Las Vueltas de los milagros y los precedentes de Aitor González y Santi Pérez
El siglo XXI le sienta fatal a la Vuelta en lo que a asuntos de dopaje se refiere. Son Vueltas en las que anualmente se suceden revelaciones, apariciones fulgurantes de corredores que llegan para dar una nueva esperanza a los aficionados, quienes poco después contemplan con horror que una vez más sus esperanzas eran vanas. Con ellos, con sus tristes andanzas, el ciclismo español, que se niega a creer que los tiempos deben cambiar, muestra su cara más real.
Ángel Casero ganó la Vuelta de 2001 con las bielas de Luigi Cecchini, afamado preparador italiano, y los consejos de Eufemiano Fuentes, médico de larga experiencia y sabiduría, y semanas después desapareció del mapa, como si la tierra lo hubiera tragado. No volvió a ser el mismo. Aitor González, que había dado muestras de clase en el Giro y en el Tour previos, pero que carecía de pedigrí escalador, ganó la Vuelta siguiente, la de 2002, con exhibiciones en la montaña, y se sumergió en una oscuridad de la que sólo resurgió hace unos meses, ganando en mayo la Vuelta a Suiza. En agosto y en septiembre dio positivo en dos ocasiones, en vísperas de la Vuelta y durante la Vuelta. En 2003 el nombre nuevo fue el de Isidro Nozal, fenomenal rodador cántabro con grandes credenciales como gregario que sólo en la última cronoescalada al monte Abantos sucumbió ante la clase escaladora de Roberto Heras, quien allí logró su segunda Vuelta. En 2005, Nozal, deprimido, sufrió un control de hematocrito que le obligó a 15 días de descanso obligatorio. En 2004 el nombre nuevo fue el de Santi Pérez, un José Manuel Fuente revivido que, llegado de ninguna parte, a punto estuvo de acabar con Heras en Navacerrada. Semanas después sufrió un control positivo por transfusión de sangre.
Si se confirmara el positivo en el contraanálisis, Heras no sería el primer corredor que perdería la victoria varias semanas después de coronarse campeón en el paseo de la Castellana por un problema de dopaje. Ya en 1982 sufrió Ángel Arroyo, en beneficio de Marino Lejarreta, similar ignominia. Pero aquello fue otra historia. En 1983, Arroyo, rehecho, terminó segundo del Tour. Heras, en cambio, se había convertido en un pequeño rey en España. Hasta que, tristemente, también cayó.
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