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Columna
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El chocolate espeso

Los aztecas lo llamaban cacahuatl y era para ellos, además de alimento, moneda de cambio. Bernal Díaz del Castillo en su Historia verdadera de la conquista de la nueva España habla de esclavos que eran vendidos o trocados no sólo por oro sino también por cacao. Y otro cronista de Indias, Gonzalo Fernández de Oviedo, registra una detallada lista de precios en esa mercancía: un conejo vale diez semillas de cacao; por cuatro te dan "ocho pomas o nísperos de aquella excelente fruta que ellos llaman munonzapot"; un esclavo cuesta cien; y por ocho o diez se pueden conseguir ciertos favores sexuales. Todavía a comienzos del XIX los granos de cacao siguen siendo en algunos lugares de Centroamérica un medio de pago (con un valor de cinco céntimos por seis granos) como refiere el propio Alexander Von Humbolt. La posibilidad me parece sugerente, pero la verdad es que ignoro si esa práctica económica de los antiguos centroamericanos está en el origen del vecindario entre el cacao y el dinero que establecen algunas expresiones que hoy son de uso corriente como "las cuentas claras y el chocolate espeso"; o "el chocolate del loro" que utilizamos para señalar las operaciones de poca monta, los cálculos de calderilla.

Me han venido a la cabeza ese vecindario y esas expresiones al conocer estos días algunos de nuestros datos económicos. Porque de chocolate del loro presupuestario puede calificarse ese 2% del PIB (menos de la mitad de la media europea) que Euskadi destina a servicios sociales, de acuerdo con un reciente informe elaborado por las cajas de ahorro y que se apoya en datos del 2002. Ese trabajo revela también que 11.000 personas se encuentran en nuestra comunidad en situación de extrema pobreza y 110.000 (más del 5% de la población) sufren alguna forma de penuria económica. El Gobierno vasco se ha apresurado a replicar sin datos estos datos, afirmando que nuestro gasto en servicios sociales no sólo no es inferior, sino que supera la media europea; y que nuestra tasa de pobreza nos sitúa "entre los países más avanzados del continente", noticia que sin duda servirá de gran consuelo a quienes se las ven y se las desean para llegar a fin de mes o a medio camino de casi todo. Insisto en que los únicos datos concretos que poseemos son los del informe citado (y no saber calcular o cuadrar una cuenta no parece algo que pueda reprocharse a las kutxas) porque la respuesta del Gobierno vasco ha llegado sin cifras, lo que nos condena a (des)creerle abstracta o simbólicamente. O de memoria.

En realidad, sin memoria, porque también hemos conocido esta semana que el Gobierno vasco no ha presentado en los últimos ochos años ninguna liquidación de cuentas ante el Parlamento de Gasteiz. La consejera portavoz, Miren Azcarate, reconoció el otro día que Ley General Presupuestaria prevé que el Ejecutivo envíe a la Cámara un proyecto de ley con la liquidación definitiva de las cuentas de cada ejercicio, y que el Gobierno no lo ha hecho desde 1998. Podría parecer que eso supone incumplir la ley, pero resulta que es todo lo contrario. La misma consejera nos ha ilustrado en este punto, afirmando que el Gobierno vasco la ha cumplido "escrupulosamente" al no fijar la norma "ni modos ni plazos" para presentar esas liquidaciones. Respetar "escrupulosamente" la ley en lo que la ley no dice es desde luego una frase digna de este Gobierno vasco de ficciones, y digna también de figurar en la historia universal del cinismo político y/o de la infamia.

En fin, que de cuentas claras nada. Sólo cuentas-cuentos de la abuela; o cuentas del Gran Capitán, es decir, infladas y fantásticas. Sólo por encima de la cruda -visible y audiblemente cruda- realidad, una capa de chocolate bien espeso, bien opaco, para que no se vea nada de lo que hay debajo; para que la figura bien cubierta parezca un pastel; para que parezca sobre todo dulce. Cuando todo el mundo sabe, a estas alturas, que el chocolate que se corresponde con los tiempos es el amargo. Cada vez más negro y más amargo.

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