Lidiar con Mihura
VICENTE MOLINA FOIX
Todos los días paso frente a la casa de Miguel Mihura, en un edificio medio-burgués y sin pretensiones de la calle del General Pardiñas, cerca de donde vivo. Allí está la mortecina placa romboidal con la que el Ayuntamiento rememora a sus ilustres hijos nativos o avecindados, siendo Mihura de los primeros y uno de los más orgullosos de tal circunstancia. En Mis memorias, el escritor se jacta de que Madrid fue inventada para que él naciese en ese lugar soñado por el resto del mundo: "A la gente lo que le gusta es vivir en Madrid y dejarse de estar en provincias, paseando como una tonta por la calle Nueva o por el Malecón, y venga a bostezar". Su madrileñismo desaforado le hizo incluso profeta del urbanismo, pues anticipó tiernamente, en un diálogo ficticio con un tal Cecilio, el viacrucis viario que sufrimos desde el inicio del manzanato: "Los agujeros, los hoyos, las cuestas y los montoncitos de arena" de su ciudad, que en eso sigue siendo la nuestra.
Mihura tiene leyenda. De sublime vago, de vividor, de gran bebedor -"había decidido nacer en Madrid porque pensé que era el sitio que me cogía más cerca del bar Chicote"-, de mujeriego, habiendo sido una de sus muchas amantes Sara Montiel, quien en su propio libro de memorias Vivir es un placer se derrite en elogios sobre Miguel, "el primer hombre auténtico de mi vida". También de renovador reaccionario, pues el apóstol, con Tres sombreros de copa, del teatro del absurdo (en la autorizada opinión de Ionesco), odiaba todo lo que sonase vanguardista, cayéndole especialmente antipáticos Brecht, Beckett y -en esto uno simpatiza con él- Fernando Arrabal, del que dijo con venenosa sorna: "Gila lo ha hecho mucho mejor que Arrabal".
Pero, aparte de leyenda, ¿tiene Mihura sustancia? Yo leí el verano pasado, con enorme aunque desigual placer, la monumental edición (más de 1.600 páginas) de su Teatro completo, publicada hace unos meses por Cátedra en una buena edición anotada de Arturo Ramoneda. Su humorismo matón, un poco falangista, se ha quedado obsoleto en la prosa, recogida en otros libros hoy inencontrables, pero en sus comedias, incluso en las más perezosas, el genio está en activo, y hay en casi todas demonio, carne y mundo, mundo propio. Tres sombreros de copa sigue siendo su gran pièce de résistance, pero ya que esa pieza la tiene enfeudada Gustavo Pérez Puig, ¿por qué no hemos visto en este año del centenario otras obras suyas bien montadas por directores realmente buenos, con grandes actores, en decorados de calidad, sin caspa, sin el ajado pelo del astracán?
Así llegamos a la polémica. El Teatro Español, en una iniciativa variada y amplia que incluía una exposición (aún abierta), coloquios, proyecciones, espectáculos escritos por otros a partir de los del maestro, prefirió, en lugar del montaje de una de sus comedias, un maratón de lecturas escenificadas de todas ellas, encomendado a primeras figuras de la escena española. La idea era ocurrente, pero disgustó a la heredera de Mihura, teniendo que cancelarse. Tampoco el Centro Dramático Nacional (CDN) con base en el María Guerrero ha querido rescatar a Mihura.
Y claro que hay un Mihura rescatable, incluso o "sobre todo" por un gran teatro institucional. Además de Tres sombreros de copa, Ni pobre ni rico, sino todo lo contrario es estupenda en el humorismo gamberro y dislocadamente poético que caracteriza al autor hasta bien entrados los años cuarenta, aunque hay quienes prefieren sus dos comedias históricas ¡Sublime decisión! y La bella Dorotea, esta última ya de los primeros sesenta, cuando, a partir de Ninette y un señor de Murcia, se extiende el mihurismo más facilón.
Para mí, su obra maestra en una alta, altísima comedia, A media luz los tres, estructurada a lo Noel Coward y perfumada a lo Edgar Neville, quien la dirigió en su estreno (1953) contando con Conchita Montes, Pedro Porcel y Rafael Alonso; nada menos. Me habría gustado verla representada ahora sin escatimar medios y sin pedir disculpas, como el CDN de otros tiempos hizo con Jardiel (su Eloísa, su Madre, dirigidas por Plaza y Belbel). O como hacen el National Theatre, la Schaubühne de Berlin o la Comedie Française con Kaufman, Feydeau o Guitry. En 2007 se cumplirán 30 años del fallecimiento de Mihura, y con lo que aquí gusta celebrar las muertes, igual se espera a entonces para darle una nueva vida a su teatro.
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