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Columna
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Indalo

No sé si es imprescindible que las ciudades tengan una seña de identidad que las haga reconocibles a primera vista, pero en el caso de Almería la desfiguración de un símbolo como el Indalo se parece mucho a una rendición que rubrica el proceso de desfiguración que desde hace años viene sufriendo la ciudad entera. La operación recuerda las tramas de aquellos dramones en los que alguien intenta ocultar su pasado por miedo a ser avergonzado en público por haber sido lo que fue.

El Indalo es un dibujo muy sencillo, prácticamente infantil, en el que una figura humana elemental sostiene desde los extremos de sus brazos un arco que se cierra sobre la cabeza del muñeco. Apareció en las cuevas del norte de la provincia, los románticos se entusiasmaron con la infinita posibilidad de sugerencia de su trazo casi minimalista y con el tiempo se comprobó que los amerindios usaban ese mismo garabato para representar a los guerreros del sol. En todos los casos era un icono protector, y yo lo he visto, pintado siempre en el color almagre que daba ya hecho la tierra, en la puerta de las casas de Mojácar y la comarca de los Vélez, en las calles de Almería: la calle Real, la Almedina, o la antigua Rambla. Prevenía contra el rayo y el mal de ojo. El Indalo era simple como lo verdadero, antiguo como lo seguro, inimitable como lo que se trazó de una vez por todas. Acabó imponiéndose la interpretación religiosa, que lo convierte en un hombre que sostiene con sus brazos el arco iris, la promesa divina de que no se repetiría el diluvio universal: mal negocio para una tierra tan seca.

Pero ese dios falso no protegía a la ciudad ni de los eventos fastuosos ni de los gustos de los nuevos ricos. La maqueta de los Juegos del Mediterráneo ha sido Indalete, una versión del dibujo en tres dimensiones y con franjas de todos los colores; era una versión inspirada en el original, que quedaba intacto y era tratado con respeto. Pero en las ferias de agosto, literalmente amenazadas por las ratas, en el extremo de la Rambla que da al mar plantaron un Indalo gigante -¿quince metros?- hecho de plástico y creo que relleno de arena. Y esta vez el muñeco ha cambiado muchísimo: tiene la línea del cuerpo curvada como si estuviera bailando algo fuerte o hubiese bebido más de la cuenta. No es una versión del original, sino una desfiguración que lo convierte en lo contrario de lo que era. Y los colores del plástico inmediatamente recuerdan la publicad de Telefónica.

No tengo la menor idea de si Telefónica tiene que ver algo en el caso, pero un favor sí que le han hecho. La cuestión de fondo es otra, más dura: alguien -el Ayuntamiento, supongo- ha hecho de un signo de identidad humilde y ejemplar un logo publicitario. El Indalo ha sido vaciado de toda su enigmática historia para pasar a no significar absolutamente nada. Mejor dicho: lo han convertido en un anuncio: avisa de que la ciudad, toda la ciudad, está en venta. Ese fantoche de plástico es la mejor caricatura de la gente que manda ahí: los Zaplanas rumbosos, vendedores insaciables. Se han forrado, por utilizar su propio lenguaje. Y el pobre muñeco, tragando tierra. El desierto avanza: enhorabuena.

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