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Crítica:FESTIVAL DE OTOÑO | Yann Tiersen
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Un universo sensorial

Se sentó ante el piano, con la mano izquierda sobre las teclas, y una melódica en la derecha, para dibujar una pieza minimalista que hubiera firmado Michael Nyman encantado para la película El piano. Cojeando ligeramente -"too much sport", adujo-, con aspecto algo desaliñado y bohemio, tan francés él, y una media sonrisa entre ingenua e inquietante, se acercó a la parte delantera del escenario y con un acordeón entregó un dulce vals de reminiscencias parisienses. De rodillas se puso luego a tocar un xilófono o piano en miniatura. Un comienzo para despistar.

Las entradas estaban agotadas con muchos días de antelación. Es el pequeño fenómeno Tiersen en España. Ya lo comprobaron en julio en el festival La Mar de Músicas cuando tuvieron que cambiar de recinto su concierto ante la avalancha de peticiones.

Yann Tiersen

Yann Tiersen (guitarra, violín, acordeón, piano y voz), Marc Sens (guitarra eléctrica), Jean-Paul Roy (bajo), Ludovic Morillon (batería) y Christine Ott (Ondas Martenot). Real Escuela Superior de Arte Dramático (RESAD). Sala Valle Inclán. Madrid, 11 de octubre.

No acudió Amélie Poulain, aunque su espíritu planea en casi todo lo que toca Yann Tiersen. Aun cuando la viste de guitarras distorsionadas se escucha de fondo a la muchacha de Jeunet. El piano, muy presente en sus discos, lo usó más bien poco. Y de valses, exquisitos y cándidos, los justos. Tiersen se colgó la guitarra eléctrica y cantó en inglés y francés, con voz apenas audible, desde baladas decadentes hasta temas de posrock o algo de chanson renovada -compañero de generación y aventuras de cantautores como Miossec y Dominique A, nunca ha escondido su gusto por Brel y Brassens-.

La guitarra se erigió en protagonista. A veces la cambiaba por un violín, que frotaba con furia, así que el rock seguía su curso imparable. Todo ello con ayuda de las ondas Martenot -especie de teclado con una cinta que se desplaza, precursor en 1928 de los instrumentos electrónicos, y vehículo de sonidos insólitos que crean un clima onírico y fantasmagórico-.

No se permitió la autocomplacencia en la presentación de su disco Les retrouvailles (Los reencuentros), creado en su refugio de la isla bretona de Ouessant. Eligió para su directo las aristas más afiladas, las opciones más radicales. Tan delicadamente introspectivo en los momentos -escasos- en los que volvía al acordeón o el piano como contundente y rotundo en relecturas salvajes y prácticamente irreconocibles de sus propias composiciones.

Yann Tiersen (Brest, 1970), que hace 10 años publicó su primer disco, La valse des monstres, es un compositor lo suficientemente policromático para escribir la música de películas como Amélie, La vida soñada de los ángeles y Good bye Lenin! o compartir conciertos y disco con la estadounidense Shannon Wright. La de Tiersen es una música intrigante que parte de una escritura instrumental en la que la melodía puede ser una frase sencilla o incluso una sola palabra. Un creador lúcidamente libre, que se deja llevar por su instinto. De una perturbadora sensibilidad.

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