Un adulterio mental
No cabe dudar de que la vida matrimonial -con sus compromisos de lealtad y respeto, sus calladas frustraciones y las equívocas emociones de satisfacción e infelicidad- es un tema muy provechoso y tal vez inagotable. Un territorio donde el alma dilucida su íntima necesidad de reconocimiento o su adhesión a la calamidad. Un ámbito que se resuelve en microcosmos de tensiones sociales, donde la confrontación de los cuerpos verifica los límites del deseo. Nada más social que un matrimonio, precisamente porque su privacidad recoge los síntomas alarmantes de su época.
En la obra de Amos Oz (Jeru
MI QUERIDO MIJAEL
Amos Oz
Traducción de
Raquel García Lozano
Siruela. Madrid, 2005
269 páginas. 18 euros
salén, 1939), en cuanto núcleo de esperanzas y desengaños, el matrimonio es una sinécdoque de la vida política en Israel. Rara es la novela del autor israelí que no se aplique, en mayor o menor grado, al análisis de los defectos y consecuencias de la convivencia conyugal, en el contexto social que la determina. En Mi querido Mijael es la materia principal. La novela puede leerse como una larga carta no enviada de Jana a Mijael, su marido, o bien como la confesión íntima de la pasión inútil de una mujer, consciente de que no existe interlocutor válido; de que nadie, ni siquiera ella misma, comprende fehacientemente sus sensaciones más profundas, la delicadeza de su sufrimiento, real o imaginario, y aún menos la estimulación laberíntica de sus vivencias anímicas. Publicada en 1968, con esta obra Amos Oz se dio a conocer como escritor, y hay que constatar que, tratándose de una primera novela, la precisión lírica, que no condesciende al lirismo, y la prosa flexible y tenue se adapta magníficamente a la sensibilidad femenina en una narración riquísima de matices y evocaciones. Ésta se despliega a lo largo de nueve años, de 1950 a 1959, desde que conoce a Mijael en la facultad hasta que ella advierte la señal que llevará al matrimonio a una disolución definitiva. Mijael es un brillante geólogo, atento en las tareas cotidianas, pero carente de imaginación; Jana es soñadora, enfermiza, con un fervor amoroso que no halla expresión externa, una moderna Emma Bovary que engaña a su marido "con su propio cuerpo". Este adulterio mental es el fundamento tanto de su consolación como de su desgracia. De ahí su rebeldía emocional: "Ser tranquila y sabia: ¡qué desolación!". A la vez sus cambios de humor reflejan su visión de Jerusalén, una ciudad que se modifica y crece ultrajada por la luz blanca y la amenaza de la guerra. Jana no cree que las cosas puedan mejorar; no se siente partícipe de los conflictos políticos; desea disolverse en su propia conciencia. Pero tampoco ahí halla satisfacción: "¿Será verdad que todos, excepto yo, confían en el tiempo, en las intenciones, en los esfuerzos, en la perseverancia, en las metas y en los logros?". Su frustración es anterior a la experiencia del amor, un ejemplo de decepción anticipada, un caso crónico de nihilismo cotidiano.
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