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Necrológica:
Perfil
Texto con interpretación sobre una persona, que incluye declaraciones

Enrique Molinero, el sonido del cine

He tenido la suerte, aunque mejor sería decir el privilegio, de afianzar una amistad derivada de la vecindad durante muchos años con uno de esos profesionales del cine a quienes corresponden miles de horas de un trabajo artesanal en el resultado de las películas.

Con Enrique Molinero, que acaba de fallecer tras la penosa enfermedad que llenó de melancolía uno de los rostros más vitales y afectuosos que he conocido en mi vida, compartí la experiencia de su trabajo.

No sólo porque fueron largas las conversaciones en que generosamente satisfacía mis curiosidades de cinéfilo, sino porque cuando aún estaba en activo le visité alguna vez en Cinearte, donde Enrique era un clásico en su refugio laboral, un hombre de cine que se había ganado el máximo prestigio en la profesión.

Nunca pude soslayar la mirada a las manos artesanales con que Enrique Molinero ponía el punto exacto en las bandas sonoras que tanta importancia tendrían para la voz, la música, los ruidos, lo que los llamados efectos sala y las mezclas colaborarían a la atmósfera sonora de la cinta, a la eficacia para acentuar un detalle dramático, lírico o sentimental.

Las manos del cine, lo que la sutileza del tacto y el gusto al graduar el efecto sumarían a lo que la sensibilidad del director pretendiese obtener.

Enrique me hacía algunas demostraciones y yo adivinaba lo que sus manos contenían de sabiduría, lo que la destreza determinaba de su cualidad de pianista en la finura de aquel trabajo, sentado ante la mesa de operaciones.

A Enrique Molinero le concedieron en su día el Premio Nacional de Cinematografía, era un merecido reconocimiento al profesional que tanto contribuyó a que pudiéramos escuchar un tanto por ciento enorme de nuestras películas de las últimas décadas del siglo pasado.

A su condición de técnico había llegado desde su temprana dedicación de proyeccionista. La vida de Enrique en el cine comenzó en las cabinas y se continuó hasta la jubilación en su sala de Cinearte. No sé si el cine contribuyó a hacer más intensa y generosa su mirada del mundo, su entendimiento de las relaciones humanas, el cine es un arte abierto que alimenta nuestros sueños.

La vecindad, que ayudó al privilegio de la amistad, nos regaló a quienes tuvimos la suerte de que apareciera en nuestras vidas uno de esos ejemplos humanos que no se pueden olvidar. La ejemplaridad del afecto, lo que un hombre bueno y discreto aporta a quienes lo tienen cerca, es algo que alienta lo mejor de cada uno.

Hay una película en los veranos de Cercedilla que ya no volverá a ser la misma, aunque la ausencia de Enrique la llene su recuerdo en el último plano y con el silencio de su pérdida.

Luis Mateo Díez es escritor

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