Dédalo
Puede que los laberintos tengan luces sombrías, fantasmagóricas. Fueron creados para que se perdieran quienes se aventuraran en ellos. Se entra, pero... Aunque cabe que la boca de entrada pueda ser también luz de salida, si bien es muy probable que esa luz, reflejada en los innumerables muros y recodos, convierta estos en espejos de una falsa esperanza. Es un lugar común hablar del laberinto vasco. Hay incluso quienes lo cultivan y desearían su pervivencia proyectándolo también como un laberinto en el tiempo. Para ellos, ha dejado de ser un factum para convertirse en una razón, un argumento a beneficio propio, de modo que la salida que ansían es siempre una boca de entrada; para salir, para beneficiarse, primero hay que crear el laberinto. Y hay también quienes desean destruirlo para siempre, sin esperar otro beneficio que una superficie aireada que destierre de una vez el camino irreversible de la pérdida.
Mi metáfora quizá resulte sesgada, ya que distingue entre buscadores de luz y hacedores de sombras, y alguien puede objetar que en este laberinto, en realidad, perdemos todos. Todos, incluso los beneficiados de primera mano, pues la estela de un país siniestro se proyecta, en efecto, en el tiempo. La bestia que reside actualmente en nuestro laberinto se llama ETA. Y digo actualmente porque para los constructores de laberintos se llamará de otra forma, y tendrá otra fisonomía, cuando aquélla desaparezca. Para ellos, el laberinto tendrá que seguir existiendo.
Un amigo, en una conversación que mantuvimos no hace mucho, me defendió que el logro de la paz bien merecía cualquier precio, ya que la vida humana no la tiene, al ser el suyo inconmensurable. Pero justamente por ser inconmensurable, debiera quedar al margen de cualquier transacción; lo contrario sería atribuirle cantidad y precio, que es lo que hacen los asesinos: matar para encontrar una razón y para negociar con el valor de la víctima. Para ellos la vida humana sí tiene un precio, que no es otro que el de sus reivindicados deseos. La paz no tiene como objetivo acabar con las víctimas, sino acabar con los asesinos. Mi matización no es un juego verbal, aunque los antónimos asesino y víctima sean términos recíprocos, es decir, se impliquen mutuamente. Acabar con los asesinos significaría acabar igualmente con las víctimas... futuras. Y el tiempo marca ahí una prelación determinante. Sólo una sociedad inerme negocia el valor de las vidas de sus ciudadanos con los asesinos. También con los terroristas se trata de una cuestión de relación de fuerzas. Si lo que plantean es un armisticio, únicamente se les puede responder que no hay lugar. Sólo hay lugar para un desarme que podría ser compensado con la generosidad que la reconciliación social demande.
¿Se trata de perder a cambio de la paz, o se trata más bien de dejar de perder gracias a la paz? Si ETA es una expresión del conflicto ancestral -¿sí, señor Egibar?- y no agota en sí misma la naturaleza de éste, digamos que hay un bando del conflicto, que la incluye y en cuyo interior se dan curiosas relaciones. Para el bando del conflicto, la situación actual sería de pérdida pendiente de una restauración, y serían los del otro bando quienes ahora mismo disfrutarían de una situación ventajosa. De ahí que cuando se habla de perder en aras de la paz o de pagar un precio, sea a los de este último bando a quienes se señale implícitamente como sujetos de esa pérdida. Los nacionalistas demandan un beneficio y serían los no nacionalistas quienes deberían pagar un precio, lo que presupone el reconocimiento de la actual condición de víctimas de aquellos y del privilegiado estatus que disfrutarían los últimos, representación que es exactamente la contraria de la realidad.
Quienes viven hoy en una situación ventajosa son los nacionalistas, los del bando del conflicto, y es un juego de sinécdoques el que les permite seguir manteniendo la falacia de lo contrario. Esa expresión del conflicto ancestral que es ETA asume hoy el conjunto de la pérdida -presos, muertos-, pérdida que se la atribuyen a sí mismos por sinécdoque todos los nacionalistas. Lo que estos no se atribuyen, también por sinécdoque, es la cara delictiva de la organización terrorista. No, ellos ganan siempre. Ganan ahora, ocultando su ganancia bajo la pérdida que sufre sólo una parte de los de su bando, y esperan ganar también en el futuro, gracias precisamente a esa pérdida de parte. Quienes pierden siempre, ahora, y luego con el precio de la paz que se les demanda, son los del otro bando, los no nacionalistas. De ahí que a mi amigo le respondiera que el precio, altísimo, ya se estaba pagando ahora, y que si queríamos la paz era justo para dejar de pagarlo. Pueden ser consideraciones pertinentes en un momento en el que el proceso de paz parece inminente.
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