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Palestinos en libertad condicional

EN ABU HOLI se avecina una gran fiesta para celebrar el fin de 38 años de ocupación israelí y la recuperación de sus tierras confiscadas. El ejército israelí se apropió de un tercio de los terrenos de cultivo de esta aldea por razones de seguridad, según Abdel Nasser, hijo del cabeza del clan familiar. Olivares y almendros fueron arrasados para construir el puesto de control militar y un puente de uso exclusivo para colonos y soldados. Nasser tiene documentos que se remontan al Imperio Otomano para acreditar sus derechos sobre la tierra, requisito exigido por la Autoridad Nacional Palestina para su devolución. "Lo mejor es que mis hijos no tendrán que oír más disparos. Creo que psicológicamente va a ser muy positivo para todos".

Para la mayoría de los 1,4 millones de palestinos que viven hacinados en Gaza, dos tercios de los cuales son refugiados, la retirada israelí representa libertad de movimientos. Ya sea para ir a la playa o pescar, como en el caso de las poblaciones del sur cuya salida al mar bloquean los asentamientos de Gush Katif, o para desplazarse sin depender de la arbitrariedad de los puntos de control militares. "Hay veces que cruzas en cinco minutos y otras que has de esperar dos días o dar media vuelta porque lo han cerrado indefinidamente. Ahora podré visitar a mi familia cuando quiera", dice Seba, estudiante en la Universidad de Gaza.

Para otros, como los Abuawadd, llega el momento de regresar a sus casas. Grabado en unas paredes repletas de impactos de bala está el precio que esta familia de refugiados de Jan Younis ha tenido que pagar por vivir frente a la colonia de Neve Dekalim y el check point de Al Tufah. El estallido de la segunda Intifada (2000) convirtió su casa en el blanco de las represalias a los ataques de las facciones palestinas que operan desde Jan Younis. Dos de los hijos resultaron heridos, y la familia decidió marcharse. "Siento que vivo encerrada, sin aire, lo único que quiero es paz", explica la madre, Sultana Abuawadd.

En las calles de Gaza se repite un grafiti con el lema: "Hoy Gaza, mañana Jerusalén y Cisjordania". Pero el mañana es la gran incógnita que atormenta a los habitantes de la franja, pendientes de que Israel decida su estatuto final. "Si no tenemos fronteras abiertas y una carretera con Cisjordania, esto se va a convertir en una cárcel", dice Abu Abdalá, dueño de una casa de baños, preocupado por un desempleo de casi el 70%. "Eso traerá otra Intifada o una guerra civil". El miedo al caos interno y a que Israel, que se ha reservado el derecho de reentrada, ataque Gaza ya sin preocuparse por la seguridad de sus colonos están muy presentes en las calles. "Para mí hay muy poco que celebrar. En Cisjordania y Jerusalén Este crecen los asentamientos y el muro. Cuanto más avancen las obras, más lejos estará la paz".

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