Divertimentos
Días de sopor estival en los que hasta la lectura del periódico diario se ha hecho fatigosa a la hora del desayuno y en las emisoras de radio se esfuerzan los sustitutos por llenar espacio, presos del horror vacui a las pausas y el silencio. Desde alguna esquina del mundo llegará hasta el soñoliento Madrid el estrépito de la mala noticia y mientras nos recreamos en el ocio forzoso, el recuerdo grato, la memoria refrescante de alguna historia divertida. En el bloc de la mesa, junto al televisor, unas notas garrapateadas en tiempos preolímpicos, con esas meteduras de pata que nos han hecho reír: "Como dijo el barón de La Rochefoucault, lo importante es participar". ¡Qué bruto! Lo dijo el barón de Coubertin y, además, el otro era duque. Una apurada ministra olvidó que el verbo se conjuga como "ver" y suelta "preveyó" en vez de previó. Otro reportero deportivo nos propina: "Mantenía sus condiciones físicas prácticamente innatas"; quizás quiso decir intactas.
Tiempo atrás sorprendió la redicha Radio Vaticano informando de que una contaminación electromagnética afectó al 600% de cierta población o barrio. Me vino al recuerdo la anécdota contada por un pariente, encarcelado tras la guerra civil, entre cuyas aflicciones figuraba la charla de un bienintencionado e ignorante clérigo, que así se dirigía a la población reclusa: "Me consta que el 80% de vosotros sois buenas personas... pero, ¡anda que el otro 80%!".
Nos enseñaron que dos negaciones suponen una afirmación y a menudo pensamos que debió ser un secreto de difusión muy restringida, porque el disparate gramatical lo escuchamos todos los días: "Hasta que Bill Clinton no abandone Seattle, no se producirá...". "El problema no se resolverá hasta que no llegue el dinero...", lo que condenaba al entonces presidente americano a no irse jamás de aquella ciudad, y quienes esperaban fondos nunca llegarán a sus manos.
Otro recurso estival es recordar historietas divertidas, de ésas que casi nunca nos cuentan los caricatos en televisión. Entresaco algunas de un libro francés. Dan la vuelta al mundo pero aún arrancan nuestra sonrisa, porque el humor no tiene fronteras y a veces escuchamos en labios extranjeros chascarrillos que creíamos genuinamente hispanos. He señalado algunos que me han divertido y los traslado a los lectores con el ánimo de que causen el mismo efecto. Otros son más originales, como el diario íntimo de la joven embarcada en un crucero de placer: "Lunes: nos hacemos a la mar. Martes: me presentan al capitán del barco, un hombre encantador que me invita a su mesa, me sienta a su derecha y se muestra muy galante. Miércoles: el capitán me invita a almorzar en su camarote y con mucha delicadeza me hace proposiciones, que rechazo. Jueves: el capitán me busca por todo el barco, me acorrala y me presiona. Viernes: este hombre está loco. Me dice que si no accedo a sus deseos es capaz de hundir el barco en medio del mar. Sábado: he salvado a 800 personas de morir ahogadas". Hacía tiempo que no oía este chiste.
Trasladada la acción a Inglaterra vemos al maduro conde, que quiere mantenerse en forma, haciendo flexiones sobre los brazos, desnudo, a los pies de la cama. Arriba, abajo, arriba, abajo. Entra el criado con la bandeja del té y carraspeando respetuosamente, advierte: "Milord, la señorita se ha marchado hace 10 minutos".
En una revista leímos la fingida encuesta acerca del comportamiento de los hombres tras hacer el amor: "El 1 %, lee; el 2%, se toma una copa; el 4%, ve la tele; el 6%, enciende un cigarrillo; el 7%, se vuelve a dormir y el 80% restante, se viste y regresa a su casa". Otro suceso, en Nueva York. La esposa hace ganchillo mientras el hombre lee el periódico y comenta horrorizado: "En esta ciudad una mujer es violada cada dos horas". Comenta la dama, sin apartar la mirada de la labor: "Pobrecilla".
Hay personas a quienes disgustan los chistes, sean regulares o buenos. Les pido disculpas y omito algunos que buscan el efecto en la seriedad del tema, para no ofender a nadie. Suelen ser los mejores. Dicen que la risa es beneficiosa y se llega a utilizar como terapia prorrumpiendo en carcajadas contagiosas, sin motivo alguno. Lo hacen los japoneses, que son gente muy rara. No hay límites y nunca perderá su carácter jocoso ver cómo alguien le tira una tarta de nata a su prójimo, cuando la viejecita resbala sobre una piel de plátano o el niñito se cae por un terraplén con su triciclo.
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