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Columna
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Campo de batalla

Se diría que los estados tienden a diluirse. O, como poco, a competir con un sinfín de instituciones mixtas, novedosas, cercanas y creadoras. Por eso resulta anacrónico que ahora haya regiones que quieran ser estados; que aún traten de llegar, tan rezagadas, a la parafernalia decimonónica de los himnos y las banderas, los llantos patrióticos y los coronelitos. Los tiempos vuelan, y se diría que internet va a finiquitar los sueños que tanto cantaron los poetas nacionales. Sus odas a la identidad: toda esa clasificadora e inútil moribundia.

Se devalúan los estados y florece la comunicación. La palabra libre a través de la red, y de los teléfonos móviles, las noticias, las imágenes. Y por eso en el desierto del Kalimantán -o en los montes de Papúa- todo el mundo sabe quién es Ronaldo, y quién Ronaldinho; y hasta quién es Julio de España, a poco que se lo propongan.

El viejo mundo muere mundializado. Las grandes palabras ahora son pequeñas, y nos sirven mejor: los poetas vuelven más líricos que nunca, aupados en la pantalla del ordenador. Versos, fragmentos, secretos compartidos, fecundos diálogos con alejados e íntimos corresponsales. Las ciudades firman acuerdos con los estados, los estados con las islas a la deriva, las comarcas con la ONU, los obispos con el Dalai Lama, las actrices del porno con las ONG, las barriadas con la NASA, las provincias con el cielo, las empresas con el tiempo, el infierno con la Interpol, la UEFA con la Ribera alta... ¿Y dónde queda el estado, amigos? El estado es un actor más, importante sin duda, en esta prometedora selva de individuos y plataformas, donde ya casi ni el ejército demarca, que eso es cosa de la OTAN. Se decoloran las banderas, se diluye la épica nacionalista del fútbol (donde triunfan las ciudades multiculturales sobre los países), caen las barreras... Y nos acercamos a lo que la tierra alberga en su puridad impura: siete mil millones de personas que quieren lo mismo: pan, libertad, progreso, paz, cultura, amistad. Se está ampliando el campo de batalla. El campo, también, de la esperanza.

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