_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

De Longchamp a la Zarzuela

Fernando Savater

Sucedió en 1865 y en París, una tarde a finales de la primavera. Lugar: la Cámara de Diputados, reunida en sesión ordinaria. Un ujier pasó discretamente una nota al presidente y éste pidió silencio: "Señores, noticias de Inglaterra. ¡Gladiateur ha ganado el Derby de Epsom!". Todos los próceres se pusieron en pie para tributar una interminable ovación a uno de sus colegas, el conde de Lagrange, propietario del campeón. Después, la sesión del foro parlamentario fue suspendida y París se engalanó con los colores de la chaquetilla del conde -azul, mangas y gorra rojas- en una fiesta que duró toda la noche, a decir de los cronistas. Gladiateur, hijo de Monarque y Miss Gladiator, se había adjudicado ya las Dos Mil Guineas en Newmarket y en septiembre ganó también en Doncaster el St. Lèger, completando así la llamada Triple Corona del turf británico. De hecho nunca fue vencido, ni en su país de origen ni en Inglaterra: los más chovinistas le llamaron "el vengador de Waterloo".

El hipódromo de Madrid se reabre el día 23 tras casi diez años de vergonzoso abandono

Cuando uno entra hoy en el hipódromo parisino de Longchamp por la puerta principal, lo primero que ve es la estatua de Gladiateur. No es demasiado majestuosa y el visitante hará bien en no fiarse mucho de ella, porque en su día -hace ya casi siglo y medio- los entendidos la criticaron por no hacer realmente justicia a su modelo. Qué más da ya, después de todo. Para nosotros ése es el invicto Gladiateur y también la evocación del glorioso comienzo del turf francés, cuya ocasión más importante desde los años veinte del siglo pasado es el premio del Arc de Triomphe que se corre el primer domingo de octubre. En esa jornada Longchamp se llena no sólo de aficionados galos sino también de ingleses, irlandeses, alemanes, italianos...y españoles.

Claro que sí, también estábamos allí este año los españoles para asistir a la gran carrera. El día había sido muy bueno, incluso soleado, pero justamente en el momento en que debía comenzar a disputarse la prueba cumbre, con los caballos ya en la pista, comenzó a caer una fuerte lluvia...que no duró más de diez minutos, es decir de comienzo a fin del Arc de Triomphe. Lo cual le sirvió en bandeja al diario hípico Paris Turf el titular del día siguiente: "Ouragan sur Longchamp". Porque aunque fuese hiperbólico calificar de "huracán" ese modesto y breve chaparrón -sobre todo, visto lo que está sucediendo en otras más desventuradas latitudes-, se adecuaba inmejorablemente con el nombre del espléndido vencedor, Hurricane Run, un potro de tres años nacido en Irlanda y criado en Alemania, de propietario americano y montado por un jinete irlandés que triunfa en Inglaterra...pero cuyo entrenador es inmejorablemente francés, gracias a lo cual después de su triunfo pudo sonar en Longchamp la Marsellesa, para lógica satisfacción de la afición local. Detrás del Huracán ganador quedaron sus hermanos Motivator -héroe del Derby de Epsom, ahora cuarto- y el no colocado Scorpion, que había antes vencido en el Gran Premio de París y en el St Lèger. Todos ellos hijos de Montjeu, el fenomenal campeón que también ganó el Arco en 1999 y cuya primera potrada como semental ha obtenido este año un récord realmente insuperable en las pistas: primero y segundo en el Derby de Epsom, primero y segundo en el Derby irlandés, segundo en el Derby francés, ganador del Gran Premio de París y del St Lèger, etc...y ahora nada menos que el Arc de Triomphe. No todos los buenos caballos se revelan genéticamente tan suntuosos: el propio Gladiateur, por ejemplo, no procreó más que mediocridades...

Estoy seguro, si se me permite hablar en la siempre peligrosa clave del "nosotros", que los aficionados españoles que disfrutamos con la excepcional carrera de Longchamp pensábamos también en otro hipódromo mientras nos emocionábamos en París. Todos teníamos -¡y tenemos!- puesta nuestra ilusión en la Zarzuela, el hipódromo de Madrid, a punto de abrir sus puertas el domingo 23 de octubre tras casi diez años de vergonzosa clausura y abandono. Parece que esta vez las incomprensibles trabas burocráticas se han resuelto suficientemente y la gozosa fiesta de los purasangres volverá por fin a la capital de España -prácticamente la única de las europeas importantes que hoy carece de un recinto hípico-.

Fue en 1987 cuando por última vez una yegua nacida, criada y entrenada en España, la inolvidable Teresa, compitió en el Arc de Triomphe...llegando séptima, pero delante del ganador del Derby inglés de ese año. A partir del próximo domingo 23, comienza la cuenta atrás para el próximo asalto de uno de nuestros caballos a la gran prueba francesa y prometemos al primero que logre ganarla una estatua mucho mejor que la de Gladiateur en el recinto de la Zarzuela, frente al monte de El Pardo...

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_