El becerro de oro
El conflictivo estado del fútbol se ha manifestado la semana pasada en varios frentes, síntoma de la inevitable colisión entre los intereses de los grandes clubes y de las federaciones amparadas por la FIFA y la UEFA. En un reciente artículo periodístico, el presidente de la FIFA, Joseph Blatter, no repara en gastos para atacar a los dirigentes de los principales clubes europeos, a los que considera advenedizos y oportunistas con objetivos sospechosos, "mientras mueven cantidades pornográficas de dinero". Tampoco se salvan del ataque las estrellas del fútbol, muchos de los cuales son calificados por Blatter como arrogantes y semianalfabetos. Todo esto en un modelo que, en su opinión, privilegia un sistema "capitalista al estilo del salvaje Oeste", un mercado de fichajes que genera "un nuevo tipo de esclavitud" y un desequilibrio intolerable entre los grandes clubes y sus debilitados competidores.
Estos sombríos juicios merecen una reflexión sobre el estado del fútbol y su futuro, pero no impiden pensar en la inmensa responsabilidad de la FIFA o la UEFA en la degradación actual. Un ejemplo es la repesca que deberá disputar España para buscar un puesto en el próximo Mundial de Alemania, cuya celebración supone un ingente negocio, un gasto abrumador de dinero en estadios faraónicos, el jugoso aprovechamiento de la imagen de los astros a los que Blatter ataca y la casi nula contrapartida que reciben los clubes por su gratuito préstamo de jugadores a las selecciones. La evidencia de la disfunción actual se ha apreciado en la modificación del calendario de Liga, aprobado por los clubes para supeditarse a los intereses de la selección. Es decir, los actores a los que Blatter deplora son los que ahora ceden para que la FIFA exprima el negocio.
Nada es ingenuo en este contencioso. Las opiniones del presidente de la FIFA se inscriben en su combate con los principales clubes europeos, integrados en el G-14. Una pugna que ya está en los tribunales, a raíz de la demanda del Charleroi -apoyado por el G-14- contra la FIFA, que se niega a reparar económicamente al modesto club belga tras la lesión de su jugador Oulmers en un partido que disputó con la selección marroquí. El asunto recuerda en muchos aspectos al caso Bosman, con las consecuencias que eso puede suponer. Al fondo sólo se percibe la lucha por el poder en el descomunal negocio que hoy es el fútbol.
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