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Crónica:Vuelta 2005
Crónica
Texto informativo con interpretación

Veneno y caídas

El australiano McGee se viste el 'maillot' amarillo tras la victoria del italiano Bertagnolli en Córdoba

Carlos Arribas

Como dijo el poeta, hay mucho veneno en la serpiente multicolor.

En la llegada, bajo el solazo de Córdoba, Juan Antonio Flecha, tercero de la etapa, tiene que aguantar el recochineo del personal. Está doblado sobre la bici el joven de Junín, recontando la sed que ha pasado a 45 grados al sol, narrando, los labios secos, la saliva, seca, los ojos hinchados, las penurias de quien va al coche a buscar agua y le dicen que no queda, cuando se le acercan y le recuerdan: "Bueno, un poco más y ganas por la moto". Y Flecha, inteligente, no tiene más remedio que echarse a reír. Al mismo Flecha, en abril, lluvia y frío en Flandes, una moto que condujo a un belga detrás de él en el último kilómetro, le privó de una victoria en la Gante-Wevelgem, clásica de prestigio. A ese mismo corredor, ayer, bajando desde el Brillante, en el último kilómetro, una decena de segundos detrás de McGee y Bertagnolli, una moto le ayudó tanto que a punto estuvo de cazar y ganar.

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Más veneno debió de escupir Óscar Pereiro, solo, tirado, de pie en la cuneta, una mano levantando una rueda pinchada, reclamando un recambio. Inútilmente. Ni el coche de su equipo, ni el coche neutro, ni el coche de nadie en lontananza. El incidente le sucedía justo después de que Andy Rihs, el patrón del Phonak, les dijera a él, a Landis y a Botero, los tres mejores del equipo, los tres con contrato en vigor para las próximas temporadas, que, si querían irse a otro equipo, se fueran, que eran libres, que no iba a poner trabas a su eventual marcha. El mismo mensaje que les envió el invierno pasado después de los casos de Hamilton y Santi Pérez. "Tate, esto es lo que me espera si no me voy", pudo pensar el gallego. Como para no pensar mal corriendo los tiempos que corren. Se habría equivocado. Su coche no llegó a tiempo con la rueda -perdió casi ocho minutos-, ni tampoco el vehículo neutro no por mala fe de sus conductores, sino porque en la Vuelta, aparte de veneno, también hay dolor.

Dolor fueron los ayes de Klier, uno de los tres que volaron por encima de una valla quitamiedos y se quedaron al borde de un barranco. El alemán del T-Mobile fue más lejos que ninguno, hasta unas zarzas entre cuyos pinchos se enredó y aulló. Los otros dos, el portugués Azevedo y el valenciano Quique Gutiérrez, volaron menos, pero también se la dieron. Como Iván Gutiérrez, que va a caída por día y se machacó un pulgar. Perdieron tiempo, pero no fueron los peor parados del día en que el pelotón recorrió tierras de aceitunas, aficionados a la sombra de emparrados cerveza fresca en la mano. Calor. Olivos secos. El Sáhara entre Granada y Córdoba.

"¿Serpiente multicolor, serpiente multicolor?", repica Pablo Lastras, a la sombra, cubierto de polvo, como si se hubiera revolcado en una cuneta; "ésta es la única serpiente multicolor que conozco". Y el madrileño se señala su larguísima pierna izquierda, por la que serpentea, estrecho, rojo, un reguero de sangre, de muslo a tobillo. "¿Serpiente multicolor? Bobadas. La Vuelta es esto", repite Lastras, que tiene ganas de estar solo, de llorar, el pelo alborotado, y que enseña su casco, todas las ranuras de aireación frontales taponadas por una mezcla de sudor, tierra, hierbas. "Esto es la Vuelta", dice Lastras, para quien el mismo descenso rápido hacia Córdoba fue un año, hace tres, una entrada en solitario, victoriosa, triunfal.

Ayer buscaba la repetición. Ayer, Lastras, cazador de olfato fino, de inteligencia única en los momentos más calientes, buscó la repetición de la gesta. Después de un ataque de prueba al final de la subida de San Jerónimo, después de temporizar, guardar, dejarse coger, se encontraba en el descenso en una situación perfecta. Por delante, Leonardo Bertagnolli, un italiano de Trento, un amigo de Simoni, nervioso e inquieto, que había atacado unos kilómetros antes, al comienzo de la subida, y que bajaba torpe. Detrás, a una veintena de segundos, Bradley McGee, un australiano, un tremendo pistard, experto y calculador, y él. Detrás, otro grupo. Para cazar, sólo hacía falta arriesgarse lo justo. Lo mismo que hacía tres años. Entonces, Lastras se arriesgó y ganó. Ayer, se arriesgó y en una curva, pasada de frenada, rueda delantera que derrapa, vuelo con la cabeza por delante. Sangre. "Lo que duele no es el cuerpo", sentenció Lastras; "es el alma, el dolor de la pérdida de lo que has podido ganar".

Lo dijo Lastras porque, cuando llegó a la meta, 33 segundos después del ganador, le contaron que, en efecto, McGee había alcanzado a Bertagnolli y que el australiano había manejado con destreza extrema los últimos kilómetros, controlando para ayudar a Bertagnolli a ganar la etapa porque él se conformaba con convertirse en líder, ya que Menchov, inteligentemente, había dejado hacer a quienes se lo quisieran quitar de encima momentáneamente. Y fue tan maestro McGee que hasta calculó la velocidad de la moto tras la que aceleró Flecha para que el del Fassa Bortolo no pudiera ser más que tercero y catara el sabor del veneno de la serpiente multicolor.

Leonardo Bertagnolli, en el momento de cruzar victorioso la meta.
Leonardo Bertagnolli, en el momento de cruzar victorioso la meta.REUTERS

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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