El amanuense del moro
Helo allí al moro Cide Hamete Benengeli
Con la faz semejante a una gran berenjena,
Pues justamente su apellido
Lo refleja muy bien mañana, tarde, noche,
Y con tal apariencia le dicta a su fiel secretario,
Quien no se sorprende de nada.
Este cómo transcribe prolijo átomo a átomo
Las ideas del sabio moro que van naciendo
Como rayo de sol brillantes,
Y desde entonces yacen cuán indeleblemente
En el hondo regazo de cada pergamino
Hasta la misma eternidad.
Es de la fantasía la cornucopia máxima,
Más grande que las otras por derramar sin límite
Vivientes, cosas y paisajes,
Que en el seso se acuna y después sale a prisa,
Y de la letra al pie lo pone en la hoja en blanco
Aquel que no piensa en su ser.
¡Ea buen amanuense!, que repentinamente
El misterioso sino cambia de arriba abajo,
Y los ignotos terrenales
No están ya a hurtadillas entre tupidas sombras
Y a salmodiar empiezan cada día una línea
No la ajena mas sí la de ellos.
En adelante escribe lo que él sólo se dicta,
Como el más armonioso de los actos humanos,
Y por ser así no soslaya
Nunca ni un punto ni una coma siquiera,
Que, aunque insignificantes, están a su servicio
Para acompasarle la mente.
Y ahora Cide Hamete Benengeli por fin
Con su aberenjenada cara y el cuerpo todo,
Ya por arte de encantamiento
O más sencillamente por el literario arte
Se eclipsa para siempre hasta ser pura nada
Tal las cenizas de un difunto.
En cambio para el otro, entre el suelo y el cielo,
La vida por entero se le trueca a favor,
¡Claro está! merced a los hados,
Y el amanuense anónimo (que es Miguel de Cervantes)
Se convierte en el más célebre hombre de letras
Ayer, hoy, y mañana igual.
Carlos Germán Belli (Lima, 1927) es autor de libros de poemas como Los talleres del tiempo (Visor) y La miscelánea íntima (Pre-Textos).
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