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Cuestión de cálculo | CULTURA Y ESPECTÁCULOS
Columna
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La banda sonora de nuestra vida

Ayer comí con un antiguo compañero de trabajo. Durante el primer plato me contó la reciente muerte de su madre. Yo le escuchaba con la expresión seria que se utiliza en estos casos. Justo en el momento en el que mi amigo describía la postura con la que encontró a la anciana muerta en su cama, en los altavoces del restaurante sonó, a todo volumen, el tema musical de La guerra de las galaxias. No sé quién de los dos empezó a reírse primero. Creo que estallamos simultáneamente. Fue una de esas risas que te invitan a dar puñetazos en la mesa. El resto de la comida lo dedicamos a conversar sobre lo inoportuna que es a veces la realidad, y lo absolutamente desconectada que está de nuestros sentimientos particulares.

La partitura musical de la banda sonora de mi vida precisaría, entonces, de la existencia de diez millones y medio de páginas

Escuchar la música de La guerra de las galaxias cuando uno está hablando de la muerte de su madre es algo que no ocurre jamás en las películas. Las bandas sonoras están diseñadas al milímetro para subrayar los sentimientos que van sucediéndose. Todo cuadra perfectamente. Cuando la cámara muestra a Audrey Hepburn y empezamos a escuchar los primeros acordes de Moond River no sentimos la necesidad de reírnos como locos. Es, simplemente, la música que conviene, y eso jamás hace reír.

Al terminar la comida, mientras volvía a casa caminando, pensé en lo tremendamente útil que sería disponer de un fondo musical durante toda nuestra vida, una banda sonora personalizada que resaltara los instantes de pasión, los momentos de placer o incluso los sustos tontos. Inmediatamente quise saber cuántas páginas ocuparía la partitura de la banda sonora de mi existencia, desde la Obertura del nacimiento hasta la coda final de la muerte.

Llamé por teléfono a mi amigo Pere Bardagí, el mejor compositor del universo, y le pregunté cuánto tiempo corresponde a una página pautada. Como él es un profesional, me contestó con precisión: "Depende, chico". Le supliqué que me diera una respuesta aproximada, una media aceptable, y, como somos amigos, hizo un esfuerzo. Al parecer, una página de pentagrama, a ritmo medio, corresponde a unos cuatro minutos de música.

Si tengo suerte y no me atropella ningún camión de mudanzas, probablemente moriré a los ochenta años. La partitura musical de la banda sonora de mi vida precisaría, entonces, de la existencia de diez millones y medio de páginas; unas cinco mil Biblias sin milagros, pero repletas de fusas y semifusas.

Hay una pregunta generada por este experimento mental que, tal vez, resulta demasiado previsible, pero de todas formas vale la pena que intente responderla: ¿Mi vida tendrá más adagios que allegros? No tengo ni idea. Mi capacidad prospectiva es, como para todos, bastante limitada. Creo que habrá muchísimos más allegros, porque soy estúpidamente optimista, pero si quieren que les diga la verdad, no me importa saberlo en absoluto. En realidad, ni siquiera deseo tener una banda sonora, aunque la compusiera el talento de Pere Bardagí. A mí lo que me gusta de verdad es comer con mis amigos, y que una música no prevista me provoque el mayor estallido de risa de la historia del universo, porque fuera de la risa no hay absolutamente nada.

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