Pero qué diablos ocurre en Wisteria Lane
Vista la serie (Mujeres desesperadas) desde aquí, lo primero que llama la atención es lo muy bien que viven las amas de casa desesperadas de las clases medias norteamericanas. Incluso la pequeña y maciza Eva Longoria, el actual mito sexy del Imperio, también chica L'Oreal, cuando tiene problemas económicos por culpa de los mafiosos negocios de su marido, seguramente conectado al clan italiano de los Soprano, se monta un desfile de modelos o una sesión de fotos para salir del apuro. Las demás nunca hablan de dinero, excepto en esas partidas de póquer cotillas que no dejan vecina sin cabeza, y llegan a fin de mes con desparpajo envidiable para estos pagos hipotecarios, aunque se trate de la hipoteca naranja ING.
Estas cinco 'Mujeres desesperadas' son continuación de aquellas cuatro pijas divertidas, con la libido desatada, de 'Sexo en Nueva York'
Esa urbanización de Wisteria Lane debería corresponder a este lado del Atlántico al primer círculo que forman los chalets adosados que rodean la ciudad, justo en la frontera de los centros comerciales. Y si no fuera por las empalizadas bajas de madera pintadas en blanco que separan los parterres de Wisteria Lane, se diría que su calidad de vida corresponde al de las amas de casa de La Moraleja o con urbaciones muy superiores, donde las empalizadas son más altas, tupidas y protegidas de vistas.
En realidad, estas cinco Mujeres desesperadas son continuación matemática de aquellas cuatro pijas divertidas, solteronas y con la libido desatada, de Sexo en Nueva York, cuyo verdadero final de la serie es el siguiente: cansadas de zascandilear frenéticamente por Manhattan, comprar zapatos de marca italiana, frecuentar los fitness y los sushi-bares de moda y experimentar nuevas posturas, lo que se dice agotadas, las chicas por fin decidieron casarse, formar hogar, abandonar la Gran Manzana, instalarse con sus mariditos en Wisteria Lane, decorando y redecorando el chalé, teniendo hijos, y a los tres años, también matemáticamente y por ley bioquímica y narrativa (lean al simpático Beigbeder, El amor dura tres años), están aburridísimas en plan madame Bovary o a punto de divorciarse, rumorean con odio de todo lo que les rodea y hasta son capaces de cometer delitos que interesen al FBI y de transformar la pacífica urbanización periférica donde nunca pasa nada en una nueva versión televisiva de Twin Picks o Terciopelo azul, de David Lynch.
Ahora bien, todavía no sabemos con exactitud, a estas alturas de la serie, cuál es el famoso misterio, secreto o lo que sea de Wisteria Lane, y a veces parece que los guionistas se olvidan del crimen durante capítulos enteros, encantados con aderezar tanta ensalada folletinesca de urbanización semilujosa norteamericana con salsa picante de culebrón mexicano de Televisa.
Yo, que ya he visto por las europarabólicas piratas el último capítulo de la serie, les puedo garantizar y tranquilizar que en esta primera temporada no se aclara ni se resuelve nada, y que el misterio de Wisteria Lane, historia que es narrada en off por una suicida, como en la muy recomendable American Beauty, de Alan Ball, el mismo autor de A dos metros bajo tierra, otra obra de arte televisiva, no está en saber por qué en la serie ocurren esas cosas tan tremendas y previsibles a las ex solteronas de Sexo en Nueva York, que, en todo caso, se lo tienen bien merecido. No. La verdadera intriga de Wisteria Lane está en saber a qué genero televisivo pertenece Mujeres desesperadas. Eso es lo único que verdaderamente nos interesa a los teléfilos y, por lo que veo reflejado en el audímetro de Sofres, a la audiencia española en general, que la adora. Llevamos exactamente medio siglo de series TV, de todos los calibres, colores, géneros o subespecies, y estamos francamente desconcertados con lo que ocurre en esa urbanización.
No es un telefilme, ni una sit-com, ni una soap-opera, ni un folletín, ni un culebrón, ni una teleficción de intriga, crímenes y FBI; ni siquiera un serial de masas o una cult-TV minoritaria tipo HBO. Es todos esos mismos géneros o infragéneros a la vez y ninguno de ellos en particular. Wisteria Lane, con sus casitas periféricas de mujeres desesperadas de los noventa luego de haber follado tanto en el Manhattan de los ochenta, es la más formidable hibridación que han fabricado las industrias de la ficción televisiva. Seguramente para celebrar por contaminación de géneros (la tendencia del milenio) el medio siglo exacto del nacimiento (I love Lucy) de las series.
La serie, esa cosa que se llama casa y se consume en el cuarto de estar decorado con hipoteca naranja.
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