Un corazón de hombre
Al principio no parecía una serenata sino una mudanza. Era una madrugada decembrina de 1946 en Ciudad de México cuando Agustín Lara despertó a Pedro Vargas y le obligó a memorizar a toda prisa la letra de una canción que acababa de componer. Estaba dedicada a María Félix y quería estrenarla esa misma noche. Lo acompañaba el violinista Eulalio Uranga con cara de desvelado. Treparon los tres en un camión de alquiler donde viajaba un piano blanco, y se dirigieron entre la neblina a la mansión de la diva en el barrio Polanco. Abrió Lara la verja, metieron el camión a campo traviesa por el jardín y poco después se oyó la voz de Pedro Vargas que, al son de piano y violín, cantaba bajo la ventana:
Le gustaban los amores complicados. "Amar es difícil, pues hay que aceptar al otro tal como es. Sólo es fácil amar a los pendejos"
"Pinche vieja altanera", escribió años después Guillermo Alpuche Mendiola, "se creía la divina garza rebozada en huevo de faisán"
Acuérdate de Acapulco, de aquellas noches,
María bonita, María del alma...
Ése era Lara -enamoradizo, genial, romántico hasta la cursilería-, y ésa era María Félix, una mujer que puso patas arriba a presidentes, millonarios, artistas, pintores, toreros y pilotos. Trastornó, entre otros, a Diego Rivera, pero no le dio ni la hora porque lo consideraba viejo; a Luis Miguel Dominguín, y, enamorada de él, asistió a la corrida donde murió Manolete; al rey Faruk, de Egipto, a quien devolvió una diadema de oro de la faraona Nefartari con el mensaje de que, si creía que ése era su precio de mujer, quería anunciarle que primero se acostaba gratis con su criado, que enjaezada de diademas con él.
Por su temperamento, y porque en 1943 había protagonizado en el cine a Doña Bárbara, personaje del novelista venezolano Rómulo Gallegos, la llamaron La Doña. Pero era una doña, y a ratos algo bárbara, desde mucho antes de triunfar en la pantalla. Había nacido el 8 de abril de 1914 en un rancho de Álamos, Estado de Sonora, y de niña se peleó con sus padres, con los maestros y con las monjas que intentaban educarla. Sólo quiso de veras, demasiado de veras, a su hermano mayor Pablo, que, siendo cadete, murió tal vez por mano propia. "Era tan guapo que me temblaban las piernas", confesó María. Sus memorias, redactadas con ayuda de Enrique Krauze, incluyen la palabra "incesto".
En tiempos de machismo, ese machismo del cine mexicano que reforzó el que ya campeaba en América Latina, María Félix fue la mujer que plantó cara al predominio masculino. No se enfrentó a él con armas femeninas, sino masculinas. Nada de suaves argucias de mujer, sino desplantes, bofetadas y dureza extrema. "Soy una mujer con corazón de hombre", sentenció. Proclamaba el egoísmo como filosofía defensiva: "Hay que pasar por encima de todo y de todos".
En 1954, cuando rodaba French Can-can, la actriz francesa Françoise Arnoul, celosa por el éxito de la mexicana, la golpeó en una escena con el puño y no con el sombrero, como indicaba el guión. María -dicen unas versiones- le respondió con una paliza que la envió al hospital. A Lara, que también le dedicó el chotis Madrid y el bolero Humo en los ojos, le tiró la ropa en pleno escenario cierta noche de concierto; a Pedro Infante le rompió una guitarra; a Mario Moreno, Cantinflas, intentó expulsarlo de un coche; a Carlos Fuentes lo llamó "farolón" ("siempre con ansias de destacarse"); al galán Emilio Tuero se negó a besarlo en una película alegando que "le apestaba la boca". (Ella, que luego fumó puros).
Pero quiso mucho a sus amigos y, mientras duraron, a sus numerosos amantes y a sus cinco maridos. Los dos últimos fueron un manso banquero rumano llamado Alex Berger, con quien duró 18 años, hasta la muerte de él, y un pintor francés a quien le sacaba 20 años. Le gustaban los amores complicados. "Amar es difícil", dijo, "pues hay que aceptar al otro tal como es. Sólo es fácil amar a los pendejos". Y a María los pendejos no le gustaban.
Lara y Jorge Negrete son dos buenos ejemplos. Cuando Negrete la conoció, él era un artista famoso y engreído. Ella, una joven debutante.
-¿Con quién se acostó para que le dieran el papel principal?-le preguntó el charro.
-Usted lleva más tiempo en este negocio -respondió María sin inmutarse-, así que debe saberlo.
Al principio se odiaron. Diez años después, en 1952, se casaron en una de las "bodas del siglo". Negrete, que poco bebía, murió de cirrosis a los pocos meses. María, que ganaba ya el triple que él, voló a Los Ángeles para acompañarlo.
-Negro: aquí estoy y estaré siempre contigo.
El temple le venía de familia. Aprendió de su madre que no hay que dejarse de nadie, y la endureció la severa represión de su padre, don Bernardo, uno de esos individuos que educaban con el látigo en la mano. Por eso, entre otras razones, su hija se casó por primera vez a los 16 años; era la mejor excusa para largarse de la casa. Con Enrique Álvarez, aquel marido, tuvo su único hijo -ya fallecido-, que heredó el temperamento de los Félix. Cuando María se casó con Agustín Lara, y llevaron a Quiquito a vivir con ellos, el simpático chaval tuvo a bien envenenar el jarro de refresco que acostumbraba a beber su padrastro. Lara no se los tragó nunca. Ni al jarro ni a Quique.
Pero don Agustín también tenía lo suyo. Una noche, atacado por celos injustificados, Lara sacó un revólver, buscó a María -que se maquillaba en el baño- y le disparó a quemarropa. Falló, porque tenía buen pulso para las teclas pero malo para las armas. Pero el tiro se incrustó a pocos centímetros del espejo que reflejaba la cara aterrada de la actriz. Aun después del "plomífero" incidente siguieron viviendo juntos un buen tiempo.
Muchos compañeros de trabajo la describían como "disciplinada" y "encantadora". Sin embargo, la historia dice que más de una vez demoró rodajes por un capricho o paralizó películas en un acceso de ira. Un extra de Enamorada, que dirigió en 1956 el Indio Fernández, ha dejado su airado testimonio al respecto. Desde el primer instante identificó a María como una tirana que desde su toldo manejaba las actividades y las personas en el campamento donde se filmaba la cinta.
-Pinche vieja altanera -escribió años después Guillermo Alpuche Mendiola, el extra-. Se creía la divina garza rebozada en huevo de faisán, bien déspota para tratar a todo su séquito de asistentes y ayudantes...
Alpuche y cientos de supernumerarios más habían sido contratados para unas escenas de guerra que consumían ya tres fatigantes días. En cierto momento se rodaba una escena con la Félix y, por error, estalló cerca de su paso una pólvora que debería haberse quemado después. Indignada y cubierta de polvo, María se encerró en su hotel y no volvió a salir sino al cabo de varios días. La película, mientras tanto, tuvo que suspenderse.
Era, al mismo tiempo, la mujer más macha del mundo y la más hembra y la más guapa. De un mito se puede decir todo. Hasta 1962 había rodado 42 películas en 20 años. Empezaron entonces los que su filmógrafo Paco Ignacio Taibo I llama "los pasos falsos". El último lo dio siete películas después, en 1970.
Se retiró entonces a la vida tranquila de estrella en reposo. Alternaba entre París y el DF.
En la capital mexicana se hallaba la mañana del 8 de abril del 2002. El primero en llamar a saludarla, muy tempranito, fue su amigo Juan Gabriel, compositor de Se me olvidó otra vez y María de las Marías, un homenaje a ella.
-Lo siento -le dijo el mayordomo de la actriz-. La señora aún no se ha despertado, ni ha abierto la puerta de su recámara.
La señora ya no se despertó más. Había fallecido horas antes, durante el sueño. Ese día cumplía 88 años.
Al conocerse la noticia, el mundo la despidió como tocaba, como la más grande figura femenina que ha producido el cine latinoamericano y como uno de los más recios iconos nacionales de México. "Era un personaje digno de Balzac, con una belleza digna de las madonnas de Boticelli", dijo Juan Gabriel entre lágrimas dignas de conmiseración.
Nadie se había atrevido a disputarle su sitio de Doña en la cultura popular iberoamericana. Nadie se lo disputa aún.
Daniel Samper Pizano es escritor y periodista colombiano.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.