Bekele se supera a sí mismo
El atleta etíope rebaja en tres segundos su récord de los 10.000 metros y lo deja en 26m 17,53s
Bum, bum, bum, retumbaba la grada del estadio Balduino de Bruselas, sede de la quinta reunión de la Golden League, mientras el público daba palmas y bailaba al son de los tambores que manejaba, con ritmo trepidante, un grupo de música africana. Bum, bum, bum, latía desbocado el corazón de Kenesisa Bekele, el rey etíope del fondo, mientras corría con la mirada perdida hacia el récord de los 10.000 metros. Bum, bum, bum, palpitaba la sangre por su pequeño cuerpo de fondista -66 kilos en 1,74 metros-, mientras recordaba sus palabras y pensaba en sus promesas, en aquello de que "si el tiempo acompaña batiré mi récord de los 10000". Tras 20 minutos corriendo, después de 20 minutos sufriendo, Bekele ya sólo tenía dos problemas: el reloj que, inexorable, le hacía saber que cada segundo contaba, que no había espacio ni tiempo para fallos, que aquel hombre que le jaleaba en cada vuelta, los calzones azules relucientes, era un compañero que no había podido aguantar su ritmo infernal; los doblados, que no se apartaban de su camino y le obligaban, en un esfuerzo agónico, a tomar la calle dos, a perder la cuerda, a recorrer más terreno del aconsejable.
Bekele, la zancada limpia y amplia, elegante, los pies casi chocando contra sus glúteos, no contaba ya más que consigo mismo. Primero le había lanzado el keniano Keino, el hijo del gran Kipchoge. Luego, hasta los 5000 metros, había seguido la estela de su hermano Tariku, su fotocopia con bigote, de 18 años, el único atleta que mejora las marcas y los récords que él estableció a su edad. Como dos gotas de agua, cada uno repetía el gesto del otro. Sufría Tariku y gesticulaba, dolorido, Kenenisa. Flaqueaba Tariku y le superaba, esforzado, su hermano mayor, hasta que Tariku se recuperaba y le daba el relevo. Estaban solos los dos. Hasta que el cuerpo del más pequeño, del chico al que Kenenisa apuntó al atletismo "para que no se metiese en problemas", dijo basta. Y abandonó.
Entonces Bekele, el mayor, el grande, el rey, se quedó solo. Y dejó de escuchar el ruido de la grada, ensordecedor, insoportable, 50.000 gargantas jaleándole en su lucha contra el crono. En su cabeza, la meta como obsesión. Luego, el silencio. Hasta que volvió a escuchar, bum, bum, bum, el retumbar de los flases de las cámaras, mientras sus compañeros le abrazaban y él recuperaba el aliento, extenuado, agotado, sudoroso, pero triunfante tras mejorar su récord en tres segundos -26m 17,53s. Nadie puede con Bekele, el heredero de Gebreselassie, cuya marca anterior, - 26m20,31s-, sólo ha durado un año.
Más tiempo le durará su alegría a
Mayte Martínez, que ganó con autoridad en los 800, una prueba plagada de nombres conocidos: allí estaba Hasna Benhassi, plata en Helsinki, y su compañera en el podio finlandés, la rusa Tatyana Andrianova, bronce en aquella ocasión.Sin bajar de dos minutos -2m 0,6s -, inteligente en la lectura de la prueba, Martínez se impuso a cinco de las ocho finalistas del Mundial. "Quería correr bien tácticamente, pero en los últimos 200 me asusté al ver que iba cuarta: 'Todavía me quedo aquí y hago el bobo', me dije", dijo tras la prueba. "Menos mal que he esprintado bien".
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