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Columna
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Bananas

En un excelente artículo, publicado el pasado domingo en El Diario Vasco, Joseba Arregi se preguntaba ya desde su título por lo que hay debajo de la superficie de la sociedad vasca, y avanzaba algunas respuestas. Nuestra realidad se viviría oculta bajo el espectáculo de la autocelebración, característica que en nada difiere de un rasgo común a otras sociedades de nuestro entorno, tal como él mismo se encargaba de señalárnoslo. Pero lo sobresaliente de su diagnóstico radica en que incluya entre las fanfarrias de nuestro espectáculo "el discurso grande y vacío de la pacificación y de la normalización". Es una sospecha que no me es ajena y que yo mismo he podido esbozar en alguna ocasión. Exhibimos desde hace años un anhelo universal de paz que no parece estar en contradicción con nuestra carnicería diferencial. Podríamos llegar a pensar incluso, con mala fe, que aquí se mata para que de esa forma podamos manifestar ese anhelo, que nosotros los vascos no podríamos mostrarnos ni sentirnos tan pacíficos si alguien no matara para ello y que aquí se mata para nuestra propia autocelebración narcisista. En nombre del infinito deseo de paz de nuestro pueblo se desató la barbarie por las calles de San Sebastián hace unos días. Puro cinismo batasuno, de acuerdo, pero ese cinismo es el envés del discurso dominante, en cuya vacuidad halla asilo sin necesidad ninguna de desactivarlo.

Mi argumentación anterior recurría a la reducción al absurdo y, por supuesto, no creo que aquí se mate para propiciar una autocelebración de nuestra excelencia, no al menos en sentido estricto. Pero sí creo que nuestra violencia terrorista ha inficionado nuestro funcionamiento democrático -a diferencia de lo ocurrido en Irlanda, donde no se le ha permitido hacerlo- y me pregunto si la proliferación de chiringuitos pacificadores -sean voluntades u organizaciones- no responderá a un impulso para tapar nuestra esencial cobardía para enfrentarnos cara a cara a nuestra realidad. Mi sospecha puede resultar injusta respecto a la buena voluntad de algunas intenciones, lo que no obsta que pueda juzgar una marea general sobre la que aquellas vienen a empedrarse, buenamente, por supuesto. ¿Corremos el riesgo de convertir el deseo de paz en una vitrina que oculte nuestra insoportable incapacidad de acabar con la violencia, la insoportable sospecha de que podamos necesitarla, de que seamos dependientes de ella? ¿Qué oculta nuestro anhelo de paz y qué oculta la violencia misma?

Tenemos un Gobierno en minoría que no parece demasiado preocupado por su situación. Es más, tenemos un Gobierno en minoría que ni siquiera se preocupa de ser coherente. A trancas y a barrancas, como lo ha hecho en las dos últimas, sacará la legislatura adelante con el apoyo, si es necesario, de la arbitrariedad, el azaroso despiste, la rebeldía, la impostura y lo que haga falta. ¿Alarmante? En absoluto. En todo caso, sólo lo sería para la oposición, que ha sido apartada del festín de los justos y de la que, por ello, poco importan sus prédicas. Lejos de ser alarmante, la situación es inmejorable, sea cual sea el daño resultante para las instituciones. Al fin y al cabo, ellos no se cansan de cuestionarlas, de modo que no hay razón para que se esmeren en su buen funcionamiento. En minoría, con un Parlamento casi paralizado gracias a esa excrecencia de la violencia que tanto puede servir de coartada como de apoyo, se puede gobernar sin necesidad de dar explicaciones a nadie, se puede hacer país con las manos libres, es decir, apropiarse de él. Ni un Gobierno en mayoría, con todas sus ventajas, ofrecería una pista de poder tan silenciosa. Escuchen a Arregi: "Detrás del espectáculo de autocelebración en el que se ha convertido la sociedad vasca (...) existe una realidad paradisíaca sólo para quienes no les estorban, para quienes les ríen las gracias, para quienes les confirman en su autocelebración". ¿Si tiene algo que ver la violencia con todo ello? Piensen un poco y percibirán la etérea trama. ¿Podrían burlarse, como lo hacen, los batasunos de nuestras fuerzas de seguridad si no estuvieran convencidos de su capacidad de condicionarlas? ¿Se hallan excluidos los batasunos del botín extraparlamentario?

Leo que el Gobierno vasco pretende crear en esta legislatura más de veinte organismos, carentes de una ley que los avale y en muchos casos redundantes. "Como este Gobierno en minoría no puede hacer leyes, crea chiringuitos con más personal, más gasto corriente y menos control parlamentario", en opinión del diputado socialista Jesús Loza. Es evidente que Euskadi se está convirtiendo en una modalidad de país bananero digna de estudio.

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