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Entrevista:RAIMUNDA DE PEÑAFORT LORENTE MARTÍNEZ | JUEZ DE VIOLENCIA SOBRE LA MUJER

"La mujer no puede cruzarse de brazos y esperar que la solución venga de fuera"

Una juez contra el maltrato y más. Raimunda de Peñafort Lorente Martínez (Granada, 1952) desborda energía y convicción. Ha renunciado a su puesto en la Audiencia Nacional para desempeñar un cargo menos prestigioso y peor pagado: está al frente de uno de los nuevos juzgados creados para combatir las agresiones machistas, el número 1 de Violencia sobre la Mujer de Madrid. Allí es una "juez de cabecera" para maltratadas. A costa del sueño, esta magistrada, profesora, criminóloga y madre en solitario de tres hijos ha puesto el punto final a Una juez frente al maltrato (Plaza y Janés lo publicará a mediados de octubre). Es un libro con 12 historias reales que persigue un doble objetivo: denunciar y ayudar. Está dedicado a Andrea, una niña de siete años. "La mató su padre en un régimen de visitas. La madre le había denunciado 48 veces y sólo logró tres respuestas judiciales", detalla Lorente con un quiebro en la voz.

"La ley castiga más a los hombres porque considera que su actitud violenta viene preñada de los condicionamientos sociales seculares"
"¿Es usted feminista?". "Siempre he sido muy independiente. No soy nada que termine en 'ista', pero me veo en unas tesituras..."
"La justicia no tiene sexo. Otra cosa es la carrera judicial. Las mujeres llegamos con cuentagotas a los cargos altos, que son de libre designación"
"La igualdad real no interesa a mucha gente, pero cuando el hombre y la mujer sean iguales, habrá mucha menos violencia"
"No sé qué pasa en muchas separaciones, que 'casualmente' acarrean la ruina de los profesionales sin nómina embargable"

Pregunta. Usted comenzó a ejercer como abogada ¿Qué la llevó a querer ser juez?

Respuesta. La falta de contestación jurídica a los argumentos de defensa que yo planteaba. La gota que colmó el vaso fue un asunto del año 1978. Condenaron a mi cliente por tráfico de drogas con un solo indicio: el sello en el pasaporte de que había viajado a Tailandia vía Holanda. Aquello me pareció totalmente injusto y me dije: "Yo quiero poner las sentencias".

P. Y se preparó las oposiciones.

R. Sí. Suspendí la primera vez, pero aprobé las de secretario judicial. Di cerrojazo al despacho, donde ganaba el doble que ahora, y empecé el periplo por los pueblos. Luego me casé y pensaba que de funcionaria podría compatibilizar mejor el trabajo con la familia. Ingresé en la judicatura en 1987, por el llamado tercer turno.

P. En 2002 se convierte en magistrada de la Audiencia Nacional, un destino codiciado. ¿Por qué lo abandona para irse a uno de los nuevos juzgados de violencia sobre la mujer?

R. Como penalista, llegar a la Audiencia era cumplir un sueño inalcanzable, porque allí se aplica un derecho penal que no cabe en otra parte. Son casos de terrorismo, de delincuencia organizada... Pero tras la aprobación de la Ley Orgánica de Medidas de Protección Integral contra la Violencia de Género, a finales del año pasado, pensé que había que cumplir otro sueño y otro reto profesional.

P. Volvió a empezar de cero.

R. En cierto sentido, con una ley nueva, con una jurisdicción nueva como son los juzgados de violencia, que empezaron a funcionar en junio pasado. Yo siempre había estado muy comprometida con las mujeres maltratadas y, si no hubiera pedido ese destino, no habría sido coherente conmigo misma. Lo hablé con mis hijos, les dije que habría menos dinero en casa y me apoyaron.

P. ¿De dónde viene su sensibilidad hacia la violencia machista?

R. Empieza en mi etapa de abogada. Tenía clientas casadas con personajes muy conocidos que las pegaban. A veces me pedían que se retirara la denuncia, porque creían que su marido las iba a matar si se veía en el juzgado. Ya juez, en mis primeros juicios, que eran de faltas por malos tratos, había mujeres que me increpaban cuando condenaba a su marido. Me decían: "Señoría, que la que tiene que volver a casa con él soy yo". Había hombres que decían que habían pegado a su mujer porque la sopa estaba fría.

P. ¿También percibió entonces que la ley protegía poco a las maltratadas?

R. La mujer que denunciaba pretendía, como pretende hoy, protección y que cesara el maltrato. Por lo general le era y le es indiferente que se condene o no a su pareja, lo que querría es que él cambiara, seguir juntos y que no vuelva a pegarla. Durante años me he sentido deudora de esas mujeres a cuya situación no pude dar una respuesta cabal por falta de recursos jurídicos. En las guardias era tremendo cuando llegaba la mujer apaleada a denunciar y preguntaba dónde podía dormir esa noche. Enviarla a su casa era mandarla al infierno, y yo hacía gestiones para buscarle un alojamiento. Así empecé a conocer las casas de acogida.

P. Usted es la primera juez que, en 1999, pide la extradición de un padre por llevarse a sus dos hijas al extranjero. ¿Cómo se atrevió?

R. Hasta entonces se consideraba que eso no era delito, pero yo creía que esa conducta no podía quedar impune, porque suponía una coacción a la madre y otra a los hijos. A ella se le impedía ejercer la maternidad, y a los hijos, su derecho a criarse al amparo materno. Con aquello me vi más fuera de la carrera que dentro, pero habría sido indigna de seguir vistiendo la toga si no hubiera podido aplicar el derecho conforme lo entiendo. Ésa es la independencia del juez.

P. ¿Supuso un punto de inflexión?

R. Cuando el Consejo de Ministros dio luz verde a la extradición, respiré. Hacer el ridículo nunca me ha parado, porque el que no se equivoca es el que no se mueve. Yo no podía dejarme llevar por la rutina y decirle a aquella mujer: "Señora, aquí no hay delito. Váyase a su casa y olvídese de su hijo". A raíz de aquello me llamaron las asociaciones de mujeres y entré en contacto con ellas. A finales de 2003, aunque estaba en la Audiencia Nacional, fui a unas jornadas para jueces sobre violencia doméstica. Hicimos una visita a un centro de acogida y allí ocurrió algo que determinó que yo escribiera el libro.

P. ¿Qué fue?

R. Una mujer envalentonada lanzó una serie de preguntas, de quejas, de lamentos: "¿Qué dioses creéis ser?, ¿por qué mi vida está en vuestras manos?". Era muy difícil contestar. No teníamos respuestas. Yo me propongo dárselas ahora.

P. ¿Es un libro de autoayuda para maltratadas?

R. Tiene algo de eso. Por ejemplo, les digo que no esperen las soluciones de los demás, porque las soluciones las llevan ellas dentro. La mujer tiene un enorme poder para renacer de sus propias cenizas. No puede cruzarse de brazos y esperar que la solución le venga de fuera. Es cierto que va a necesitar ayuda de la familia, de las amigas, de las instituciones, de los jueces... Pero ella tiene que dar el paso para acabar con la situación, para denunciar.

P. ¿Por qué es tan difícil salir de esa situación?

R. Porque el maltrato hunde a la mujer en un pozo. La cuerda que se lanza para sacarla puede estar trenzada de muchos hilos, sociales, familiares, de amistad, jurídicos... Pero si ella no hace el esfuerzo de agarrarse a la cuerda y de mantenerse asida, no hay quien la saque del maltrato. Algunas víctimas prefieren el abrigo de esa oscuridad a la luz cegadora que se ve fuera y desde donde les dicen: "Sal, que fuera está la vida, y no ahí abajo".

P. ¿A qué se debe?

R. A que la mujer maltratada se acostumbra a caminar de rodillas. Se le atrofian los pies, en las rótulas le salen callos y se habitúa a andar así. Lo hace más cómoda que poniéndose de pie. Para levantarse, necesitará que alguien la ayude y será muy difícil convencerla de que andar de pie es lo normal, porque va a tropezar varias veces. Cuesta que una mujer maltratada capte eso, porque se ha hecho a la forma de vida que tiene, a la humillación continua durante años. Eso marca, destroza. La víctima tiene miedo. Llega a creer que es culpable de lo que le ocurre. El maltratador la aísla, la menosprecia, la culpa de todo. Además, la impunidad ha alimentado el maltrato durante siglos.

P. La nueva ley pretende acabar con todo eso, pero ha levantado polémica. Para algunos, discrimina al crear juzgados para proteger sólo a las mujeres.

R. Yo sé que hay muchas voces en contra de los juzgados de violencia. La razón es que estos juzgados pretenden conseguir la igualdad material y real entre sexos. Y eso es algo que no interesa a mucha gente, incluidas mujeres que pueden tener asumidos roles masculinos. Cuando el hombre y la mujer sean iguales, superando el sexismo, habrá mucha menos violencia.

P. ¿Es usted feminista?

R. Siempre he sido muy independiente. No soy nada que termine en ista, pero me veo en unas tesituras...

P. ¿Cómo justifica que la ley castigue más al hombre que a la mujer que maltraten?

R. La ley castiga más a los hombres porque considera que su actitud violenta respecto a las mujeres viene preñada de los condicionamientos sociales seculares que han contribuido a los roles masculinos de dominio sobre la mujer. Y eso, nos guste o no, es incuestionable. A través de los siglos, el dominio lo ha tenido el varón. A través de los siglos, las leyes las han hecho los hombres. La historia la han escrito ellos, y no las mujeres. También determinaban ellos las pautas educativas, económicas y sociales. El sujeto activo siempre era el varón, y el pasivo, la mujer.

P. ¿No es lo mismo que pegue un hombre o una mujer?

R. Alzar la mano a la mujer en la alcoba está cargado de esos estereotipos de "soy el varón, por eso mando y tengo que controlarte". No es lo mismo que cuando la mujer, que es la sometida, se atreve a levantar la mano al varón. En la violencia de la mujer hacia él no hay carga sociológica. No veo discriminación al establecer penas más graves para los hombres porque el punto de partida es desigual.

P. Pero también existen varones maltratados.

R. Claro que los hay. Son la excepción, y los protege el Código Penal. Ellos sufren más el maltrato psicológico que el físico. Suelen poner punto final a esa situación cuando encuentran a otra compañera. Esta realidad se conoce muy poco en los juzgados, porque es muy difícil que los hombres presenten una denuncia. No quieren que se sepa lo que les pasa. Sus casos están en las consultas de los psiquiatras y de los psicólogos.

P. Desde que arrancaron los juzgados de violencia, a finales de junio, usted ha atendido más de 300 asuntos al mes. ¿Ha recibido denuncias falsas?

R. Sólo he deducido dos testimonios por posible denuncia falsa entre más de 600 casos.

P. ¿Cómo reaccionan las víctimas que llegan a su juzgado?

R. Se sorprenden de la respuesta judicial inmediata, de que nada más denunciar al marido llega la policía, se lo lleva esposado y en 24 o 48 horas hay juicio. Muchas se asustan o se aturden al ver a su marido esposado. Para quitar hierro, suelen restar importancia a la denuncia, decir que fue una exageración. Yo les pregunto si mintieron a la policía o si me están mintiendo. "Es que no me esperaba que, porque me haya pegado, que es lo que viene haciendo desde hace años, le vería en los calabozos", me contestan. "Quiero que no me vuelva a pegar, pero no quiero causarle ningún perjuicio", añaden. Las mujeres querrían que tuviéramos una varita mágica para cambiar a sus maridos, o que les diéramos un escarmiento para que dejen de maltratarlas. Pero aquí no estamos para dar sustos.

P. ¿Condena más que absuelve?

R. En la mayoría de los casos, los hombres reconocen los hechos y se conforman con la pena que se solicita. Por eso se celebra un juicio rápido, se les condena y se dicta además el alejamiento. Les explico que deben cumplirlo los dos, que no pueden dormir juntos esa noche. Hay mujeres que dicen que quieren darle otra oportunidad.

P. El carácter forzoso del alejamiento ha motivado varias cuestiones de inconstitucionalidad de jueces. ¿A usted qué le parece?

R. Creo que la ley se excede. Dictar el alejamiento debería ser una medida facultativa para el juez. Puede resultar excesivo imponerlo si los afectados no lo quieren. No se puede ser más papista que el papa y negar efecto al posible arrepentimiento. Además, no es lo mismo un primer maltrato que uno reiterado.

P. Quien bien te quiere te hará llorar. ¿Miente el refrán?

R. No hay nada más reñido con el amor que el maltrato. Son conceptos antagónicos, aunque se disfracen. Cuando empieza a reinar el desasosiego, a surgir el temor al ruido en la cerradura de la puerta, el miedo a equivocarte, el tener la culpa de todo... Todo eso no es amor, sino alertas rojas de que existe maltrato.

P. Describe bien la situación. ¿La ha padecido?

R. No. Cuando he visto que se me encendían esas alertas he puesto los pies en polvorosa...

P. En juzgados como el suyo suele haber sobrecarga de trabajo. ¿Llegan a estar colapsados?

R. Los juzgados funcionarían mucho mejor si no tuviéramos tanto trabajo, pero el colapso se remedia a base de echar horas. Nuestros asuntos son dinamita pura, no valen archivos o resoluciones precipitadas, y cualquier expediente puede estallar en cualquier momento con una desgracia. Al tiempo, hablamos de los derechos fundamentales de los agresores.

P. ¿Cree que la ley integral contra la violencia será un espejo para otros países?

R. Estoy convencida. Ha despertado mucho interés fuera. El maltrato a la mujer es un fenómeno universal, y el legislativo español ha tenido la gallardía de afrontarlo con una norma pionera que en absoluto pretende culpar sistemáticamente a los hombres.

P. Pero quizá se sienten culpabilizados como colectivo.

R. Los juzgados se llaman de violencia sobre la mujer, pero también tutelan los derechos de los hombres denunciados por algo que no son. Además, entre los varones ya no mola ser maltratador, eso pasó a la historia.

P. También hay mujeres que se oponen a la discriminación positiva que establece la ley.

R. Se quiera ver o no, existe desigualdad por el hecho de ser mujer, y esta ley da respuesta a eso. Lo que pasa es que la que asume el rol masculino es mucho más radical que el hombre. Las hay que dicen, por ejemplo: "He llegado a ser ingeniera y cualquier mujer puede llegar también". Pero tampoco ellas están libres de la violencia de género. Si se enamoran y bajan la guardia, pueden caer en las redes del maltrato, que son muy sutiles. Conozco casos. El problema se da en todos los ambientes sociales.

P. Hay cuestiones de la ley que aún no han arrancado, como la creación de un fondo que garantice las pensiones impagadas a los hijos. ¿Le parece una medida urgente?

R. Urgentísima. Los niños comen a diario y hay papás que se olvidan de eso. El impago de pensiones es un delito por el que pocas veces se condena, al no acreditarse la existencia de recursos económicos de los padres. No sé qué pasa en muchas separaciones, que casualmente acarrean la ruina de los profesionales sin nómina embargable.

P. ¿Vivir dramas a diario cansa?

R. Siento el dolor de las mujeres que me cuentan su sufrimiento.

P. ¿Cree que difundir noticias de violencia machista provoca emulación?

R. No. La violencia estaba y se ha conocido gracias a los medios de comunicación. No se puede matar al mensajero porque el mensaje sea tremendo. No hay más violencia porque se cuente más, aunque haya quien al ver un caso en la televisión le diga a su mujer "la siguiente eres tú".

P. ¿Cómo juega la creciente autonomía de las mujeres?

R. Ahora la mujer se resigna menos y rompe el mensaje católico que se le venía dando de que con la resignación se ganaba la gloria. El ansia de libertad femenina puede aumentar el maltrato, pero no lo justifica. Además, la idea del príncipe azul tiene que desaparecer. La mujer no puede esperar a que otro le dé el pan. Tiene que ganarlo ella y ser la única dueña de su vida.

P. ¿Está a favor de los tratamientos para rehabilitar a los maltratadores?

R. Sí, pero sólo es posible si ellos tienen voluntad de cambio. En todos los casos que llevo en dos meses y pico, sólo un maltratador me ha pedido ayuda para cambiar. Era un torturador que despertaba a su mujer con agua fría porque encontraba placer en no dejarla dormir. Y había niños creciendo en ese ambiente.

P. La judicatura se feminiza. ¿Qué consecuencias tiene?

R. La justicia no tiene sexo. No afecta ser hombre o mujer al hecho de juzgar. Las mujeres han aportado constancia, valentía en sus decisiones. Otra cosa es la carrera. La realidad es clara: tres mujeres en el Tribunal Supremo. Llegamos con cuentagotas a los puestos altos, que son de libre designación, porque secularmente estos campos son de los hombres.

P. ¿Le gustaría jubilarse en el Supremo?

R. Qué duda cabe. A cualquier jurista le gustaría, pero la vida es tan amplia que no sé de qué querría jubilarme.Abogada antes que juez, esta

magistrada suele ir a contracorriente.

Miembro de la Asociación Francisco

de Vitoria (moderada), abandonó

la Audiencia Nacional para ocupar uno

de los nuevos juzgados de violencia

contra la mujer, de menor rango.

Ahora publica un libro de denuncia

social y autoayuda para maltratadas

Raimunda de Peñafort Lorente, responsable de asuntos de violencia de género en un juzgado de Madrid.
Raimunda de Peñafort Lorente, responsable de asuntos de violencia de género en un juzgado de Madrid.MANUEL ESCALERA

Casar con un niño en brazos

LLEVA POR NOMBRE el del patrón de los abogados porque su padre soñaba con tener una hija que lo fuera desde que, en la mili, vio una película de una abogada que le impactó. Raimunda de Peñafort Lorente Martínez quería ser escritora, pero se matriculó en Derecho. Y también en Filosofía y Letras. Su padre acudió a presenciar su primer juicio, en 1975, un hurto de uso de una moto. "A la salida, me dijo que era el momento de regresar a Granada y de hacerme una mujer, que aprendiera a cocinar... Fue un momento duro, pero con la ayuda de mi madre le convencimos de que era una pena con lo bien que me había salido el juicio". Aquel primer cliente le proporcionó el segundo: un compañero de celda. Lorente empezó a hacer su clientela en la cárcel de Carabanchel, pero tenía que pedir el permiso paterno para viajar a los juicios. También se convirtió en profesora de criminología cuando acabó esos estudios. "Me ponía tacones y me pintaba para aparentar más edad, porque los alumnos eran mayores que yo".

Después, la ajetreada abogada -"el traje de novia me lo compró una amiga porque yo no tenía tiempo"- se vio juez y madre de tres niños pequeños. "Para mí, como para todas las mujeres, es dificilísimo conciliar trabajo y familia. He casado con uno de mis niños en brazos. Otra vez, en una guardia, tuve que ir a levantar un cadáver. No podía dejar a los críos solos y no conocía a nadie en esa ciudad, así que me los llevé. Mientras yo subía monte arriba, la Guardia Civil me los entretuvo con las sirenas de su coche".

Como magistrada de la Audiencia Nacional, a Lorente le ha tocado decidir sobre importantes financieros y en casos de terrorismo. "En esa situación, la mano no tiembla más ni menos que en cualquier otro caso. La función de juzgar es la misma en un sitio u otro, y la pérdida de la libertad duele por igual a todos los ciudadanos". Ahora afronta con ilusión su juzgado de violencia madrileño y prepara otro libro, esta vez sobre los hombres maltratados. Pero también sueña con volver a la novela. Ya se estrenó con una, A la luz de un sueño, y quedó finalista del Premio Vargas Llosa en 2003.

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