Alonso, campeón (II)
El pasado domingo fue el único día en mis 40 años que decidí ver una carrera de fórmula 1. Me alegré horrores, lógicamente, de que Alonso se proclamara campeón del mundo, ya que ése era el principal motivo de que me quedara sentado durante unas cuantas horas enfrente de la televisión. Independientemente de que la carrera me pareciera un soberano aburrimiento (no termino de entender la expectación que produce este deporte), lo que me sorprendió negativamente fue la personalidad del nuevo campeón del mundo.
De sus palabras, tanto las previas a la carrera como una vez terminada ésta, sólo se desprendía rencor por no haberse sentido apoyado a lo largo de su trayectoria deportiva. Rencor y muy mala leche. No sé si habré sido la única persona en notarlo. No llego a comprender cómo un chaval que ha conseguido lo máximo en su especialidad no era capaz de transmitir alegría, entusiasmo, gratitud, cariño, etcétera. Me dejó tan frío como su persona.
Sólo quería decirle a Alonso que si a él no le han ayudado las instituciones a llegar donde ha llegado, que sepa que tampoco a mí me han ayudado a crear una empresa, ni a pagar las nóminas a final de mes, ni a financiar un nueva oficina, ni a nada de nada, y que cuando firmo un nuevo contrato con un cliente lo primero que hago es celebrarlo y disfrutarlo.
Alonso, enhorabuena y un poquito de alegría en el cuerpo y menos mala leche, que para eso ya tenemos a la oposición.
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