Lágrimas negras
Mientras en nuestra ombliguista sociedad continúan mareándonos con dudas shakespearianas, el recientemente publicado por Naciones Unidas Informe sobre desarrollo humano 2005 nos escupe cifras crudas e incontestables, como que 2.500 millones de personas sobreviven con menos de dos euros al día, que cada tres segundos muere un niño, que la expectativa de vida no supera los 36 años en algunos países africanos, que se ha incrementado por diez el gasto en armas en detrimento de la ayuda o que la pandemia del sida cabalga como un jinete más del Apocalipsis.
Y en esta desdichada tómbola es el África subsahariana la que tiene el mayor número de boletos. En una de sus últimas apariciones como embajadora de buena voluntad para Unicef, Audrey Hepburn relató entre sollozos lo mucho que le habían impresionado las miradas infantiles en sus visitas a los campos de refugiados africanos, todo ojos en cuerpecillos famélicos. Miradas fijas, a menudo llenas de lágrimas, que también nos interpelan desde los periódicos cuando rescatan seres humanos de las aguas del Estrecho. Pero, ¡ay!, son lágrimas negras, que dirían Bebo Valdés y Diego El Cigala. Negras y pobres, como las que lloran por el Katrina en el sur de los EEUU.
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