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Columna
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Análisis comparativos

Por más que en el paisito las declaraciones de los políticos exijan de nosotros una ardua hermenéutica textual, hay que reconocer que las mejores piezas siguen viniendo de fuera. De fuera vendrán, también en este caso, según aquel adagio en que algunos insisten con freudiana nostalgia.

La presidenta de la comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre, ha considerado recientemente que Cataluña se halla fuera del territorio nacional. Se trató de un lapsus linguae, neutralizado a las pocas horas mediante nota de prensa, si bien nadie tuvo constancia de que el aserto original hubiese perturbado las fibras más íntimas del pueblo catalán o de sus instituciones. Y es que el elemento escandaloso de la declaración presidencial resultaba ser muy otro: considerar que el traslado de una empresa energética, siquiera a efectos de control societario, de Madrid a Barcelona era una "mala noticia". Ahora que el liberalismo alecciona a los desempleados con que la fuga de sus antiguas empresas a remotos continentes nos beneficia a medio plazo, ¿qué tiene de agravio un mínimo desplazamiento regional? Uno oye a menudo la razonabilidad de que todas las grandes empresas acaben domiciliadas en el Paseo de la Castellana, pero habrá que empezar a admitir la mera posibilidad de que no siempre sea así.

Hay que desaprobar reacciones tan destempladas, sobre todo si provienen de una dirigente que se permitió en cierta ocasión apelar a su apellido para aventurar que le asistía el derecho de sufragio entre nosotros. ¿A qué viene tanta insolencia apellidista, tanto esencialismo originario? Como si aquí el censo no fuera fiable y se votara con esos criterios predemocráticos (antropológicos, sanguíneos) que se aplican a la Galicia de ultramar. Y es que del mismo modo que hay libros de autoayuda y cursos acelerados para dejar de fumar, sería conveniente concebir un método para conseguir que algunos dejen de imaginarse vascos (o gallegos) sólo porque les ha caído la mala chamba de apellidarse raro. Ya veo los anuncios de prensa: "Dejar de ser vasco es fácil. Un método definitivo". Por un módico precio, yo mismo estaría dispuesto a conseguir que cualquier vecino del barrio de Salamanca dejara de dar la murga en toda sobremesa con el origen euscaldún (sic) de sus ancestros.

Pero así como existen políticos con una empanada territorial indescifrable, también la empanada traspasa las fronteras de lo político y entra de lleno en lo profesional. Por ejemplo, el ciclismo es un deporte extraño que los periodistas se empeñan en ensalzar con adjetivos épicos y heróicos. ¿Por qué lo hacen? A mi eso de andar en bici siempre me ha parecido una actividad muy relajante, adecuada para el paseo rodado y la oxigenación. Y digo esto porque ahora se ha puesto de moda que los periódicos contraten a ciclistas en activo para que escriban un artículo diario durante el transcurso de esas largas carreras en las que participan. Es decir, se meten 200 kilómetros sobre la bici, luego van al hotel y pergeñan el artículo del día. La otra semana, emitieron por televisión un reportaje acerca de esos esforzados de la ruta, que se han comprometido a escribir una columna diaria mientras recorren España por etapas. "No me parece un trabajo difícil. Son apenas diez minutos", reconocía el más sincero de estos nuevos cronistas, aludiendo, creo, a su ligereza compositiva, a esa prosa suya, de instantánea condensación. Y lo dijo ante las cámaras, con la misma impavidez con que la presidenta Aguirre suele decir lo suyo, con la misma convicción, con la misma falta de temor, sin el menor atisbo de reserva intelectual.

Reconozco que después de haber oído esas declaraciones leí en el diario pertinente el largo artículo que había escrito, en apenas diez minutos, nuestro joven columnista. Pero antes de glosar las capacidades de terceros yo prefiero dejar constancia de las mías: por ejemplo, que a mí lo de la bici ni me agota ni me parece difícil. Me monto, doy un paseo por el bidegorri y vuelvo tan campante. Ni cansado ni nada. Como escribir. No sé dónde le ven el mérito.

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