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El reto de la movilidad sostenible

Antxon Olabe

Los humanos somos el único animal que tropieza dos(cientas) veces en el mismo... atasco. Somos seres inteligentes una parte del tiempo; la otra nos comportamos como auténticos asnos. La relación que muchas personas hemos establecido con el coche ha sido programada por la parte menos noble del cerebro, la que nos vuelve egoístas, miopes, vanidosos e insolidarios. Trayectos diarios de la casa al trabajo que pueden hacerse perfectamente en transporte público son realizados, regularmente con un solo ocupante, mediante máquinas de más mil kilos activadas por combustibles fósiles que llenan nuestras calles de ruido y contaminación.

Ahora bien, el que el problema de la movilidad sea el resultado de las decisiones libres e individuales diarias de cientos de miles de personas no justifica que los responsables de las instituciones adopten una actitud de pasiva resignación ante el problema de congestión crónica que conocen nuestras carreteras. A modo de ejemplo, es sintomático escuchar del responsable de transporte de la Diputación de Guipúzcoa, señor Zuriarrain, afirmar que "el problema existe en toda Europa y tampoco lo han solucionado" (EL PAÍS, 20-06-2005). Es una honesta declaración de impotencia.

Sin embargo, lo cierto es que en ciudades y países de nuestro entorno -Londres, Helsinki, Berlín, Alemania, Austria, Suiza...- se están adoptando desde hace años políticas de transporte y movilidad sustancialmente más innovadoras y avanzadas que las que las diputaciones forales y los anteriores equipos de Transporte del Gobierno vasco han puesto en marcha. Mientras que en esos países y, más recientemente, el conjunto de la Unión Europea han ido adoptando medidas tarifarias para ir internalizando por parte de los usuarios los costes procedentes de las externalidades negativas del transporte por carretera, a las diputaciones forales de Guipúzcoa y Vizcaya les faltó tiempo para adoptar la populista medida de reducir a prácticamente la mitad las tarifas de la A-8 una vez que recuperaron el control de la misma. Como resultado, el crecimiento del tráfico anual en la principal autopista de Euskadi es de casi el 10%.

En este país la historia del transporte en general y la de la movilidad de las personas en particular es la historia de un fracaso. Es, posiblemente, el aspecto económico-ambiental en el que el País Vasco presenta un balance más pobre tras un cuarto de siglo de autogobierno. Según informes oficiales recientes del Gobierno vasco -Movilidad en la Comunidad Autónoma Vasca, 2003- cada día se producen 643.049 desplazamientos de vehículos privados a las tres capitales -188.519 a Vitoria-Gasteiz, 210.382 a Donostia y 244.148 a Bilbao-. A ellos hay que añadir 389.113 desplazamientos en vehículo privado internos a las tres ciudades -156.471 en Vitoria-Gasteiz, 132.541 en Donostia y 100.101 en Bilbao-. Prácticamente la totalidad de ese millón largo de desplazamientos diarios sólo transportan al conductor.

El enorme despilfarro energético que supone ese modelo de movilidad diaria conlleva ruido, contaminación, emisiones de gases de efecto invernadero, atascos, accidentes, artificialización del territorio, enfermedades respiratorias derivadas de la contaminación...

Con la importante excepción del metro y el tranvía de Bilbao, el balance que presenta el actual modelo de transporte y movilidad en el País Vasco es muy negativo. La principal responsabilidad es, sin duda, de las diputaciones forales. Ellas se han ido situando en el centro de un bucle nefasto. Por un lado, gestionan una parte importantísima del dinero público de este país. Por otra, su principal responsabilidad ejecutiva y su mayor cometido inversor se centra en la construcción de carreteras. Para mantener la inercia y el presupuesto en movimiento han seguido haciendo carreteras, por aquello de que la función justifica al órgano. Pero la ampliación continua de la red de carreteras ha incentivado permanentemente una movilidad basada en el vehículo privado, lo que se ha traducido en nuevas y más graves congestiones del tráfico rodado al cabo de pocos años. Activado el bucle, encontramos en su centro a unas diputaciones lamentándose de que las carreteras estén congestionadas y, secretamente, felices de que así aparezcan ellos resolviendo los problemas con más y mejores carreteras.

No es casualidad que los amplios equipos técnicos de transporte de las diputaciones estén formados de manera abrumadora por ingenieros de caminos, dado que la solución a los problemas de la movilidad es hacer siempre una nueva carretera o ampliar las existentes. Expertos en planificación territorial, economía del transporte, ecología y ciencias ambientales, sociología y geografía se cuentan, como diría Forges, con los dedos de una oreja. En definitiva, mientras que el complejo problema del transporte y la movilidad requiere ser repensado desde un enfoque holístico, integral, nuestras instituciones forales han permanecido mentalmente inmovilizadas ante el reto de la movilidad y, por ello, han fracasado.

Conclusión. Este país necesita con urgencia dotarse de una nueva visión y una nueva estrategia integral sobre esta cuestión. Vista la colosal envergadura del reto, el propio Parlamento vasco debería asumir el protagonismo promoviendo una Ley del Transporte y la Movilidad Sostenibles que centrase la filosofía, criterios, principios y grandes objetivos en este ámbito a la vista de la nueva política europea sobre transporte cristalizada en el Libro Blanco y los sucesivos desarrollos que de ella han partido. Una ley que suponga un revulsivo general y que marque un punto de inflexión. El inicio de una transición dirigida a asentar en el plazo de quince años (2020) las bases de un modelo de movilidad sostenible.

Antxon Olabe es economista ambiental.

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