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Pie de foto | 7 de julio de 2005
Columna
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Vidas paralelas

Juan José Millás

Hace muchos años, al doblar una esquina, escuché una melodía familiar que procedía de la ventana de un piso bajo. Me asomé con disimulo y vi a una mujer haciendo una cama. La música procedía de un aparato de radio situado en una especie de consola. Como la puerta de la habitación estuviera abierta, pude ver, más allá, el comienzo de un pasillo de losas blancas y negras iluminado por una extraña luz. El conjunto tenía la calidad moral de un cuadro flamenco. Me quedé atrapado por la música, pero también por las formas de la habitación y por la luz. Todo era enormemente familiar, pero enormemente extraño. Deduje, finalmente, que aunque fuera la primera vez que escuchaba aquella música, quizá tuviera acordes capaces de levantar algún registro de mi memoria. En otras palabras: yo había estado implicado en una vida como la que discurría en el interior de esa vivienda. Tal vez, si fuera cierto que llevamos varias existencias paralelas, en una de ellas yo vivía en ese hogar. Quizá la mujer que hacía la cama fuera una versión de mi madre. No pude comprobarlo porque el miedo a ser sorprendido me obligó a retirarme enseguida.

Nunca más volví a escuchar aquella canción ni regresé a aquella esquina, excepto en sueños. Precisamente, la noche anterior a la aparición de esta fotografía en el periódico soñé que una mujer a la que conocía en un bar me invitaba a su casa, que era, casualmente, la de la esquina aquella. El pasillo tenía la extraña luz que ya había visto desde la calle, y del aparato de radio salía la melodía de entonces. La mujer del sueño me invitó a tomar asiento en el sofá de un pequeño salón que daba a un patio interior al que me asomé por curiosidad. También conocía aquel patio. Cuando ella volvió con un café, le dije que me tenía que marchar corriendo porque las dimensiones de la realidad se estaban mezclando por algún error cósmico que podía provocar víctimas.

Entonces me desperté, me duché, me afeité, tomé un poco de fruta y un yogur. Luego salí a la calle, compré el periódico, lo abrí por las páginas de Cultura, como suelo hacer, y tropecé con la fotografía de esta mujer, que se llama Victoria Cirlot y que es profesora de Literatura Medieval y Comparada en la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona. Acababa de publicar un libro sobre la novela artúrica. Yo no la conocía de nada, nunca antes la había visto, pero la atmósfera de la fotografía me resultaba familiar. Quizá a ustedes les ocurriera lo mismo. Fíjense en el golpe de luz que ilumina uno de los botones de la manga de la chaqueta. ¿En quién hemos visto antes ese botón? Observen la disposición de las manos, el lenguaje de los dedos, el cuchillo del escote. En cuanto a los ojos, si son los de Victoria Cirlot, a la que no conocemos, ¿por qué nos miran de ese modo? Decía Barthes que toda fotografía debe tener lo que él llamaba el punctum, un espacio para la extrañeza. En esta fotografía, todo es punctum, porque todo nos extraña. Ahora bien, como no nos podemos extrañar sino de algo que nos haya sido familiar, la conclusión es estremecedora. En cuanto al libro, titulado Figuras del destino. Mitos y símbolos de la Europa medieval, lo adquirí, pero no me he atrevido a leerlo.

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Sobre la firma

Juan José Millás
Escritor y periodista (1946). Su obra, traducida a 25 idiomas, ha obtenido, entre otros, el Premio Nadal, el Planeta y el Nacional de Narrativa, además del Miguel Delibes de periodismo. Destacan sus novelas El desorden de tu nombre, El mundo o Que nadie duerma. Colaborador de diversos medios escritos y del programa A vivir, de la Cadena SER.

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