrolló una cita similar, en aquella ocasión protagonizada por Jordi Sevilla, ministro de Administraciones Públicas en el gobierno de José Luís Rodríguez Zapatero y barón valenciano en la Administración Central del Estado. Únicamente nos falta recibir con pompa y boato a la secretaria de economía en la ejecutiva socialista en la calle Ferraz, Inmaculada Rodríguez, y que es la mujer fuerte del PSPV en Madrid. Todo indica que los motores de ponen en marcha cuando la apatía y la sensación de aburrimiento embarga la capacidad de entusiasmo en torno a la marcha de la economía valenciana. No hay ilusión sino acoplamiento, ante un panorama en el que los índices de crecimiento dan síntomas de agotamiento, por más que las cifras son positivas, arrastradas por la construcción y el consumo, dos puntales sobre los que la actividad empresarial ha basado su capacidad de insuflar ímpetu a las magnitudes económicas más significativas.

La salud de la economía, tanto de la Comunidad Valenciana como en el resto de España, es buena, mas no podemos dejar de mirar de reojo esos otros indicadores que no se comportan de forma ascendente ni prometedora. Entre los temas más primordiales para los valencianos se encuentra el estado de la salud, mientras el paro, el terrorismo o la droga mantienen su posición dominante inmediatamente a la zaga del sistema sanitario.

Los ciudadanos del siglo XXI sabemos que el sistema de salud debe afrontar al menos cuatro riesgos: el riesgo de enfermar; el riesgo de ser incapaz de cuidarse adecuadamente cuando se enferma; el riesgo de enfermar precisamente porque uno no está atendido por sus dolencias y el riesgo de perder sus ingresos por la única razón de que se ha enfermado. El primer riesgo promueve la prevención. El segundo impulsa las condiciones de acceso a la medicina en sus estado más puro. El tercer riesgo se refiere al caso de que se produzca un accidente médico y el último nos lleva a asumir las consecuencias sociales que tiene sobre los individuos la enfermedad que padecen.

Las políticas de la salud han venido siendo acciones de prevención, que se han llevado a cabo en diversos aspectos que incluyen la aportación de ingresos a las personas que enferman. La sociedad de hoy en algunos casos actúa con una desfachatez inaceptable a la hora de afrontar la enfermedad, la incapacidad y las consecuencias que se derivan de la pérdida del estado satisfactorio de salud. Se necesitan más recursos y mejores políticas. La pérdida de la salud, no sólo del individuo, sino también de su entorno próximo (pareja, descendientes, personas mayores, hermanos y amigos) pone en serio peligro la integridad y el equilibrio de quien se ve afectado por esta circunstancia. La salud para los ciudadanos, como para la sociedad que los alberga es decisiva, hasta el punto de que su futuro depende de que se mantenga en condiciones aceptables, de forma que les permita desarrollar una vida física y anímicamente confortable.

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