Mientras el cuerpo aguante
6.000 atletas de entre 35 y 97 años se dan cita en San Sebastián en un homenaje al deporte y al espíritu de superación sin límite de edad
A Johnye Valien, cuando era joven, le gustaba la natación. Pero Estados Unidos es muy exigente para quien no despunta a temprana edad. Así que esta mujer decidió pasarse al tenis en su época universitaria, pero tampoco descolló lo suficiente para abrirse un hueco en la élite y a los 22 años años descubrió el atletismo y... ya era vieja. Ironías del destino. Ahora, con 80 ya cumplidos, se ha inscrito en 12 pruebas (incluido el heptalon) en los Campeonatos del Mundo de veteranos, que se celebran en San Sebastián desde el día 22 hasta el 3 de septiembre.
Rechazada por la dictadura de las marcas, Valien descubrió que el atletismo era un buen camino para reivindicar a "la mujer activa". Compite para eso, sólo para eso, nunca por las medallas, y lo combina con charlas en institutos y universidades "por una vida sana, una alimentación equilibrada y una actividad de la mujer en un país donde se tiende al sedentarismo, especialmente entre las mujeres".
Ella quiere ser un ejemplo de futuro. Uno más entre los 6.000 atletas de entre 35 y 97 años que se han dado cita en San Sebastián en las circunstancias más voluntaristas posibles. No reciben apoyo alguno (salvo algunas federaciones nacionales, que les subvencionan la equipación o el viaje), se tienen que buscar la vida en la ciudad y no hay premios que acompañen ni su participación ni su posible éxito. "Nos hemos encontrado con las circunstancias más inesperadas", comenta un miembro de la organización, "como las de unos atletas búlgaros y armenios que aparecieron sin dinero ni alojamiento y conseguimos situarlos en un colegio habilitado para ello".
Rosario Iglesias, Chayito, tiene 95 años recién cumplidos y el atletismo le llegó de joven. A los 80 años. Era vendedora de periódicos, en México, una voceadora que recorría habitualmente entre 10 y 15 kilómetros. Y un buen día descubrío que el atletismo se puede hacer igual en la calle que en la pista de un estadio.
Chayito, que hoy regenta un quiosco fijo entre las calles Pensylvania y San Antonio (en la colonia de Nápoles) mide 1,35 metros y pesa 35 kilos. "Come bien y de todo", dice Conrado, su nieto y entrenador. Se acuesta pronto y se ha convertido en una celebridad en su país. Tanto que ante los Juegos Olímpicos de Atenas 2004 tuvo el honor de ser la portadora del último relevo de la antorcha a su paso por México y encender el pebetero, recogiendo el testigo de la ilustre Ana Gabriela Guevara, la especialista de los 400 metros. Su mejor marca es 3m 14s en los 400 metros. Gana siempre porque nadie compite en su edad, pero se ha convertido en la referencia obligada de unos Mundiales que reclaman más emoción que atención y que desafían las leyes fisiológicas del cuerpo humano. A Chayito le han pagado el billete y punto. "Lo malo es que creen que porque soy famosa me financian todos mis gastos", recuerda.
Sin embargo, la incombustible atleta mexicana no es la mas veterana de los Mundiales. Alfred Proksch, austriaco, lanzador por devoción (de peso, disco y jabalina), tiene 97 años en el carné de identidad, pero su aspecto delata una juventud envidiable. Una vida que ha conocido los Juegos Olímpicos de Berlín 1936, los que presidió Adolf Hitler y que enseñaron al mundo la imagen del grandioso Jesse Owens. Entonces, Proksch competía en salto con pértiga y ostentaba la mejor marca europea, sólo superado mundialmente por un estadounidense y un japonés, una disciplina que, a su edad actual, se antoja demasiado arriesgada. Ahora prefiere el lanzamiento, aunque en San Sebastián no ocultó su contrariedad por el estrellato: "Había demasidas cámaras, demasiada presión, y he lanzado la mitad (10,53m) en disco de lo que puedo conseguir". Con los pantalones arremangados, como un veraneante, costaba sacarle una sonrisa. La marca se lo impedía.
Lo mismo le ocurría al mexicano Manuel González (93 años), que, con su aspecto bohemio, refunfuñaba del orden de sus pruebas: "Están demasiado seguidas, pero da igual. Estoy dispuesto a morirme en la pista". Aunque reconocía que, mientras tanto, la presencia en los Mundiales le permite vivir la vida, "la playa, la buena comida, el paseo..., una maravilla". González, con su barba blanca de chivo, tuvo el honor de encender el petebero de los Mundiales, una antorcha que recibió del voluntario más joven, Aitor Harto, de 10 años, que protagoniza la presencia de unos 1.000 voluntarios, también altruistas, de distintos países.
San Sebastián está cubierto en la hostelería y bien servido en el estadio. Un promedio de 8.000 personas cubren las gradas de Anoeta en los días más atractivos para el público; el Miniestadio, en los aledaños, se llena con facilidad. Y aún queda lo principal. Por ejemplo, la presencia del triplista estadounidense Willy Banks, récordman mundial con 17,97m entre 1985 y 1995, hasta ser destronado por el británico Jonathan Edwards, y tercera mejor marca de siempre. Es la historia del atletismo frente al espíritu de superación. Banks inventó las palmas del público que hoy reclaman todos en las grandes competiciones. En Anoeta no le faltan a nadie.
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