La poesía como cosa en sí misma
Daniel Samoilovich (Buenos Aires, 1949) es una de las figuras centrales de la poesía argentina de los últimos veinte años. No sólo por su obra de creación, sino también por su labor como cofundador de Diario de Poesía, revista que dirige desde 1986 y que es el medio a través del cual se viene realizando un radical giro poético en el Río de la Plata. En sus últimos libros, el trabajo de Samoilovich puede verse como un intento de revitalizar el poema como género, no como fogonazo lírico exento sino como unidad extensa, articulada y formalmente compleja. Sus dos libros anteriores ya iban en esa dirección: Las encantadas (Tusquets. Barcelona, 2004) era una visión fragmentaria, sesgada y cómica del viaje de Darwin a las Galápagos, donde tuvo la primera iluminación de su teoría de la evolución de la especie. Sobre éste se imprimía el viaje de Melville, quien llamó Encantadas a las Galápagos, y sobre éste aun el viaje del propio poeta o de su personaje, y el viaje de los dos Ulises (el de Homero y el de Joyce). Y quizá también el de Colón, puesto que se trata de América, de la lectura del Nuevo Mundo con los ojos del Viejo y de la fractura en la lengua misma para insinuar esa voz que no puede ser unívoca y se troquela en un poliedro. El carrito de Eneas (Bajo la Luna. Buenos Aires, 2003) era una meditada revisión del poema virgiliano inspirada en la última gran crisis argentina, la de finales de 2001. En el poema de Samoilovich, un recogedor callejero de papel y cartón aparecía como la encarnación degradada y todavía heroica del hijo de Anquises. Allí se insinuaba el ascendiente de otra gran revisitación americana de la epopeya clásica: la de Omeros, de Derek Walcott (en castellano, publicado en Anagrama).
EL DESPERTAR DE SAMOILO
Daniel Samoilovich
Adriana Hidalgo
Buenos Aires, 2005
253 páginas. 8,60 euros
El despertar de Samoilo re
sume y supera ese trayecto, como condensación más delirante y consistente de una tragicomedia de la personalidad. Tiene, de hecho, la apariencia de una obra teatral, con sus dramatis personae y su coro, y por esa escena improbable desfila el siglo XX como una espantosa carcajada, expresada en una lengua en estado de carnavalización de sí misma. El título es ya un guiño evidente al último trabajo de James Joyce, Finnegans' Wake. Samuel Beckett escribió para ese límite infranqueable de la literatura moderna: "Aquí, forma es contenido; contenido es forma (...) No trata de cosa alguna; es la cosa misma". Algo así rige para El despertar de Samoilo, pues siempre es la cosa misma cuando se trata de poesía que no trilla el surco del oficio, de deliberación formal llevada a su máximo grado de inestabilidad. Lo es, obviamente, en Shakespeare, y este Samoilo que despierta debe también su parte a la voz tonante y sarcástica de Jack Falstaff -Samoilovich realizó, junto a Mirta Rosenberg, una traducción de Enrique IV, primera parte para la colección Shakespeare por Escritores (Norma. Buenos Aires, 2000). Y, por afinidad shakespeariana, está cerca también del extraordinario libreto que Auden escribió en 1951 para Ígor Stravinski, The Rake's Progress (La carrera del libertino. Traducción de M. Rosenberg y J. Arrambide. Bajo la Luna. Buenos Aires, 2003).
A esa constelación habría
que agregar además las citas más o menos encubiertas de Manrique y de Góngora, los juegos de latinismos, italianismos, anglicismos: "Non solum sería peligroso, / sed etiam, kitsch", dice Chas, uno de los personajes; "Entonces vamos a poner un final fin / hacia este fucky asunto", cierra Kiri Wen, la máscara más exótica en escena. Por esta vía, todo en el poema está en ebullición: la forma, la lengua, las voces. No parece que Samoilovich se proponga revitalizar los procedimientos de la vanguardia sino que es más bien una tentativa de escape a los ya conocidos, y demasiado cercanos, horizontes de la poesía de hoy. En todo caso, para el lector se trata de despertar, como el personaje de Samoilovich, en medio de una fiesta en la que todas las categorías se han invertido, y donde la lengua misma sueña nuevas posibilidades de expresión (y, por anticipado, las parodia). Como si el poema desplegara su arco entre evocaciones y premoniciones sobre los pilares del presente.
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