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Crítica:FESTIVAL DE TORROELLA DE MONTGRÍ
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Bodas de plata con orquesta

Una de las principales y más hermosas características del Festival de Torroella de Montgrí es el elevadísimo nivel de fidelidad que, tras años de paciente trabajo, ha alcanzado tanto con respecto al público como en lo rlativo a los artistas. En Torroella, la inquieta emoción del descubrimiento se equilibra con el sosegado placer del reencuentro de artistas, obras y público

En 1980 comenzaba en la villa ampurdanesa la aventura de organizar conciertos, y en aquel primer año fue la Orquesta Franz Liszt de Budapest la encargada de clausurar el evento con el único concierto orquestal del festival.

En los años siguientes, la Orquesta Franz Liszt, una de las primeras orquestas de los países del Este que hacían giras regularmente por los festivales de verano catalanes, visitó en no menos de ocho ocasiones Torroella de Montgrí. Finalmente, en el año en que el festival celebra sus bodas de plata, el conjunto ha acudido puntual a la cita con un público que siempre lo ha recibido con calidez.

En la orquesta ha habido muchos cambios, pero algunos de los que estaban en la primera visita siguen aún tocando y en plena forma, Janos Rolla aún es un concertino muy trabajador, pendiente siempre del primer viola y del primer violonchelo y consciente de la relevancia de su cometido en una orquesta de cuerda que toca sin director.

La sesión se inició con el Concierto para violonchelo y orquesta en la menor de Carl Philip Emmanuel Bach y el Concierto para violonchelo y orquesta núm. 1 en do mayor de Franz Joseph Haydn, interpretados en la parte solista por Ophélie Gaillard, una joven violonchelista que desde hace un par de años está realizando una brillante carrera tanto en el ámbito concertístico como en el discográfico. La interpretación de Ophélie Gaillard fue de alto nivel con una técnica poderosa, con un tocar limpio, preciso, fácil y ágil y apenas algún problema de afinación en la zona aguda. No teniendo en el atril ninguno de los apasionados y abrasadores conciertos románticos para violonchelo, Ophélie Gaillard optó por una temperatura expresiva más bien baja, una opción que siempre se agradece en las cálidas noches de verano.

En la segunda parte la orquesta, actuando en solitario, cobró protagonismo. En primer lugar despachó una versión sólida y bien equilibrada en todos los aspectos de uno de los caballos de batalla de las orquestas de cuerda, la Serenata para cuerdas en mi mayor op. 22 de Dvorák. A continuación ofreció un arreglo muy trabajado, obra de Peter Wolf, de la célebre Rapsodia húngara núm. 2 de Franz Liszt, una especialidad de la casa.

Que una orquesta de Budapest toque la Rapsodia húngara núm. 2 de Liszt como última pieza de un concierto de vigesimoquinto aniversario debe ser considerado como la cereza del pastel del banquete de las bodas de plata. Y a eso supo la Rapsodia, a cereza de pastel. Demasiado dulce, pero irresistible, a condición de que sólo haya una.

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