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Reportaje:

El refugio verde de Mallorca

Vistas al mar en el relajante entorno de la sierra de Tramuntana

Mallorca suena a destino alemán, a costa sobresaturada y a nidito de amor para recién casados. Ninguna de estas definiciones defrauda, pero la realidad isleña supera el tópico. Como muestra, un botón: la sierra de Tramuntana, que de suroeste a norte atraviesa la isla como una espina dorsal, forma una fabulosa barrera orográfica que ha impedido a la avidez urbanística hacerse con buena parte de la isla. Un reducto, también, para escritores y artistas como George Sand, Chopin, Robert Graves, Santiago Rusiñol o Anglada Camarasa, que se empaparon durante lustros de su belleza para crear.

Rematado de farallones calcáreos, cortado a base de desfiladeros y torrentes y vestido de bosque mediterráneo en cuya trama se entretejen algarrobos y olivos, este relieve kárstico es el principal refugio naturalista de la isla. Una abundante red de senderos perfectamente señalizados permite adentrarse caminando. Su riqueza botánica es tal que hizo exclamar a Linneo, el padre sueco de la actual clasificación de organismos vivos: "¡Dios mío! Estos isleños felices tienen en su campo las plantas que adornan nuestros jardines, incluso los académicos". Las especies tropicales cultivadas abigarran los valles, mientras que los endemismos abundan en los espacios inaccesibles. La fauna no desmerece tampoco, y los cielos surgen a veces manchados por el vuelo majestuoso del buitre negro y el alimoche, y por la silueta estilizada del halcón de Eleonor y el águila pecadora. La sierra se erige así en el último bastión de esta isla laboriosa, amenazada por la industria del turismo y que lucha por conservar un punto de equilibrio satisfactorio. Una isla es frágil y limitada por naturaleza. Ante la masificación no hay escapatoria. De hecho, las tropelías urbanísticas de los sesenta hicieron acuñar a los franceses el término balearización como sinónimo de desatino urbanístico.

Junto al 'glamour', la sierra de Tramuntana conserva milagrosamente una buena parte de sus tradiciones en torno a localidades tan seductoras como Sóller, Deià, Valldemossa, Fornalutx, Biniaraix y Banyalbufar
Carreteras de un carril y con curvas de 180 grados llevan a pequeñas aldeas de pescadores. La cala de Deià, el puerto de Valldemossa y el de Canonge son algunos de los más auténticos y aptos para un chapuzón

La sierra de Tramuntana alcanza 1.445 metros de altitud en el Puig Major y 90 kilómetros de longitud, y, como un tupido tejido rústico, está hilvanada de valles hondos y húmedos, y bordada de calas de piedra. En ellos, la acción humana, lejos de degradar el paisaje, lo ensalza. "Los mallorquines somos como hormiguitas", dice risueña Joana Mas, propietaria de Cas Pagès, un restaurante de comida tradicional en el puerto de Sóller. "Aquí producimos de todo, hay una variedad culinaria enorme: hortalizas, fruta, pescado, carne de cerdo y de cordero, aceite...". Efectivamente, la isla, meticulosamente cultivada y con un suelo extremadamente fértil, facilita una interesante gastronomía popular en la que están presentes los productos de la tierra y la mar. Caracoles con especias, conejo con cebolla, frito mallorquín (vísceras de cordero con verduras), lomo con col y arroz brut son algunos de los platos que aparecen en las cartas de numerosos restaurantes preocupados por conservar la culinaria local. El Celler el Molí, de Pollença, ofrece menús insuperables a siete euros, en un ambiente de tasca popular en el que no falta ni esa tele que nadie escucha.

Bancales escalonados

También engrandecen el paisaje las construcciones rurales. Esas grandes possesións de piedra rodeadas de palmeras, cipreses y bancales escalonados, que le prestan al paisaje un aire inequívocamente oriental, fruto de la estancia de los árabes durante más de tres siglos, hasta la conquista de la isla por Jaime I, en el siglo XIII. Hoy, estas casonas señoriales se han convertido en hoteles, o en mansiones que se miran en el mar y en las entrañas de los barrancos, y se apellidan Douglas, Schiffer y otros nombres foráneos que colonizan las islas al tiempo que aportan prosperidad. Pero, junto al glamour, la sierra de Tramuntana conserva milagrosamente una buena parte de sus tradiciones en torno a localidades tan seductoras como Sóller, Deià, Valldemossa, Fornalutx, Biniaraix y Banyalbufar; una oda al buen gusto y al amor al agro. A encinas, pinos y acebuches se suman higueras, almendros, olivos y algarrobos centenarios, de tronco vetusto y tortuoso, que trepan montaña arriba en cultivos abancalados, ejemplo del virtuosismo insular. Lejos de desaparecer, y a pesar del paulatino abandono de algunas eras, estos muros de piedra seca se siguen manteniendo. Pequeños puentes que salvan barrancos, senderos vecinales y un complejo sistema de irrigación medieval completan la ingente labor en piedra, parte ya del paisaje primordial. "Hoy todavía hacemos aceite para nosotros", explica Francisca, una esmerada y guapa abuela de 92 años, vecina de Deià, que atiende la tienda de souvenirs de su hija. "Llevamos las aceitunas a los molinos de Sóller. Las algarrobas también las cogemos y las vendemos para el ganado. Aprovechamos todo".

El interior de la sierra está surcado de carreteras que son un ejercicio de temeridad. Unen las principales poblaciones entre sí a través de la cornisa, en medio de un mar de curvas, con las montañas de fondo y el Mediterráneo por colchón. Puro vértigo y pura magnificencia natural que se puede apurar desde los numerosos miradores que se columpian sobre el vacío a lo largo del litoral, perfilado por torres defensivas desde las que se oteaba al infiel sarraceno en tiempo de cristianos. El de punta de Sa Foradada y el mirador de Ses Animes (los nombres lo dicen todo) son un espectáculo. En especial si la época elegida es el invierno, a salvo de las aglomeraciones humanas que saturan carreteras, hoteles y restaurantes. Cuando la isla recobra su latido original.

La vertiente marítima de la sierra está perforada por acantilados y gargantas que descienden hasta la costa desembocando en diminutas calas que, gracias a su inaccesibilidad, se han librado de la urbanización. Las carreteras que conducen hasta allí, de un carril y con curvas de 180 grados, garantizan la sensación de aislamiento (nunca mejor dicho) y llevan a pequeñas aldeas de pescadores. La cala de Deià, el puerto de Valdemossa y el de Canonge son algunos de los parajes más auténticos y aptos para un chapuzón en toda regla. Hacia el norte, el Torrent de Pareis, alcanzable tan sólo en barco desde el puerto de Sóller, es un must del turismo mallorquín. Las salidas en invierno son limitadas y el desfiladero se hace impracticable en época de lluvias, pero la visión del mismo desde el mar resulta homérica. El puerto de Sóller, junto con la cala de San Vicent, cerca de la península de Formentor, es el único lugar vacacional de la costa noroeste, con su bonita ensenada, su puerto pesquero y algunos hoteles acogedores y novedosos, como el Aimia y el Espléndido. Otro punto fuerte mallorquín, la hotelería.

Las poblaciones mejor conservadas miran generalmente hacia el interior, al resguardo de la tramontana. Lo mismo que los monumentos reseñables. El monasterio de Lluc, o bosque sagrado desde tiempos primitivos, es el corazón ritual y mariano de la isla. Entre sus muros barrocos y sus arreglos modernistas a cargo de dos discípulos de Gaudí se guarda la talla de la Virgen Negra, venerada por la cristiandad desde el siglo XIII y descubierta por un pastor moro converso. Y hablando de conversiones, tampoco pasa inadvertido el hecho de que es en Mallorca donde nacieron dos de los más notables místicos influidos por el islam: Raimon Llull (siglos XIII-XIV), que con su célebre Los cien nombres de Dios hace honor a la mística sufí, y Anselm Turmeda (siglos XIV-XV), franciscano convertido al islam y venerado en Túnez bajo el nombre de Abdallah al Tarjuman. Tampoco fue nimia la presencia judía en la isla, cuya abundante colonia xueta fue masacrada de forma despiadada a finales del siglo XVII.

Residencia del 'wali'

Otro de los lugares mágicos de la sierra son los jardines de Alfàbia (tinaja, en árabe), situados junto al Coll de Sóller. Fue, al parecer, la residencia del wali, uno de los gobernadores árabes en época de Al Ándalus. Es una possesió de impronta barroca e italianizante, rodeada de jardines con pérgolas, estanques y fuentes susurrantes, que muestra además un bello patio empedrado, un antiguo molino de aceite con toda su maquinaria intacta y un artesonado mudéjar de par y nudillo, único en la isla. Sóller no queda lejos, realzado por sus numerosos edificios modernistas consecuencia de las emigraciones a Francia, sus calles atravesadas por el antiguo ferrocarril de madera que conducía a Palma, y la iglesia de Sant Bartomeu, que aúna elementos góticos y barrocos, presidida por una portada de estilo gaudiano levantada por Joan Rubiò. Frente a sus escalinatas, y en la bulliciosa plaza de la Constituciò, un hervidero de vida en el que se codean extraños y nativos, una plataforma ciudadana formada por la cofradía del Santo Sudario, dirige una campaña para restaurar la cubierta, recogiendo firmas (y algún dinero) que se imprimen en las nuevas tejas, acercando un poco si cabe al benefactor al cielo.

Y ya hacia el litoral, Deià es otro de los rincones ineludibles. Sus casas y sus callejas de piedra rubia, los macetones floridos y las tiendas de artesanía anuncian una cuidada puesta en escena. En un altozano, dominando el espejo mediterráneo, las montañas y la nube de tejas árabes, se sitúa el cementerio, desprovisto prácticamente de cruces y otros adminículos mortuorios. En sus humildes lápidas funerarias surgen nombres franceses, alemanes y mallorquines, y un invitado de lujo: Robert Graves. Tan sólo unas flores de papel y algún apunte anónimo y tierno rememoran la larga estancia mallorquina del autor inglés. Cerca de allí, en Valldemossa, feudo invernal de Chopin y Sand, nada recuerda, en cambio, los amargos capítulos dedicados por la escritora francesa al paisanaje, y riadas de visitantes se arremolinan en los jardines y terrazas de sus calles arboladas para probar los sencillos placeres de una coca de patata y un chocolate caliente.

El puerto de Sóller se encuentra a menos de cinco kilómetros de la localidad homónima, a los pies de la sierra de Tramuntana, que recorre como una columna vertebral la costa oeste de Mallorca.
El puerto de Sóller se encuentra a menos de cinco kilómetros de la localidad homónima, a los pies de la sierra de Tramuntana, que recorre como una columna vertebral la costa oeste de Mallorca.
La cala Torrent de Pareis sólo es accesible por barco; por ejemplo, desde el puerto de Sóller, donde salen a diario los barcos turísticos (ida y vuelta, unos 20 euros).
La cala Torrent de Pareis sólo es accesible por barco; por ejemplo, desde el puerto de Sóller, donde salen a diario los barcos turísticos (ida y vuelta, unos 20 euros).

INSPIRACIÓN MALLORQUINA

LOS PERSONAJES ilustres mallorquines y los que eligieron la isla para inspirarse son muchos. Entre los artistas actuales más célebres destacan Maria del Mar Bonet y Miquel Barceló. Pero fueron muchos los que buscaron refugio entre las montañas de la sierra de Tramuntana. En la Cartuja de Valldemossa permaneció Gaspar de Jovellanos durante su exilio de 1801 a 1802, mientras que durante el invierno de 1838 a 1839 lo hicieron Chopin, quien compuso sus famosos preludios, y George Sand, que escribió Un invierno en Mallorca. Rubén Darío crearía entre sus paredes El oro de Mallorca. Deià fue concurrida no sólo por Robert Graves -quien vivió allí largos años aconsejado por la escritora estadounidense Gertrude Stein y escribió, entre otros, Yo, Claudio-, sino también por la escritora neoyorquina Laura Riding, por Manuel de Falla, Santiago Rusiñol o Julio Cortázar, entre otros.

GUÍA PRÁCTICA

Cómo ir

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Iberia

(www.iberia.com; 902 400 500). A Palma de Mallorca desde Madrid, desde 23 euros, y desde Barcelona, a partir de 20 el trayecto, más tasas.-

Spanair

(www.spanair.es; 902 13 14 15). Desde Madrid, a partir de 23, y desde Barcelona, 18, más tasas, el trayecto.

Dormir

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Aimia

(971 63 12 00). Santa Maria del Camí, 1. Port de Sóller. Diseño moderno y cuidado en un ambiente tranquilo. Buena cocina. Habitación doble, desde 130 euros con desayuno.-

Espléndido

(971 63 18 50). Es Través, 5. Port de Sóller. Diseño años 50 en un edificio con solera. 140 con desayuno.-

Gran Hotel Sóller

(971 63 86 86). Romaguera, 18. Sóller. Lujo y cocina de autor en un bonito edificio modernista; 115 por persona con desayuno, cena y visitas.

Comer

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Celler el Molí

(971 53 19 50). Mar, esquina Padre Vives. Pollença. Cocina local cuidada. Menú de mediodía, 7.-

Es Turó

(971 63 08 08). Avenida de Arbona Colom, 6. Fornalutx. Buena cocina mallorquina en una agradable terraza. Alrededor de 20 euros.-

Cas Pagès

(971 63 43 82). Es Través, 14. Port de Sóller. Deliciosa cocina tradicional y mediterránea frente a la bahía. Alrededor de 25 euros.

Información

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Oficina de turismo de Mallorca

(971 17 77 05; www.illesbalears.es).

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