Consejos para un príncipe
EN ESTOS DÍAS difíciles, cuando don Felipe se ve relegado al tercer plano de la actualidad, por detrás de doña Leonor, incluso por detrás del Estatuto, y del pollo con gripe, es el momento de transmitirle ánimos. Hay mucho monárquico de boquilla por ahí. Nace doña Leonor y gritan: "¡Viva España, a otra cosa, mariposa!". Y ese padre, ¿qué? ¡Que le llevaron al bebé antes de que supiera si era niño o niña! Eso no presagia nada bueno. Don Felipe, Alteza, hágase valer. Se empieza con un "'¡déjame hablar!" y no se sabe dónde se acaba. Es verdad que es Príncipe, y que mucho va en el cargo. Sí. Pero también el Príncipe merece la piedad de una mirada civil y republicana a su paternidad. Vamos por puntos. Consejos para un padre primerizo:
Y ese padre, ¿qué? ¡Que le llevaron al bebé antes de que supiera si era niño o niña! Este dato no presagia nada bueno
La subasta. Es un momento muy importante, en el que se deciden los parecidos. ¿En qué se parece la niña a quién? ¡A saco, don Felipe, a saco! No se me arrugue, que lo que no saquemos ahí no lo sacamos nunca. Lo más preciado son: ojos, nariz, boca y pelo. Lo menos, orejas y pies. Se puede abrir una negociación, pero hay que establecer unas reglas claras. No vale quedarse con parecidos en tres órganos de primera categoría. Es decir, no debe aceptarse nunca la siguiente frase: "Tiene mis ojos, mi nariz, mi pelo y mis orejas; tuyos son boca, pies y carácter". Ni hablar. El carácter pa tu tía. No aceptamos carácter, Alteza. Punto redondo. El carácter, además, cambia; la nariz, no. Un buen resultado en la subasta exige estar atento, y un marcaje uno contra uno de todos los integrantes de la familia, para evitar que, en un despiste, algún pariente espabilado se haga fuerte junto a la cuna y se quede con todo mediante la fórmula: "¡Pero si es igual que ella!". Lo mejor es que se reúnan las dos familias alrededor de la niña, y por turnos se vayan pidiendo un parecido cada uno. Es mejor ordenarse. De lo contrario, antes de que uno se dé cuenta le han soplado parecidos fundamentales, y se encuentra mendigando rasgos espirituales. Por ejemplo: "Es buenecita y dócil como el papá". Ni hablar.
Cuándo dejará de llorar. Nunca. Alteza, créame, es mejor pensar eso: que jamás dejará de llorar. En primer lugar, porque es cierto. Y en segundo lugar, porque, en el hipotético caso de que llegara a darse la circunstancia de que, por una confabulación astral, dejara efectivamente de llorar (nunca debe descartarse esa posibilidad), se aprecia muchísimo más la paz.
¿Son aliadas eternas? Esa alianza de apariencia indestructible entre madre e hija, ¿es impenetrable? Bueno, bueno, Alteza, no necesariamente, pero tampoco crea que nos conviene mucho deshacer esa alianza así, a las primeras de cambio, porque en menos que canta un gallo nos podemos encontrar encargados de biberones nocturnos, y Dios dijo metrosexuales, pero no primos.
Los reyes son los padres. ¿Cuándo decírselo? Difícil decisión, dadas las circunstancias. En su caso son los abuelos, además. Yo qué sé: manténgala en la inocencia todo lo que pueda. Háblele de Papá Noel para ganar tiempo. Y del Estatuto, ni media palabra. Tampoco le hable mucho de los monárquicos.
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