Los 100.000 subsaharianos que todo el mundo ve
El senegalés Abu Bakar es consciente de que sus conocidos españoles tienden a imaginarlo agonizante en el fondo de una patera, malherido junto a la valla de Ceuta o deshidratado en el desierto del Sáhara. Pero lo que más le preocupa es que esas tragedias, repetidas día tras día en los medios de comunicación, lleven a la gente a creer que los subsaharianos están invadiendo el país, cuando la realidad es que tan sólo 103.142 de los 2.597.014 inmigrantes que residen de forma legal en España proceden del África subsahariana, según datos del 1 de octubre.
A Abu Bakar le indigna que esa minoría, que no alcanza el 4% de los extranjeros, se haya convertido en la cara visible de la inmigración: "¡Como si aquí sólo entráramos clandestinamente los negros!", exclama este hombre de 30 años, grande como un armario, que trabaja en una empresa de limpieza de Madrid.
El 50% de los subsaharianos utiliza España como vía de paso hacia sus antiguas metrópolis coloniales, cuya lengua comparten
No le falta razón. A pesar de su variada procedencia nacional, los subsaharianos representan una minoría frente a colectivos como el marroquí, que suma 473.048 personas. O frente al ecuatoriano, que alcanza las 333.251. Incluso su número es menor al de los rumanos (174.590). Y es verdad que, al igual que aquéllos, el 95% de todos esos extracomunitarios ha entrado en España irregularmente, si bien de forma menos arriesgada: en avión o en autobús.
Hay, sin embargo, una diferencia: mientras la práctica totalidad de los inmigrantes procedentes de otras zonas del globo llegan al país para quedarse, el 50% de los subsaharianos sólo lo utilizan como vía de paso hacia sus antiguas metrópolis coloniales, cuya lengua comparten. Así se explica que sólo la mitad de los 7.697 que arribaron en patera en 2003 y de los 7.537 que lo hicieron el año pasado aparezcan reflejados en las altas del Padrón municipal, tras las inscripciones masivas provocadas por el proceso de regularización que promovió el Gobierno a comienzos de año.
Pero la tragedia ha colocado a los subsaharianos bajo el foco de la opinión pública. Las órdenes de expulsión contra ellos son imposibles de cumplir, porque sus Estados se niegan a reconocerlos como ciudadanos, y eso ha desterrado a muchos al peldaño más bajo de la escala de los inmigrantes: sobreviven entre la marginación y la delincuencia. Son mayoría en los albergues para indigentes, en las mesas de los comedores de caridad, en las ventas del top manta, en la prostitución callejera... y en los cementerios de las costas andaluzas y canarias.
La atención que muestran hacia ellos los medios de comunicación no corre paralela a la que les dedican las ONG, según denuncia Luis Alberto Alarcón, portavoz de Fundación Vida-Grupo Ecológico Verde. Esta organización, que desde hace cinco años trabaja con los inmigrantes negros de África y de América, acusa a las grandes ONG de "traficar con la miseria a través del fomento de imágenes paupérrimas y degradantes" de los inmigrantes subsaharianos, "lo cual fomenta la idea de que sólo son portadores de miseria, pobreza y marginación, y de que vienen para usurpar el bienestar ajeno".
Al igual que Abu Bakar, Khady es senegalesa. Tiene 27 años y trabaja en una peluquería de la calle Montera, en el centro de Madrid. Cuenta que llegó a España hace cuatro años, en avión. "Antes de intentar entrar como esa pobre gente de Ceuta y de Melilla, preferiría quedarme en mi país", asegura. Con 26.276 personas regularizadas, los senegaleses son la comunidad subsahariana más numerosa de España. Tras los senegaleses figuran los nigerianos (15.779) y los gambianos (15.278). Estos tres grupos suman el 55,5% de la inmigración subsahariana.
Cada uno de esos colectivos presenta características diferenciadas. Entre los senegaleses, el porcentaje de mujeres es muy bajo: 18,8%. Los más jóvenes son los nigerianos, con una media de edad de 29 años. Y los gambianos presentan el mayor número de nacidos en España: 4.647. Los senegaleses trabajan sobre todo en la agricultura; los gambianos, en el comercio, y los nigerianos, en la construcción.
Los líderes africanos corruptos
Bram tiene 40 años, nació en Nigeria y desde hace tres años trabaja como portero en un edificio. Lo ocurrido en las vallas fronterizas de Ceuta y de Melilla le provoca una profunda indignación. "Lo que los europeos han visto allí es el último intento de supervivencia de unas personas desesperadas". En contra de la opinión dominante, Bram no cree que las ayudas al desarrollo europeas sean una solución para evitar la inmigración de los subsaharianos: "La comunidad internacional debería abordar el verdadero problema: los líderes africanos y su corrupción".
James nació en Gambia hace 28 años y desde que llegó a España trabaja en los invernaderos de Almería. "Los tiros de los gendarmes marroquíes no detendrán la llegada de africanos a Europa. Seguiremos intentándolo. ¿Qué podemos hacer? No tenemos otra opción".
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