Sin piedad
Diez días antes de que Brad Pitt confesara a EPS su pasión por la arquitectura (ayer, domingo), declarándose a favor de la austeridad y la sencillez, y de comunidades que se puedan asociar entre ellas, y así mejorar, me encontraba tomando una cerveza en el bar del puente aéreo, en Barcelona, empezando la lectura de un libro. De pronto, un par de parejas (cuatro personas, quiero decir), en sus treinta y muchos, o cuarenta y pocos, se pusieron a hablar de ingeniería urbanística y de oportunidades. Se declararon partidarios de los grandes espacios y de las urbanizaciones y edificios integrales, lugares en donde los inquilinos podrían satisfacer todas sus necesidades y caprichos. "Como ya tienen en Estados Unidos", dijo uno. "Una nueva forma de entender la arquitectura". Otro sacó a colación un proyecto que, al parecer, existe, para construir algo así, creo que en Almería. "Pero aquí no es lo mismo". Se notaba que Europa les parece ya muy poblada, sin estepas que atiborrar con cemento. Y tenían razón, ya casi no hay sitio para poner más grúas, menos mal que los incendios ayudan lo suyo. Mas, para espacio a lo bestia, América. México, eso es otra cosa. Para allá iban, en viaje de inspección mezclado con vacaciones, creí entender.
Recomendaría que leyeran a Ballard. Empiecen por 'Furia feroz', la historia de una urbanización feliz y de los crímenes que en ella ocurrieron
Tomé la precaución de cubrir con la mano la portada del libro que estaba leyendo: Rascacielos, de J. G. Ballard, el profeta de la angustia urbanizada. Pensé que si me descubrían quizá creyeran que les estaba siguiendo (los arquitectos son bastante paranoicos, quizá porque son bastantes y hasta demasiados, y no hay grandes obras para todos). Releí algunas frases del primer capítulo: "El bloque de apartamentos era virtualmente una pequeña ciudad vertical, con 2.000 habitaciones encajonadas y proyectadas al cielo"... "No obstante el tamaño del rascacielos, todas las necesidades estaban previstas". Parecería que las palabras de los otros se iban escribiendo en mi libro a medida que yo entraba en la lectura, pero no es verdad. Esos jóvenes (generación y media menos que yo) se iban a comer el mundo, no al revés; y si algún día eran comidos, antes propinarían muchos buenos bocados. Se les veía emprendedores, optimistas, voraces. Y Rascacielos, que es el relato de una catástrofe contado desde el punto de vista del último superviviente, arrancaba con la siguiente línea: "Más tarde, mientras estaba sentado en el balcón, comiéndose al perro...".
Comprendo a Pitt, porque a mí también, desde que leo a Ballard, me interesa la arquitectura. Mejor dicho, me interesan las consecuencias del cruce entre arquitectos indiferentes, constructores rapaces, especuladores sin freno y Ayuntamientos que hacen la vista gorda, o peor. Me interesa el cataclismo.
Y me aterra la falta de piedad. Junto a mi casa hay un edificio cuyos inquilinos viven como en Estados Unidos. Como en Harlem o como en el Bronx, corrijo. Como si estuvieran en la versión Eixample de La habitación del pánico. La inmobiliaria que, hace cinco años, compró su edificio, prometiendo reformas a los vecinos, lleva un tiempo haciéndoles mobing. ¿No les parece salvajemente divertido? La firma ha permitido que la finca se vaya degradando, han vaciado las plantas bajas y los pisos sin contrato de alquiler indefinido. Han hundido el doble techo de cinco viviendas, con la excusa de que había termitas. Han solicitado del Ayuntamiento la declaración de ruina, han intentado apuntalar los pisos por dentro, y, al negarse los inquilinos, les han dirigido todo tipo de amenazas. Un arquitecto y un abogado contratados por los ocupantes dan fe de que, si bien la casa necesita reformas, no puede hablarse en absoluto de ruina; lo que quieren es echarles a la calle sin pagar un duro.
En la zona peatonal y ajardinada de mi calle, a donde las autoridades acuden cada vez que hay elecciones, para hacerse una foto, el clamor de los justos asoma ahora a los balcones, en forma de sábanas con la queja "Basta de especulación". Mis vecinos son ancianos y ancianas, muchos de ellos están solos, están desamparados. Quieren echarles de la casa de su vida. Es en Enric Granados 147, alcalde Clos. A pocos metros de la dinámica y moderna Diagonal. Enfrente de donde nos soltó un par de discursos, un par de campañas atrás.
Creo que Brad Pitt ayudaría a mis vecinos, ahora que ha descubierto, junto con la cuarentena, que quizá no esté muy bien no enterarse de nada. Como si fuéramos África.
En cuanto a la gente del aeropuerto, les recomendaría que leyeran a Ballard. Empiecen por Furia feroz, la historia de una urbanización feliz y de los crímenes que en ella ocurrieron.
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