Remando al viento

En alguna ocasión ha manifestado Luis de Pablo que lo difícil en nuestros días no es estrenar una ópera sino que esa ópera se reponga y no digamos que entre en repertorio. La noche y la palabra se estrenó en La Abadía de Madrid en 2004 y ahora sube a escena por segunda vez en el marco del festival internacional de música contemporánea de la Bienal de Venecia. El reconocimiento es importante. Es inevitable -y agradable- además pensar, por el tema y por la ciudad, en la recuperada Moctezuma, del veneciano Vivaldi y en el juego que sacó a esta historia Carpentier en su Concierto barroco.

Lo de menos es si se trata de una ópera o no. Es un espectáculo que combina voces, teatro, música, tecnología y pintura, con libreto de Gonzalo Suárez y eso debería bastar para situarlo. El concepto de ópera en nuestros días -o el de teatro musical, o el de música escénica, o el de acción musical...- es de amplio espectro y sus reglas de juego son muy abiertas. Mantiene la tendencia a una narrativa fundamentalmente llevada por los elementos orquestales y conserva un cierto aire de ritual musical. Lo demás es incorporable. Lo importante es que los diferentes elementos puestos en juego se complementen y la estética de conjunto resultante sea de un calado superior al de las partes por separado. Se da por supuesto, claro, la calidad creativa e interpretativa de las, llamémoslas así, "materias primas". En La noche y la palabra esa calidad es incuestionable. La música de López López es de primerísimo nivel y, tanto en las evocaciones renacentistas o de color indígena, como en el tratamiento de la percusión para extraer las tensiones psicológicas y sociales y, desde luego, en la estructuración de la obra, el compositor madrileño residente en París demuestra dominio del lenguaje, inspiración y solidez.

La Orquesta de la Comunidad de Madrid responde con entrega a las órdenes de un magnífico Garvayo, los cantantes y actores se dejan la piel, y el coro está sensacional con la cuidada preparación para la ocasión de Félix Redondo. En cuanto a José Manuel Broto, no vamos a descubrir nada nuevo diciendo que es un excelente pintor. La continua proyección de sus imágenes generadas por ordenador en pantalla grande es colorista y luminosa. Funciona bien en sí misma.

Funcionar. Ya hemos citado la palabra conflictiva. ¿Funciona en conjunto en La noche y la palabra la unión de elementos tan valiosos de entrada? Es al menos discutible. A mi modo de ver, no lo que sería deseable. Es difícil sobreponerse a la sensación de extrañamiento que desprende el espectáculo, a su dimensión distanciada y, en muchos momentos, críptica. Hay cierto desequilibrio entre la declamación y el canto, el planteamiento escénico clarifica poco y la reiteración en "pasar por agua" a los intérpretes, echándolos vestidos en una piscina de escasa profundidad, es más efectista que sugerente. Del espectáculo queda más la admiración por un esfuerzo colosal de creadores e intérpretes que una fascinación por ese algo más que se intuía y no ha llegado. Hay que destacar evidentemente el mérito de los productores por su ambición artística.