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Tribuna:EL DEBATE DEL AGUA
Tribuna
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La 'partidización' electoralista del agua

Durante este verano he tenido la ocasión de viajar, una vez más, por varios países de Oriente Medio. En la mayoría de ellos, una gran parte del territorio es desierto. Un terrible sequedal, salpicado por zonas arenosas, en los que crecen algunos matorrales entre pedregales, refugio y escondite de serpientes y escorpiones. Largas rutas interminables, que los seres humanos, atraviesan lo más velozmente posible a la búsqueda del ansiado oasis. Es verdad que la mística y la estética de los desiertos, han atraído, desde siempre a monjes y aventureros. Sin embargo, lo inhóspito del paisaje invita tan sólo a una breve y protegida estancia. Las limpias noches del desierto son únicas, pero el terrible calor del día también. Por eso el hombre prefiere la cercanía y la frescura del agua limpia para establecer su morada. En aquellas tierras se curtieron las primeras civilizaciones y el ser humano nos dejó sus primeros testimonios escritos. Los beduinos, actuales pobladores, se sienten, sin duda desde la cima de sus camellos, amos y señores de esa oceánica inmensidad de la casi-nada. Por eso, algunos de ellos, todavía, de aquí para allá, en esos desiertos de fronteras artificiales pastorean sus cabras y sus ovejas. La contemplación de los inhóspitos paisajes me ha recordado, también, que una buena parte de la Humanidad se muere de sed -y también de hambre-, ya que no tiene acceso a agua potable. Y que muchos niños y ancianos, por su vulnerabilidad, mueren de enfermedades curables, producidas por aguas contaminadas. Y que el desierto es el recuerdo permanente de las apocalípticas sequías africanas que se llevan por delante muchas vidas humanas. Por eso los que todavía podemos disfrutar de agua potable no podemos permitir que se banalice un tema tan importante.

Es cierto que cerca de nosotros se percibe cada vez más el avance implacable de la desertización. Y que este año hemos sufrido una severa sequía, que ha mermado nuestros embalses y nuestras tierras agostadas se resienten por falta de agua. A esto hay que añadir que en estos lares, muchas veces, como dice el poeta "la lluvia no sabe llover".

En cualquier caso, me da la impresión de que estamos errando el camino. Páginas y páginas de polémicas en los medios de comunicación, pero sobre todo de intentos de patrimonialización y partidización del problema del agua. Uno empieza a entender aquello que dicen algunos expertos de geopolítica: las próximas guerras ya no serán por el petróleo, sino por el agua. En nuestra tierra tenemos un avance todavía incruento de esta afirmación.

En la Comunidad Valenciana nos estamos peleando no solo con otras comunidades sino también entre nosotros, por unos hectómetros de agua. De seguro que les hacen falta a aquellos que legítimamente los reclaman. Pero a lo mejor no les sobra a los que deberían de compartirla. En cualquier caso si se trata de un tema técnico, habilítese desde ya una solución. Los datos, como dice un amigo mío, son cabezudos: si hay agua, hay agua; y si no hay agua, no hay agua. La suficiencia o insuficiencia para solidarizarse se puede determinar técnicamente si existe voluntad política.

Pero sospecho que no es esa la cuestión. El tema es la desmesurada voluntad de rentabilizar políticamente el problema real del agua, que está teniendo como consecuencia la división entre los ciudadanos de la Comunidad Valenciana. A mí me parece una frivolidad la actitud de nuestros políticos ante este grave problema. Su incapacidad de negociar y consensuar una salida a esta situación es de nota. La historia les pedirá cuentas a los unos y a los otros. Estamos ante un problema grave, que necesita una planificación seria y negociada. El corto-placismo electoralista en este tema puede ser nefasto. La partidización y la patrimonialización del problema del agua puede tener un efecto boomerang para aquellos que la fomentan.

Los ciudadanos nos merecemos una explicación clara y precisa de la situación en la que nos encontramos: cuáles son los niveles de agua en los que nos movemos a corto, medio y largo plazo para el consumo humano, para los regadíos y para aspectos lúdicos. La impresión de improvisación y salto de mata es absolutamente generalizada. Muchos nos preguntamos si la situación actual no era previsible..., pero sobre todo ante la carestía real: qué vamos a priorizar. Todo es importante, pero unas cosas más que otras. Qué modelo económico y social queremos potenciar. Si queremos que la agricultura desaparezca o se reduzca mucho más hay que decirlo claro y alto. Si pretendemos potenciar el turismo del golf es otra cosa..., o ambas cosas a la vez, pero hay que aclararse y aclararlo. En una palabra: qué modelo vertebrador de Comunidad deseamos construir con los medios que tenemos. Lo elemental, lo básico, pero esto no les importa a nuestros próceres gobernantes y representantes políticos. Pero sobre todo saber si contamos con los recursos hídricos adecuados y necesarios para que ese modelo elegido pueda ser sostenible. La sociedad civil organizada y no organizada debería de obligar a nuestros políticos a encontrar soluciones urgentes a este problema, que se puede agravar, si seguimos despilfarrando agua. Por eso para acabar, simplemente añadir que es necesaria una seria sensibilización sobre los niveles de consumo, si no queremos que un día el grifo deje de funcionar, y no por obras. En algunos países, por ejemplo en Bélgica, cada vivienda tiene unos bloques de consumo, a distintos precios y al sobrepasar cada tramo aumenta la tarifa considerablemente. De esta manera, la población aprende a dosificar responsablemente el consumo.

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José Luis Ferrando Lada es Profesor de Filosofía y Teología

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