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Reportaje:

La lenta agonía de la Mostra

El certamen cinematográfico de Valencia languidece 25 años después de su primera edición y va ya por su octavo director

El 6 de noviembre de 1980 se inauguraba la primera edición de la Mostra de Cinema Mediterrani i Països de Llengües Romàniques, pomposa definición que englobaba la intención de crear "un espacio diferenciado de la cinematografía norteamericana", según la define, desde la distancia que da el paso del tiempo, Vicent Garcés, uno de los ideólogos del festival. Garcés era entonces concejal de Cultura del Ayuntamiento de Valencia y recogió el encargo de Ricard Pérez Casado, alcalde de la ciudad, de organizar "un festival especializado en el cine mediterráneo, un mercado para dichos países y un espacio de debate para los sectores más avanzados de la industria", como recuerda.

Casi 25 años después, el 20 de octubre pasado, la 26ª Mostra de València celebró su gala de clausura en una de las salas del complejo UGC Cine Cité, situado en el Espai Campanar, un centro comercial de la periferia de la ciudad. Al cierre del festival no acudió siquiera la alcaldesa de Valencia, Rita Barberá, cuya presencia en el certamen se limitó a acudir a la inauguración para hacerse la preceptiva foto al lado de Andie MacDowell y Leslie Caron, las dos estrellas internacionales que sirvieron de reclamo para la prensa y cuya visita a Valencia costó 60.000 euros del presupuesto del certamen.

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Entre esas dos fechas media un abismo. Y no es el cuarto de siglo transcurrido. La Mostra languidece y a nadie parece importarle. Cuatro directores en los últimos cinco años y una indefinición en sus contenidos y en sus propuestas son el resultado de una lenta agonía que parece no tener fin.

La Mostra gozó de un cierto prestigio durante sus nueve primeras ediciones, que dirigieron sucesivamente Josep Pons, Francisco Carrasco y José Luis Forteza. Como festival especializado, programó películas de países del arco mediterráneo en su sección oficial, pero el resto de los ciclos pivotaban en torno al Mare Nostrum, en un intento de crear una identidad común, "un punto de encuentro", según la definición de Garcés, entre cinematografías unidas por el mar. En los dos años siguientes, bajo la dirección de José María Morera, la Mostra comienza a dar signos de agotamiento, envuelta en polémicas y discusiones políticas.

Los diez años siguientes, los que marcan el desarrollo posterior de la Mostra, correspondieron a Lluís Fernández, quien dio un giro hacia la modernidad en los contenidos que no fue excesivamente bien recibido por la industria audiovisual valenciana. "En Valencia hay intereses adquiridos por los que parece que esto es de ellos y, si no lo organizan ellos, no es bueno", señala Fernández, cuya intempestiva salida de la dirección del certamen acentuó la crisis de identidad de éste.

Entonces llegó Jorge Berlanga, auspiciado por su padre, con intereses en el proyecto de la Ciudad de la Luz. La etapa de Berlanga al frente del festival fue tempestuosa y sobre ella hay un oscuro pacto de silencio por el que nadie quiere pronunciarse. Una fuente, que prefiere no revelar su identidad y que estuvo implicada en el equipo de organización del certamen en aquella época, reveló a este periódico que "el principal problema del festival es que no existía un equipo de producción, además de que el apoyo del Ayuntamiento a la gestión de Berlanga era nulo". Berlanga sufrió en sus carnes problemas relacionados con "ajustes presupuestarios, tardanza en la adjudicación de los concursos para las empresas que debían elaborar el catálogo o los libros y presiones para traer a Valencia estrellas de postín", según la misma fuente.

La gestión de Berlanga acabó como el rosario de la aurora, pero no tuvo un final muy diferente de la de José Antonio Escrivá. Pese a contar con la confianza del equipo municipal, Escrivá hubo de abandonar la dirección del certamen dos años más tarde de su nombramiento, entre acusaciones de presunta malversación de fondos. Le sustituyó el que había sido su subdirector, Juan Piquer Simón, que ha intentado la enésima regeneración de la Mostra "con una apuesta por el cine", según un miembro de la organización.

Con un presupuesto que dobla al segundo certamen cinematográfico de la Comunidad Valenciana, Cinema Jove, y cuadriplica al del Festival de Peñíscola, la Mostra no puede resistir la comparación cuando se la equipara con el resto de festivales especializados españoles. El año pasado fue el tercero con mayor dotación económica, tras San Sebastián y Málaga, y, tras el recorte presupuestario de este año, es el quinto con mayores recursos. Aun así, pese a su lenta agonía, nadie piensa que la Mostra vaya a morir, al menos a corto plazo, porque, como dice Garcés, "tiene un espacio dentro del panorama cinematográfico que impide su muerte".

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