Revisionismos
Ni uno sólo de mis alumnos siguió por la televisión el debate parlamentario sobre el Estatuto de Cataluña. No lo digo como reproche. Seguro que ningún parlamentario de los que en esa noche hablaron o gesticularon desde sus asientos pensaba en los adolescentes españoles.
Y, sin embargo, el debate entre el Presidente del Gobierno y el líder de la oposición parlamentaria puso al descubierto dos concepciones sobre la soberanía que constituyen el talón de Aquiles de nuestro régimen constitucional de convivencia. Y el conocimiento de este punto de fragilidad del sistema debiera ser de enseñanza obligatoria para los aprendices de ciudadanos.
Criticó el jefe conservador al gobierno por no dejar claro ante el Parlamento catalán cuál es el verdadero origen de la soberanía: que el pueblo español no es soberano porque lo diga la Constitución sino porque previamente existía una Nación española soberana. Dicho en términos didácticos: la soberanía nacional precede a la soberanía popular como el huevo precede a la gallina.
El Presidente del Gobierno replicó que el artículo 1 de la Constitución no justifica la soberanía en la Nación sino en el "pueblo español", es decir, en la ciudadanía, como fuente de la que emanan todos los poderes del Estado. De forma que la Constitución y, sólo con ella, la Nación española con las nacionalidades y las regiones que la integran, son fruto de la decisión de los ciudadanos existentes que forman el pueblo español.
Rajoy abrió la puerta al revisionismo de la frágil fórmula contenida en el artículo 1 de la Constitución. Días después, el filósofo Gustavo Bueno arengó al personal diciendo que "el pueblo español está sometido a la Nación porque ésta contiene a nuestros muertos y a nuestros hijos". ¡Qué fuerte!
Tamaña frase me ha hecho comprender la bondad magistral de la fórmula sumatoria empleada en la Constitución. Es verdad que recuerda la cuadratura del círculo; pero más difícil me parece contar con la bendición de los patriotas muertos y de los patriotas por nacer.
Y es que una cosa es preservar la memoria de los muertos y otra bien distinta invocarlos en las disputas entre los vivos a quienes ni siquiera conocieron. Este tipo de invocación a los muertos debería estar prohibida por las autoridades sanitarias. Tanto si se trata de víctimas de algún terrorismo como de reyes que hayan conquistado Granada.
Por eso Rajoy me preocupa tanto como los soberanistas periféricos. Ni uno ni otros son gente violenta. Pero otros que les siguen sí lo son.
Apenas hay fascistas en la España actual y la mayoría se encuentran en Euskadi y Cataluña. Pero en el resto de España están resurgiendo los nacionalismos. Y de todos ellos, el nacionalismo español es el que tiene unos antecedentes más preocupantes.
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