'Dogville' y 'La cena de los idiotas'
EL PAÍS presenta mañana, viernes, y el sábado, por 5,95 euros cada uno, dos filmes muy dispares unidos por su inspiración en el mundo teatral
La colección de Cine Europeo ofrece dos películas dispares aunque ambas inspiradas en el mundo del teatro. Dogville, del audaz cineasta danés Lars von Trier, líder del movimiento Dogma, fue la revelación del festival de Cannes de 2003; en ella, según Ángel Fernández-Santos, el autor "prolonga la acusada, pero todavía oculta, teatralidad de sus obras precedentes, Rompiendo las olas y Danzar en la oscuridad, cuyas exploraciones dentro de las misteriosas rutas de los escenarios hacen posible este filme, que es una asunción ya totalmente explícita de la teatralidad como fuente del lenguaje cinematográfico".
El artificio teatral se ofrece en toda su desnudez: es un espacio vacío, despojado de elementos decorativos, un pueblo pintado con rayas infantiles sobre un suelo negro, donde no hay casas reales ni puertas, ni calles, ni valles, ni montañas. "En los años treinta, huyendo de una banda de gánsteres, una bella y enigmática mujer [Nicole Kidman] es atrapada por los habitantes de una remota aldea de las Montañas Rocosas llamada Dogville; y allí, sabiendo que necesita su protección, las mujeres la convierten en su criada y los hombres en su puta, aceptando la hermosa, elegante y misteriosa dama, con total mansedumbre, la condición de esclava a la que la someten sus protectores". Sin embargo, un inesperado giro final transforma la película en una "reflexión sobre la culpa, la venganza, los premios y castigos", en opinión de Oscar Peyrou.
Dogville es la primera entrega de una trilogía sobre EE UU de la que Manderlay, a punto de estreno comercial, es su segunda parte, y Washington, aún en preparación, será la tercera. "Siendo niño aprendí que si se es fuerte hay que ser también justo, pero no veo nada de eso en EE UU", explica Lars von Trier. "Los norteamericanos me gustan y no creo que sean peor gente que los demás, pero tampoco me parece que el suyo sea mejor que esos otros Estados canallas de los que tanto habla el señor Bush. El poder corrompe. Y son tan poderosos que me gusta hacerles rabiar, ya que, evidentemente, no puedo hacerles daño".
Cine "provocativo, visceral y perturbador", en palabras de Carlos Reviriego, Dogville es "cine con mayúsculas, mágico y seductor, que te hace vibrar, te sacude las entrañas y te conduce a las cimas de la reflexión", en opinión del crítico Miguel Ángel Huerta.
Por su lado, la comedia La cena de los idiotas parte de la obra teatral de Francis Veber Le diner de cons, que se estrenó con mucho éxito en 1993. En su crítica teatral, titulada Morirse de risa, Haro Tecglen resumía el argumento: "Un grupo de amigos celebra regularmente una cena a la que cada uno de ellos invita al más idiota que encuentra. Uno de ellos espera en casa a su invitado para llevarle a la cena cuando le da un ataque de ciática que le impide salir; llega el idiota, se queda con él y comienza a producir desastres, desde la escapada de su mujer hasta el odio de su inspector de Hacienda".
El propio Francis Veber se animó a dirigirla en cine. Tenía algunas buenas películas tras de sí, y especialmente la adaptación de sus obras, siendo La jaula de las locas, llevada dos veces al cine, la de mayor renombre. Tiempo después, Veber lograría otro gran éxito con la comedia Salir del armario. En cuanto a La cena de los idiotas, el público reaccionó con el mismo entusiasmo que lo había hecho en el teatro, y la película logró los más importantes premios franceses de 1999. En España obtuvo igualmente un gran éxito de taquilla, curiosamente provocado por el boca a boca, ya que su arranque comercial fue más que discreto. "Es una comedia sumamente entretenida, hecha con absoluta dignidad, con sentido del gag y de los personajes, que busca y consigue la risa a través de una situación seria", en opinión del crítico Francisco Moreno, con la que estuvo de acuerdo Jesús Ruiz Mantilla: "Brillante, una de las mejores comedias del año. Una imaginación sana que reivindica la risa por medio de la palabra, el gesto y el enredo".
Jacques Villeret, que interpreta al gordito idiota, ganó el César como mejor actor del año, revalidándose como figura de gran popularidad; su muerte el pasado enero, a los 53 años, conmocionó a sus muchos admiradores, especialmente al descubrir, según contó Octavi Martí, que el actor había sido "el clásico payaso que llora: diabético y depresivo, superaba su soledad a base de éxitos y de alcohol".
Babelia
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